Casa Gelín (Santander). Papeo tradicional cántabro

Mar 30, 12 Casa Gelín (Santander). Papeo tradicional cántabro

Tenía ganas de debutar en el Gelín, casa de comidas, hospedaje y bar de larga tradición: más de medio siglo según informa su página web. Radica a la entrada de La Pozona (como algunos llaman a Santander Capital) y está cerca de El Corte Inglés, el centro comercial donde siempre que voy compro comida, ropa y la última vez casi una moto, lo juro. Nueva Montaña es un barrio de reciente construcción con bastantes tabernas. Una de ellas es la Cervecería Hijos de Gelín, de decoración modernista, minimal y con muchos brillos. La visitamos el año pasado, pero ni fu ni fa, y por eso no escribí sobre la experiencia, aunque me llamó la atención el cuidado que tenían por los gin tonics, cuidado aprendido de la casa madre… o sea padre.

El caso es que nos sentamos en un comedor del Casa Gelín durante las pasadas VIII Jornadas de los Productos Gastronómicos de Cantabria. Elegimos su competitivo menú degustación de cinco platos más bodega por 30 lereles. Paseando acudimos en persona a reservar mesa un sábado soleado y molón desde la mañana a la noche. Y en su terraza vimos a José Campos, el marido de la Bordiú, que es un habitual: dos días hemos ido al Gelín y los dos le hemos visto en el local. Tras un pote previo en un irlandés de Nueva Montaña arribamos a la hora establecida y el refectorio estaba ya mediado. Nos acomodaron en una mesa esquinada pero muy buena. Mi silla se movía hacia los lados y la cambié por la de detrás justo antes de que viniera la desconocida señora, je, je…

Mientras esperábamos a que nos atendieran miré la carta basada en el producto sin alharacas (como su web, eficaz y clara), criticamos a una prepúber petarda, chillona y molesta con su smart phone, me fijé en que en cada mesa un cartelito recomendaba el vino Reserva Barón de Ley por 13 euros, me colé a fisgar en la bodeguita y comenté con la parienta la decoración barroco-rústica del comedor principal. Digamos que además de bar y terraza, el Gelín dispone de cuatro comedores: el nuestro, la otra mitad del nuestro separada por una plancha de madera seguramente desmontable, un tercer espacio nuevo más cerrado y minimal que parece abrirse solo cuando el local está a tope (lo que sucede a menudo), y un reservado del que salió Carmen Martínez Bordiú para silencio de la concurrencia.

Pero vayamos con la comida. Yo me quedé con ganas de sumar un extra de la carta, los puerros rellenos de jamón a 3,5 la unidad, pero menos mal que no lo hice, porque casi no pude comer todo el menú. Lo regamos con agua de Solares (cántabra, claro) y un crianza de Rioja, Faustino Rivero Ulecia (no el clásico Faustino, por supuesto), un caldito de supermercado, tan acuoso e insípido como El Coto a pesar de su medalla de oro en el ‘Concours Mondial de Bruxelles’. Cosecha 2008, de Arnedo, con 13º de alcohol y unos 19º de temperatura, o sea caliente. Y esto degustamos:

1. Tosta de queso pasiego con anchoa del Cantábrico y mermelada de tomate: Servida en una tablita de piedra. Muy buena la anchoa, pero su salvaje salobridad marina quedaba amortiguada por el rico queso de nata y la coqueta mermelada. Un aperitivo simpático.

2. Crema de calabaza de la tierruca asada con pedrosillanos crujientes. Atractivo color naranja el de la crema de sabor potente y a la vez fino. En cuenquito aparte se servían los garbancitos y los picatostes. A mí me gustaron más los picatostes sumergidos en el puré, pero es una apreciación subjetiva.

3. Arroz cremoso de bogavante del país. El arroz en su punto, alucinante, pero el bogavante, ambivalente: el mío, un trocito de la cola, insípido; el de LaTxurri, un medallón, muy rico.

Arroz cremoso con bogavante de Gelín

Arroz cremoso con bogavante de Gelín

4. Segundo a elegir, carne o pescado:

a. Merluza del Cantábrico al vapor con pilpil de limón. Hum… aparente y sana, sin más. El plato no resistió la comparación con la merluza cenada la víspera en nuestro favorito Lasal. A los dos trozos generosos les faltaba un punto de cocción y un pellizco de sal. Y el pilpil suavísimo y levemente cítrico parecía una gelatina derretida. A estas alturas ya me sentía lleno.

b. Entrecote de Cantabria en costra a la sal de vino. Tan grande que La Txurri no lo pudo acabar. Me cedió una buena porción y me la zampé con gusto, recuperando el apetito. El vino, el tocayo de Faustino, subrayaba su insustancialidad y yo deglutí la carne sápida, notaba las costras de sal en mis dientes (clac-clac) y alternaba la carne roja con la guarnición: un pastel de patata y beicon muy tentador y calórico (ñam-ñam).Ya estaba contento otra vez.

5. Tiramisú de sobao pasiego con queso de Las Garmillas. Empalagoso. Probé el mío, lo noté agrio (lo estaba: quizá el queso se puso malo) y lo dejé en el plato casi entero. Lo observó el camarero y me excusó La Txurri: «Es que ha comido mucho…». A eso se llama echar un capote.

Luego ella tomó un café («aquí lo hacen mal… en Cantabria», acusó) y yo acepté la invitación de la casa a un orujo de yerbas, muy rico, fresco y digestivo. Me quedé con ganas de libar un gin tonic (me tentó el de G’Vine que pidió un caballero de la mesa de al lado en copa de balón, de estupenda pinta y refrescantes burbujas, con pétalos y todo), pero me reservé para la tarde-noche. Pagamos con la tarjeta 61 euros y poco, y salí pensando que viva Santander.

(Volvió a rozar la implosión Óscar Cubillo)

web del restaurante

Avda.Bartolomé Damis, 2; Nueva Montaña – Santander

942332 733 // 942 342 011

Cierra los domingos

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