Brasserie Le Coq d’Or (Cognac). Fachada de pub inglés

May 22, 14 Brasserie Le Coq d’Or (Cognac). Fachada de pub inglés

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Tras mis tribulaciones de vasco en Burdeos, narradas en el celebrado post dedicado al restorán Le Cochon Volant (El Cerdo Volador), en automóvil Citroën partimos temprano de la capital del Garona enfilando hacia Libourne (una plaza, otro río, un Carrefour abierto en festivo y poco más); torcimos a la derecha hacia el turístico pueblo vitivinícola de Saint-Émilion (una cuesta peligrosa -no quiero imaginármela en un día de lluvia-, una torre, un aparcamiento en la cumbre, bodegas y restoranes por doquier, y nada más); desandamos el camino zigzagueando por una monótona carretera comarcal llena de curvas y colinas verdes hasta llegar a Angulema (abajo el río, al otro lado una gran estación ferroviaria, a modo de núcleo una cima con la parte vieja de la ciudad, con la catedral y un bar roquero en cuya terraza me volvieron a crucificar por un café y un chardonnay vulgar); y, de nuevo, en ruta hacia poniente, con el Atlántico al fondo del mapa, dirigiéndonos a Cognac por una carretera más ágil. Et, voilà, ya estamos en otra ciudad gabacha que me moló más aunque se agotara en sí misma.

Los supermercados poblaban las afueras de Cognac, ciudad claramente provinciana con aire de pueblo cruzado por un río. Con decir que sólo hay unos 20.000 habitantes, si llegan… En su parte vieja hay una zona de tiendas caras, no se ven tantos restoranes, pero los hay, y las bodegas clásicas gastan una pinta grisácea e industrial y vetusta que no se puede comparar con las bodegas de Rioja, tipo Marqués de Riscal, Ysios, Baigorri y tal, todos derrochones prodigios de diseño arquitectónico. Vi de lejos la sede de la marca Martell, y me pareció de otra época, anacrónica, extirpada de mi infancia industrial erandiotarra/baracaldesa. Vi desde su acera la sede de Hennessy y no me lo podía creer: ¡sólo brillaba la bandera roja de la marca! Y pensar que desde ahí surten a todo el mundo de botellas, algunas extremadamente caras.

No hicimos nada especial en Cognac. Yo lo pasé bien, pero mi esposa no le pilló el punto al vacío cósmico, al relax ambiental, fuera de temporada y de los turistas que en manadas deben visitar la localidad. Con más tiempo habría visto alguna bodega, pues se organizan en castellano, pero sólo iba a estar una noche y me la traía floja, así de claro. No soy ni alcohólico, ni francófilo, ni connoisseur, o como se escriba. Eso sí, compré un par de botellas de marcas que no conocía en la recomendabilísima tienda La Cognathéque, La Coñateca, como vinoteca. Miro ahora en el bar del salón comedor y son estas dos: por 30 euros, una botella de 75 cl., un VSOP Leonard, muy rica y untuosa, de Grande Champagne -la huelo al teclear estas líneas y defiendo el coñac francés sobre el brandy español-: y por 40 euros, una botella de 50 cl., de X.O. Remy Tourny, que aún no he abierto -vi por unos 100 euros una pequeñita de Baron Otard, y la habría comprado, pero tras tantos días en Francia tenía tiesa la cartera y sin liquidez la tarjeta-.

Lateral de Le Coq d'Or (foto: OCE)

Lateral de Le Coq d’Or (foto: OCE)

Además, relajado, recuerdo un par de rondas en la terraza del Garden Ice Café, una con un vino estupendo de noche post cena, y otro tinto un pelín menos rico de aperitivo el día después. ¡Y en ambas ocasiones nos sirvieron tapa! Además, comimos dos veces en Le Coq d’Or (El Gallo de Oro), donde disfruté de cada bocado, y por eso lo voy a compartir con mi nutrido lectorado. La Coñoteca (ups), El Gallo de Oro y el café mentado circundan la placita Francisco I, en uno de cuyos lados se alza con apostura de pub inglés este restorán. Pues paseando al sol de mi primera tarde en Cognac me frené enfrente de su carta expuesta. Se promocionaba como especializado en pescado y mariscos. Leyendo me dije: «ups, en Francia cosas ricas a precios que me puedo permitir». Algunas viandas se mostraban en los expositores de cara a la pared. Entramos al de un paseo entrecalles, nos sentaron en una mesita para dos alta, con nosotros acomodados sobre taburetes y con servilletas buenas de papel.

Bulots, los caracolillos franceses (foto: OCE)

Bulots, los caracolillos franceses (foto: Susana)

Fuimos dos veces. La primera para una cena de hora y media que me costó 63,80 euros. Nos atendieron varias camareras, jóvenes y guapas, o matures y bregadas en el business pero no amargadas. En Le Coq d’Or ofrecían varios menús, pero no puedo precisar los detalles pues confié en que el local tendría una web para repasarlo, pero sobrevive llenando sus distintos comedores (hay otro amplio en la primera planta) sin necesidad de internet. Recuerdo que había un menú con tres opciones: entrante, plato y postre, o ir descartando partes hasta quedarte con uno o dos servicios. Yo pedí mi parte entera, triple, claro (‘complet’, por 28,60 euros, sin vino, con agua del grifo y pan), y mi esposa doble (‘plat/dessert’, por 22,40), porque no quiso ostras a pesar de que le insistí, que ya me las acababa yo si no le gustaban. O sea, lo que siempre acaece con Madame No, qué les voy a contar que no sepan, queridos lectores. No, niet, non, ez… Grrrr…

Muslo de pavo, en Le Coq d'Or (foto: Susana)

Muslo de pavo, en Le Coq d’Or (foto: Susana)

Bueno, yo empecé con una terrina de foie, toda para mí, pero el unánimemente amable servicio dispuso cubiertos a mi señora. Llegó la tarrina acompañada de ensalada rica, que Susana probó. No estuvo mal el entrante, pero no maravilloso, y el vino que pedí aparte creció en la combinación: se trataba de media botella de tinto Saumur-Champigny (12,80 €), del Valle del Loira, ácido, rosáceo, profundo, incisivo, floral…No caro para un país donde te cobran 4 euros en un bar por un vino, y de ahí saqué tres copas. Susana de principal pidió carne de buey, dura para sus dientes pues tenía problemas con una muela del juicio, pero muy sabrosa y con una muy buena ensalada. Yo pedí pescado y resultó ser bacalao (ah, las barreras idiomáticas), con arroz de guarnición más verduras estupendas y salsa de queso, creo. Estaba aparente el pescado y era una pieza grande. La gocé, sí. De postre, los dos pedimos queso, que llegó emplatado y de tres tipos: brie, estupendo; rulo de cabra, rico; y camembert, natoso. Con ensalada, tan omnipresente en tantos platos franchutes.

Confit de pato, en Le Coq d'Or (foto: Susana)

Confit de pato, en Le Coq d’Or (foto: Susana)

La segunda visita al Gallo de Oro fue para un almuerzo de dos horas que me costó 62,60 euros y creo que aún lo disfruté más. Yo comí a la carta y Susana pidió el plato del día. Nos colocaron en la misma parte del local (pegados a las cristaleras, para atraer a más comensales con nuestra presencia), en una de las mesas altas con taburetes (¡cómo molan!), y nos colocamos igual que en la cena de la víspera: Susana de cara a la Cognathèque de la acera de enfrente y yo mirando a la barra. Y esto comimos con más placer yo que ella. Abrimos boca con ‘bulots’ (9,20 euros), una suerte de grandes caracoles de mar que vi a la gente zampar en el muelle dominical de Burdeos. Llegaron presentados sobre una montaña de hielo, en plan ostricultura, con unos palillos de metal para extraer la carne, dos toallitas de limón para limpiarnos las manos y un cuenquito de mayonesa casera de cortar. Los bulots estaban un poco fríos para mi gusto y menos sápidos que los caracolillos hispánicos, pero muy gratos. De la ración yo comí 11 piezas y mi esposa 9. Fue un capricho de aperitivo que yo repetiría.

Surtido de quesos, en Le Coq d'Or (foto: Susana)

Surtido de quesos, en Le Coq d’Or (foto: Susana)

Nos cambiaron de cubiertos en cada plato. Susana hizo justicia al plato del día, al ‘plat du jour’ (9,80): Muslo de pavo tierno y sabroso, con ensalada vistosa, patatas fritas poderosas y un puré muy exótico e incisivo. Me moló el pavo, pero menos que lo mío, un muslo de pato, ‘confit de canard’ (15,20 en carta), exquisito, servido en cazuela, delicioso, con ajetes, patatas panadera, y sabroso, en una pieza poderosa también, y con unos tomatitos cherrys tan pimpantes como los de la foto. Por primera vez pensé que había algo no caro en Francia. Yo bebía con vino, otra media botella, esta vez Chateau Bouteilley (12,50 por una botella de 37,50 cl.), Côtes de Bordeaux, de 2010, merlot y cabernet sauvignon, Gran Vin de Bordeaux, de una bodega que existe desde 1617, un tinto de color violáceo y sabor a cuero y flores. Me gustó. Para compartir pedimos de postre fromage, una tabla de quesos con siete distintos: camembert, roquefort, rulo, ahumado, quizá alguno vasco, todo con dátiles de acompañamiento. Además, Susana tomó un café a la crema (3,10), «el peor que he tomado en mi vida, ¡la leche está helada!», dijo, y yo libé dos centilitros que gocé de su larga carta de coñacs: un VSOP Otard, suave, rico, elegante… Hum… Volvería a Cognac, aunque esté en Francia, aunque no haya nada que hacer, o quizá por eso (bueno, en mis paseos vi un cartel que anunciaba un bolo de la Jon Spencer Blues Explosion, y ahí solo viven 20.000 humanos).

(prefiere el coñac al brandy, Óscar Cubillo)

ver ubicación

33 Place François I; 16100 Cognac (Francia)
+33 5 45 36 10 29

ÓSCAR CUBILLO

Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado Bilbao en Vivo y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.

1 Comentario

  1. Para mí ya sois como el difunto Joaquín Vidal, a quien me encantaba leer aunque no me gusten las corridas de toros. Sé que probablemente nunca vaya a este restaurante, pero disfruto cómo está escrito!

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