Un fin de semana fui con los colegas al Restaurante Boga de Algorta, edificio de 1859 remozado, con bar en la planta baja, una terraza recogida al fondo, un comedor oscuro en la primera y otro claro en la segunda. Tenía ganas de ir y la buena onda no se vio decepcionada. Nos plantamos en el local un domingo del puente de la Constitución/Inmaculada y nos decantamos por el menú especial (32 euros, IVA incluido), con dos entrantes para compartir y una larga lista de segundos: cinco de pescado (bacalaos, merluzas…; además, fuera de lo previsto, también ofrecían sapito de ración) y tres de carne (entrecot, magret de pato…). Y de vino, crianza… de Ribera de Duero: Viña El Portalón 2005, de Burgos, 12 meses en barrica, con cuerpo de caldo castellano pero frutal y sin picar por el exceso de especias. Maridaba con las ensaladas, los hojaldres, el pescado…

El local estaba lleno y mientras sonaba Vivaldi, en el comedor superior, el precioso y blanco, con piedra, madera en las vigas y claraboyas en el techo donde salpicaba muda la lluvia, sentados en mullidas sillas de cuero blanco y atendidos por diligentes camareros vestidos de negro, atacamos la ensalada de ventresca grasa y suave con pimientos de piquillo y otros verdes, anchoas grandes, tomate deshidratado airoso, cebolla pochada, oliva virgen y vinagre de Módena. Se trataba de una fuente extraordinariamente generosa en cantidad, equilibrada y presentada con canónigos en la cima. Carlos la sirvió con maestría profesional (cuchara y tenedor asidos con una mano) y repetimos varias veces, pues costaba consumirla por completo. Luego llegaron los pastelitos de hojaldre sobre crema de boletus: tres tartitas calientes que olían a hondos, con las verduritas disimuladas y el foie elegante, empastado. Muy rico, oigan, y eso que no soy de hojaldres.

Los camareros eficientes le repusieron el pan al amigo Topo sin que este lo pidiera y le trajeron escalando la escalera sus cañas de Voll-Damm, muy bien servidas y con espuma. De segundo los tres escogimos pescado, a atractiva presentación los platos. La única pega es que estaban un poco fríos y la música, bajita, había pasado de Vivaldi a una suerte de folclóricos vascos de txoko. Topo pidió kokotxas de bacalao, lo mejor, rebozadas, estupendísimas, gordas, sabrosas y en cantidad (un comensal anónimo dejó sin comer la mitad de las suyas en lo que percibí como un pecado mortal). Carlos atendió mi consejo y optó por una merluza rellena de marisco que estaba muy bien (también se serví merluza sobre salsa de txipirones). Y yo aposté por el rodaballo, un triándulo gordo y con la piel requemada, tieso pero poco exultante de sabor.

De postre, tarta de castañas suave y esponjosa, nada empalagosa según Carlos (a mí me supo a jamón, las golosinas esas de antaño e ignoro si de hogaño también); otra tarta de queso fina y ‘acojonante’ según Topo; y yo un sorbete de limón fresco y suave, pues arrastraba una resaca del 9 pero me recuperé con semejante jamada.

Y entre semana…

Ese domingo estuvimos dos horas sentados sin prisa y felices. La Txurri me telefonéo para interesarse por mi salud y, como yo ya estaba eufórico, le prometí invitarla al de dos días, entre semana. Un menú del día por 14 euros. El martes del puente, laborable, cumplí mi promesa. El Boga volvía a estar lleno y cuando se libraba una mesa no tardaba en ser ocupada. Nos acomodaron en el primer piso, oscuro pero con piedras bonita también, y lamparitas, y servicio diligente. El vino del menú era un crianza riojano de la casa, sin sello y embotellado por Ramírez de la Piscina. Potable. El agua, Mondariz en botella de cristal. Del menú descarté las alubias y pedí ensalada de pollo, flipante, desafiante, estupendamente presentada, con sus tomates riquísimos, su pollo genial, su alioli tenue, sus tiras de zanahoria, su maíz, sus aros de cebolla y sus cuadrados de pan tostado. Ñam-ñam. Susana pidió alcachofas, suaves, sabrosas sumergidas en una sopa sápida y rematadas por unas lascas de jamón «del bueno».

Los segundos volvieron a llegar un poco fríos. Ella se moría de envidia por los entrecotes que servían en las mesas cercanas (patatas de buena pinta, salsa de queso…), pero prefirió muslo de pato, soso, con puré de patata con pinta de ser artificial, pimiento que apartó y puré de manzana. Yo otra vez pescado. Pasé de las lubinetas y los sapitos y escogí mero, una ración grande con sabor a mar, patatas panaderas gruesas y sosas, pero una pieza pescatera tan buena que la salsa no disimulada su pegada. Y de postre yo una tarta Santiago intachable acompañada por un con café cortado en su punto, y ella tarta de queso que «solo vaya». Vaya, pues yo ya tengo ganas de repetir en el Boga. A la carta sería lo idóneo, para poder comparar.

(Oscar Cubillo)

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Avenida Basagoiti, 63; 48991 Getxo (Bizkaia)

944915794


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Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Director de Suite, el único foro gastronómico sin cocineros de este país.

igorcubillo.com