Restaurante Maruja (San Vicente de la Barquera). Pescados de impacto

Sep 06, 11 Restaurante Maruja (San Vicente de la Barquera). Pescados de impacto

Buf… Un mito que se nos tambaleó. Un par de veces habíamos comido felices en el Maruja, uno de los mejores restaurantes de San Vicente de La Barquera. Está en la avenida del Generalísimo, frente a los pórticos de las mariscadas, en la misma acera de la sidrería Abel, donde siempre escancio una botella antes de entrar. Nuestro menú era invariable: almejas a la marinera para compartir, sendas sopas de pescado acojonantes y por unos 4 lereles, dos peazo pescaos de verdad y enormes (a la menier, o con setas y ajos), quesito de postre y vinos buenos y baratos, caso del Muga a precio de tienda. Todo sin tacha las dos veces que habíamos gozado de la vida ahí. Pero a la tercera, este agosto (durante nuestra tercera salida estival, a Asturias), flojearon en el Maruja: no supieron mantener lo sublime todo el rato, dándole la razón a Oscar Wilde.

El local es antañón y elegante. Muy recogido. Quizá más apropiado para el invierno, pero esto son prejuicios. Tiene paredes empapeladas, cuadros, techo de madera, grandes espejos, alacenas, cortinas, lámparas colgantes… Pinta antigua, como la de su web. El Maruja, además, ha incrementado los precios, subiéndose a la parra con los vinos. Aunque tengan el Muga reserva a veintipico euros, los caldos son caros y su carta corta. Centrándonos en los blancos, por ser un restaurante marinero (también ofrecen mariscadas), nos fijamos en el correcto rueda Viña Mocén a 12 euros (la vez anterior a 9) y en un par de godellos a 12, pero pedí el infalible José Pariente (14 euros, los precios con IVA), un rueda afrutado y cítrico, aromático y pálido, de largo posgusto, 13 º, de viñas de más de 30 años y… hum… franco en boca (¿sería por la calle del restorán?).

Los camareros son también de época. Muy mayores dos de ellos. Y ese día oficiaron muy raros: el principal y altivo nos trataba de tú y luego me llamaba caballero, nos sirvió tarde el pan, se le olvidó un par de veces la cubitera, no me trajo cuchara para la sopa, me sirvió un chorro de vino en una copa donde ya me había escanciado yo agua delante de él, las ostras las acercó supertarde (junto con mi primer plato: así que yo a deglutirlas con prisas), pretendió retirarme el queso del postre antes de acabarlo, miraba la hora aunque no de modo ostensible a eso de las 4, hacía plop al servir las botellas… En fin, un mal día lo tiene cualquiera, ¿no?

De aperitivo en el Maruja nos obsequiaron con un pudin de bonito montado sobre cuatro panecillos tostados: a la parienta no le gustaron y a mí me sirvieron para libar al Pariente. Con prisas ingerí las tres ostras que pedí para variar un poco las opciones y contarlo en este blog. A 1,5 cada una, me las trajeron en un coqueto plato ostrero séxtuple, con limón en el medio. Eran piezas grandes, dos sin sabor, una muy buena. Bah… a mi amigo Carlos le invito a ostras en casa de aperitivo, las tomamos con cava, y están mucho mejor.

Imagen tomada de elperiodicodelmotor.com

Imagen tomada de elperiodicodelmotor.com

Mi gozo en un pozo en restaurante Maruja

En el Maruja, de primer plato ataqué inmediatamente la sopa (5 euros: la han subido el 20 %) y mi gozo en un pozo. Como siempre el camarero escatimó la ración al servírmela en la mesa, pero lo peor es que no estaba tan espesa como antes, tan densa. La guarnición se escabullía, se les coló alguna espina y estaba sosa. Al camarero se le olvidó proveerme de cuchara, ya se ha dicho, y La Txurri pensó que el cocinero era distinto. Vaya, quizá la calidad había decrecido porque esta sopa se ofertaba en el menú del día del Maruja (19 euros, pero siempre lo hemos despreciado), al igual que los ‘guisantes a nuestro estilo’ (6), un plato que le rogué a ella que lo comiera para comentarlo. Lo pidió, no le gustaron las leguminosas verdes, y se los cambié por la sopa. Los guisantes eran rústicos, cremosos y salteados, sabían a mantequilla y me gustaron.

Temblando por la decepción parcial, arribaron los pescados. Susana escogió lubina (19) y le sirvieron un cachalote entero. Enorme, suave, real… La probó y se manifestó: «exquisito». Yo, como siempre, rodaballo (20). ¡Estaba mil veces mejor que la lubina! Entiendo a mi sobrino Iker cuando cuenta que su comida favorita es el «rodaballo salvaje» (un paréntesis: a Iker también le gusta el solomillo, el pollo le aburre un poco, le encanta el arroz a la cubana como a todos los niños y ha inventado dos platos: espaguetis a la cubana y, agárrense, bocadillo de huevo frito, una patente que debería vender al McDonald’s ya mismo). Retomemos el rodaballo, cuyo sabor se mantenía en boca tan largamente como para leer dos veces este paréntesis. No hacía falta masticarlo 10 veces para extraerle la sapidez y se presentó en dos rodajas generosas y la gelatina sublimaba. Lo acabé y proseguí con la mitad de la lubina restante, que aún estaba bien -muy bien a pesar de haberse enfriado-, aunque incomparable con el rodaballo.

De postre, alucinante queso manchego (5) para compartir y terminar el José Pariente. Una ración recia, ácida, picantilla y perfecta como remate. Ademas, un café que no tan rico como en las anteriores ocasiones («otra mano en la cocina», insistió ella; yo lo probé y noté que la leche flojeaba). Pagué 79 euros con la tarjeta y no dejé propina, pues soy seguidor del gran Martín Ferrán, quien ha dictado: «La propina, que en España va incluida en el precio, es parte de la liturgia gastronómica. Pura gastrosofía».

(Con todo salió contento Óscar Cubillo)

web del restaurante

ver ubicación

Avenida Generalísimo; 39540 San Vicente de la Barquera (Cantabria)
942 71 00 77

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