Restaurante Torre Salazar (Portugalete). Vistas en derredor

Nov 16, 11 Restaurante Torre Salazar (Portugalete). Vistas en derredor

Un día de estos debutamos en el restaurante Torre Salazar usufructuando un bono de Groupon que prometía: ‘Menú degustación exclusivo para 2 personas con entrantes, segundos y vino por 69 € en lugar de 180 € en Torre Salazar’. La propaganda exageraba, pero no mentía: el vino era una copa, el agua se pagaba aparte (no nos quejamos), no había postre y valorar en 90 euros cada menú resultaba obviamente excesivo.

Telefoneé a mi amigo Carlos, le expliqué la movida y soltó: «Cómpralo». Obedecí y ahí acudimos un miércoles y compartimos el bonito comedor con una pareja panoli que aprovechaba el mismo cupón de Groupon y cuatro gallegos que papearon chuletón que desprendía un aroma que te daban ganas de asesinarlos para arrebatarles la carne. Ahí permanecimos los ocho seres humanos, sin prisas, en un comedor diáfano de madera tintada y circundado por amplias cristaleras con vistas a la iglesia de Santa María, a los árboles redondos, a la ría y el Puente Colgante, y en la otra margen, al colegio Gaztelueta y la cúpula de la iglesia de Las Mercedes.

El Torre Salazar también ofrece menús especiales y del día, éste caro, pero el día que debutamos de segundo ofertaban lengua rellena de foie… ñam-ñam. Tras subir la cuesta, llamamos por el portero automático, el encargado nos abrió la puerta de abajo y nos recibió arriba, nos condujo a la mesa, confirmó que éramos clientes de Groupon y nos preguntó tratándonos de tú:

– “¿Es la primera vez que venís?”

– “Sí”, contesté con la frialdad que me caracteriza.

– “O sea, que es la primera y la última, ¿no?”, replicó tan rápido que pensé que había leído mi entonces reciente post en LQCDM sobre el restorán Rimbombín, de infausto recuerdo.

– “Esperemos que no sea la última”, terció Carlos, el pacificador.

Y a mí se no me había ido la mosca de detrás de la oreja cuando el encargado insistió:

– “¿Tú eres Oscar Cubillo, el de El Correo?”

– “Sí”, reconocí mirándole con ojos gélidos.

– “Es que te leo… lo de música”, se excusó acongojado.

Le pedimos una carta de vino, la miré por encima y le sugerí a Carlos pillar un Muga Reserva a 32 euros, que en la tienda de oferta vale 24, y él convino. No obstante, empezamos la liturgia pidiendo la copa vinícola del cupón. Elegimos un rueda muy seco. La casa nos convidó a un aperitivito, un ‘ravioli relleno de boloñesa de ternera’, envuelto en un calabacín y de sabor aparente.

La música amenizaba bajito con jazz. Carlos supo que era jazz del sello Blue Note, pero yo no tenía ni idea. Al poco, Carlos comentó complacido mientras esperábamos: «Ahora suena música experimental. Qué bien». Puse la antena, o sea agucé el oído, me giré en la silla, reclamé la atención del encargado y le informé: «El disco está rayado y todo el rato pasa por el mismo lado». El responsable alegó que estaba sordo, hizo mutis para comprobarlo, regresó contento tras solucionar el entuerto y yo pensé que había crecido mi crédito de crítico de rock.

Apuramos la copa de rueda con el primero de los tres entrantes: ‘hojaldre relleno de pisto con begui-andi sobre salsa de puerros al cava’, que maridaba de maravilla con el blanquito y que fue lo mejor de la sentada. Estaba superbueno, caliente, el hojaldre se desmembraba y el sabor del cartilaginoso begihaundi (ah, la grafía euskérica, tan variable) se integraba en el pisto y la salsa de puerros. Chapó. En los sucesivos platos no igualamos el momento, pero tampoco descendimos al infierno.

El Muga Reserva 2005

Para el segundo entrante solicitamos al encargado que nos preparara el Muga. Lo probé yo, le di el visto bueno con el olor, el encargado añadió que con el color también se notaba que estaría bueno, y sentenció: «Este nunca falla». Lo decantó, a mi pregunta nos informó de que era de 2005, cosecha excelente. Lo sorbimos en copas grandes de tulipa y el vino entraba suave, sin especias, balsámico y frutal… Mejoraba según pasaban los minutos, a mí me gustó bastante y a Carlos no le llenó.

El segundo entrante, ibéricos, era modesto y traía chorizo potente, jamón rico pero con un corte demasiado homogéneo y sospechoso, y un salchichón que tanto encantó a Carlos que lo reservó para el final. Comimos los ibéricos probando también de un par de botellas de aceite, uno catalán y otro muy superior: italiano, monovarietal frantoio, verde, potente y muy sabroso Entonces vimos que en la mesa de al lado los gallegos tomaban de aperitivo mousse de salsa verde, un vasito grande con buena pinta y un olor que nos alcanzaba a metros de distancia.

El tercer entrante, ‘flan de piquillos de lodosa’, era una especie de pastel de pimientos que de acompañamiento medraría pero de principal me empalagó, aunque a Carlos le satisfizo plenamente, pues adora los pimientos.

Imagen tomada de gastrourdiales.com

Imagen tomada de gastrourdiales.com

El primer segundo plato fue ‘sapito al horno con salsa de marisco y patatas panadera’. El encargado, ya amigo nuestro tras hablar de vino, de música y de comida, nos trajo una bandeja con el rape preparado y en dos mitades. La dejó en la mesa y Carlos sirvió con su contrastada habilidad a una mano. Él lo disfrutó y a mí no me convenció, pues aunque chupé su cabeza entera me pareció irregular. Empero, me agradó mucho la salsa con sabor a limón y la patata. Carlos lo flipó y lo ponderó de superlativo.

El segundo plato fuerte fue ‘confit de pato sobre panadera de manzana con gelatinas de cítricos’. Yo ya estaba bastante lleno y lo acabé con harta dificultad, pero lo percibí muy bueno. El confit explotaba en su rusticidad y pegaba bien con el puré de manzana y la patata.

Me sentía lleno pero pedimos postre, que no se incluía en el cupón, ya se ha dicho. Como los gallegos lo habían pedido, a mí se me antojó el ‘granizado de sandía’, que sabía mucho a hielo y tenía un pase con la menta, pues si no resultaría asaz insípido. Carlos pidió un helado de queso de cabra, muy bueno, genuino, que le subyugó. Ya leen que Carlos la gozó con todas las propuestas. También pedimos café al encargado, quien estaba preparando una alubiada en una puchera para unos tahúres de Costa Rica que se juntaban algunos sábados en el Torre Salazar y prolongaban la sobremesa jugando a cartas y bebiendo gin-tonics. El café también era de puchera, estaba suave y lo acompañaban galletas de coco, perfectas, y de chocolate, muy buenas.

Luego el camarero, arrollándonos con su confianza, nos invitó a orujo. «Una bomba», dijo Carlos. Yo lo probé y de noche sentía regüeldos tan asquerosos como los que provoca el pisco sour andino. Pedimos la cuenta y al llegar nos reveló el encargado que nos invitaba a los postres y a los cafés. Ya ven, a pesar de mi frialdad siempre caigo bien. Yo ya había pagado por adelantado con la tarjeta 69 euros de los dos menús y la factura era de 38,07 (23 del vino, 3,25 del agua, más IVA). O sea que cada uno comió y bebió por 55 lereles.

Le dije a Carlos que dejara 40 euros, yo puse una propinilla y al de tres horas, 180 minutos, salimos por la puerta sabiendo el currículo del encargado (José Luis, quien nos entregó su tarjeta con su móvil personal), un hombre madrugador, antaño trabajador de la discoteca Swans de Algorta y encargado de cafés señeros bilbaínos, un melómano al que le gustaría saber tocar el saxofón.

(se benefició de un Groupon el crítico Óscar Cubillo)

web del restaurante

ver ubicación

Travesía de Lope García de Salazar; 48920 Portugalete (Bizkaia)

94 496 65 85

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