Restaurante URbare (Bilbao). Ni tanto, ¿ni tal calvo?

Ene 20, 12 Restaurante URbare (Bilbao). Ni tanto, ¿ni tal calvo?

Es curioso. Ya hemos visitado un par de veces el restaurante URbare, junto a la pasarela Zubizuri (la pista de patinaje que diseñó Santiago Calatrava para atravesar la ría), siempre en buena compañía y tenemos una conclusión unánime. El servicio es muy bueno, el jefe de sala te hace sentir como un señor, pero sin agobios; sabe buscar un punto de complicidad con el cliente y siempre tiene una respuesta y/o explicación a las dudas y/o preguntas que se le plantean. El local se encuentra a un paso del centro de Bilbao, frente a las torres de Arata Isozaki, pero, paradójicamente, y pese a la ausencia de rincones o reservados en su distribución, parece un lugar indicado para citas discretas. Las mesas servirían para jugar al dominó en una tasca de pueblo, pero se visten de modo clásico y cobran presencia en un punto donde la ranciedad se confunde con la elegancia. Uno se encuentra a gusto, relajado, con la ambientación musical, entre soul y smooth jazz (ya sabéis, jazz para gente a la que no le gusta el jazz)… Bien, ¿y la conclusión unánime? Que la propuesta gastronómica no está a la altura del servicio, la ubicación, la selección musical.

La deducción se extrae del que llaman menú URbare, una propuesta que consta de tres platos, postre casero y bebidas, crianza de Rioja (Solar de Becquer, de Pradejón él) incluido. Todo por 19,80 euros, más IVA. En nuestra primera visita ya comprobamos los altibajos. La ensalada de pasta y pavo asado estaba bien rica, suficientemente sustanciosa pero nada cargante; un ejercicio de sencillez y eficiencia, sin tacha. El pastel de morcilla con salsa de puerro y cebolla fue un intrascendente timbal. Bien consistente, mas no tan tierna, era la carrillera de ternera con pastel de boniato. Y Aitorsky calificó de deplorable la guarnición de su porción de rodaballo. Qué carácter.

Durante la última visita volvimos a sentir la sensación de que el trabajo de cocina es muy mejorable. Las ensaladas (salmón con aliño de yogur y ensalada de pasta y piña natural) no pasaron de correctas. El plato de alubias con sacramentos resultó de lo más corriente y moliente. Mediocre era el pisto a la bilbaína, una potencial exquisitez que yo mismo preparo muchísimo mejor; para qué negarlo. Será porque soy bilbaíno. Y el rodaballo nos gusta tanto que no vamos a poner pegas, no nos arrepentimos de haber descartado el confit de pato a la naranja y el goulash de cordero. Rico estaba el hojaldre con manzana y para bueno bueno, el puding con salsa de frutos rojos que escogí de postre. Lo mejor. Un halago no especialmente conveniente, siendo yo un comensal que prefiere de largo el salado al dulce.

Un rincón del comedor de URbare (foto: cuchillo)
Un rincón del comedor de URbare (foto: cuchillo)

Tras tomar un café y una “infusión especial” (té negro con pétalos de rosa), y sumar los correspondientes impuestos, la factura ascendió a 47,30 euros (4.000 pesetas por persona). Nos volvimos a sentir a gusto en sus sillas/butacas (nos hubiéramos tirado allí un buen rato más), nuevamente contamos como un plus la labor de los camareros (pese a tener que pagar en la pequeña barra de la entrada) y lamentamos no haber comido un poco mejor. En esa ubicación, en ese ambiente entre moderno y decadente, con esa atención, con esa tranquilidad, se espera y desea algo más. Y resulta que lo que se encuentra en los platos no es para tanto. Ni tanto, ¿ni tan calvo? 

(espera un poco más igor cubillo)

web del restaurante

ver ubicación

Campo Volantín, 23; 48007 Bilbao (Bizkaia)

94 441 82 02

Rodaballo, con su guarnición, de URbare (foto: cuchillo)
Rodaballo, con su guarnición, de URbare (foto: cuchillo)

2 Comentarios

  1. Estimado D. Manuel… eskerrik asko por colocar mi blog dentro de su lista de enlaces sobre el comer!!!

    Alucinada estoy con que un blog de referencia para mí, me coloque a mí como referencia. Muchísimas gracias, un saludo, y a seguir comiendo 🙂

  2. Perro labrador /

    Por lo que veo, este restaurante está ubicado en el sitio donde la presentadora Patricia Gaztañaga abrió un elegante italiano que duró dos telediarios. Parece un lugar maldito para los proyectos de hostelería, veremos si este tiene más fortuna

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