Ostras o caracoles (Gastrocine). El ambiguo sabor de la sexualidad en la comida de los moluscos

Ayer, en un magnifico post, como siempre, políticamente incorrecto, Óscar Cubillo, mostraba sin tapujos su preferencia por los caracoles. Uno, siempre ambiguo y dado al goce con calzón quitado, no puede con este simpático, carnudo y cornudo animalito. He visto demasiados caracoles por las esquinas, las aceras, los badenes, alimentándose de las comidas más variopintas para que les tenga mucho cariño. Son babosos, se arrastran por el suelo y meterse ese cuerpecillo de resonancias fálicas en la boca resulta demasiado para mi maltratada sexualidad. Me imagino que el primer riojano o francés que, allá en la prehistoria, cocinó un caracol tuvo que estar pasando un hambre del carajo de la vela.

En el cine comer caracoles sólo le queda bonito a Julia Roberts en la escena de Pretty Woman, y eso porque no consigue comer uno solo y se le escapan volando el resto, como etéreas mariposas por el aire. En cualquier caso, una pena, hubiera estado MUY bien ver a Julia metiéndose un caracol en esa boca que más que boca es un buzón del servicio postal.

Por otro lado, si hay algo en lo que un machote no pueda evitar amplias resonancias sexuales en la comida es en el placer de la ostra. Abrir la concha, que siempre se resiste, como buena concha, echar limón, ver los movimientos del bicho y con una ligera inclinación de cabeza meterse el contenido en la boca, sorber con ruido y pasar la carne temblorosa de un lado a otro de la boca y tragar. Oh sí, sí, siiiiii, tragar y tragar. Hemos hecho locuras comiendo ostras, hemos comido ostras como si no hubiera un mañana, nos hemos intoxicado, hemos vomitado y… bueno, dejémoslo ahí. Pero el criminal siempre vuelve a la escena del crimen.

Este es un post dedicado a la gastronomía y el cine, y el «momento ostras Vs caracoles» es, sin duda, la escena de Spartacus, el film de Kubrick que cuenta con un magnífico guión de Dalton Trumbo. Marco Licinio Craso (Lawrence Olivier) se baña, sensual, indolente. Baño romano, mármol a tutiplén, sol entrando por el lucernario. Llama a su esclavo Antoninos (Tony Curtis), que entra en la pileta, descalzo, depilado, muy mono. Antonino limpia con cariño a su amo, le soba con la esponja, Marco le empieza a poner ojillos al esclavo y le pregunta:

-¿Robas, Antoninos?

– No, amo.

-¿Mientes?

-No si puedo evitarlo, amo.

– ¿Has deshonrado alguna vez a los dioses?

– No, amo.

– ¿Te abstienes de eso vicios por respeto a las virtudes morales?

– Sí, amo.

– ¿Comes ostras?

– Cuando puedo, amo.

– ¿Comes caracoles?

– No, amo.

– ¿Consideras moral comer ostras e inmoral comer caracoles?

– No, amo.

– Por supuesto que no. Sólo cuestión de gusto, ¿verdad?

– Sí, amo.

– Y el gusto no es lo mismo que el apetito y, por lo tanto, no es una cuestión de moralidad, ¿verdad?

–  Se podría decir así, amo.

– Ya está bien, ¡mi ropa Antoninos!. Mi gusto incluye tanto a las ostras como a los caracole.

Aplauso, no se puede decir más con menos. Con ese diálogo que fue censurado y que, en el montaje definitivo contó con el doblaje de la voz  de Anthony Hopkins que sutituyo la dicción de de Olivier (ya fallecido).  Trumbo metió un golazo por la escuadra a los censores de su época.Y de paso, estableció una norma no escrita que relaciona sexualidad y moluscos. Ya se sabe, los moluscos «moluscomemos».

Me reafirmo. Me gustaría comer tanto caracoles como ostras. Sin duda sería tan feliz como Marco, así mi campo de operaciones se ampliaría hasta el infinito y más allá, pero en cuestión de gustos hay cosas que te dice el corazón que el estómago no entiende. Y usted, cuál es su preferencia: ¿ostras, caracoles, o ambos?

(un artículo explotation by Gianfranco Stegani)

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