Restaurante Kai Eder (Plentzia). No les quedan bien los postres

Abr 01, 13 Restaurante Kai Eder (Plentzia). No les quedan bien los postres

No sé por qué voy tanto al Kai Eder. Quizá se deba a la tranquilidad del local (sobre todo entre semana), a la amplitud de su comedor, a sus ventanales con vistas a la ría y a la playa, o a los precios de sus menús. Sí, menús, porque acabo de telefonear para preguntar si se puede comer a la carta y me han respondido que no, que sólo menú. En su web los del Kai Eder se definen «especialistas en cocina tradicional» y asegura Susana, mi esposa, la del paladar fino, que ahí hay que pedir siempre verduras y carnes, que les quedan muy bien.

Así, a botepronto, yo resumiría que en el Kai Eder los primeros platos les quedan bastante bien cuando no pretenden rizar el rizo, que con las carnes se lucen (entrecotes, lengua, manitas de cerdo…), que son más irregulares con los pescados, que los postres parecen peor que hoteleros, aunque presuman de caseros (yo paso de sus tartas y pido lo básico: natillas, arroz con leche, queso…), y que los vinos los suelen servir a temperatura ambiente (¡y a menudo esperan abiertos en la mesa!).

En su web venden: «Contamos con una ubicación estratégica en la localidad que le asegura una buena vista. Le garantizamos un ambiente tranquilo, una cocina diferente y deliciosa, así como una excelente relación calidad-precio». El caso es que vamos a menudo al Kai Eder. De hecho, en noviembre de 2010 ya se publicó en Don Manuel un post sobre un menú especial del local, cuyo precio se mantiene, por cierto.

Y ahora ampliamos y refrescamos la impresión contando los cinco tipos de menús básicos que ofrecen.

Menú del día (10 €)

Antaño yo recomendaba encarecidamente este menú, porque el vino era cosechero de Rioja. Ahora te suministran un morapio en botella rellenada que se puede beber, sin más. El Kai Eder entresemana suele estar semidesierto, o sea que por diez euros no está nada mal. «Se valora la tranquilidad», opina mi esposa. Además, te esperan con la mesa puesta: cuatro cubiertos y el de postre, dos copas, mantel y servilletas de tela… El último día que fuimos tenían de primero alubia roja, calabacines rellenos, ensalada mixta que le gusta mucho a ella y pisto. Empezamos con calabacines rellenos, dos trozos con queso espeso y jamón natural, un poco sosos pero saludables, y yo el pisto cortado en trozos gordos, con mucho pimiento rojo y verde, calabacín, huevo escalfado, cebolla de fondo… Rico y sano. El vino entraba más dulzón.

Ese día en el local había tres parejas más y otros seis comensales hablando en inglés en una mesa redonda. Y de segundo había lirios fritos, revuelto de bacalao y las dos carnes que pedimos nosotros: costilla de cerdo, escoltada por patatas y muy hecha pero rica, aunque menos sabrosa que la falda de ternera, con su carne blandita empapada en salsa suave y dulzona, una receta olorosa y exótica, entre inglesa y oriental. Estaba estupenda, insisto. De postre pedí una tostada con sirope muy dulzona, y Susana un pudin de yogur durito y con poca pegada para mí, pero rica base según ella.

Grandes manitas de cerdo (foto: O.C.E.)

Grandes manitas de cerdo (foto: O.C.E.)

Menú fin de semana (17 €)

Se trata de un menú similar al del día, con mejor vino. Suele haber más comensales en el Kai Eder los findes. Abundan las familias y, aunque las mesas siguen estando muy separadas, a veces se eleva cierto guirigay. En los últimos tiempos hemos ido dos festivos. El primero salimos escépticos, no sólo porque nos atendieran con premura. El vino, cosechero de Rioja, Puente del Lago, tenía corcho de silicona y estaba a temperatura ambiente, o sea caliente, pero entraba suave, mineral y coriáceo. De primero comimos sencillos níscalos, muy áridos, y me aburrí de ellos pues echaba de menos un poco de jamón o algo; y Susana canelones de rabo de toro, muy ricos, con pasta válida, la salsa del rabo y el sabor potente. Nos trajeron los segundos tan deprisa que no habíamos acabado los primeros: lengua en salsa con patatas panadera y en rodajas gruesas que comí en bocadillitos (debe de ser un atavismo infantil); y ella un entrecote superfrito pero aún así sápido, con rico pimiento que me zampé. De postre, tarta strudel sin nata, que era más bien una tarta de manzana, y un flan cojonudo. Salí pensando que es mejor ir de menú entresemana.

La última visita en fin de semana salimos más contentos. De aperitivo, nos obsequiaron con dos cestitas de ensaladilla y de primero había ensalada mixta, alubias con sacramentos, hojaldre relleno de pato, y lo nuestro: ella, calabacines rellenos de carne y gratinados, con buena bechamel, un plato que le recordó a la lasaña; y yo sopa de pescado, rojita, más que correcta aunque bajaba el nivel algún tropezón (mejillón demasiado hecho, muy lucido el chipirón…). De segundo había chipirones a la plancha con cebolla (hace años comí unos ahí y aún los recuerdo con gozo), pimientos rellenos de bacalao, y lo nuestro: ella un entrecote a la plancha muy hecho, y yo elegí el motivo por que el acudimos al local ese día nada más ver el menú: manitas de cerdo, con las que el vino creció. Supongo que las manitas las cocieron aparte de la salsa, que no las cocinaron a la vez, pero no hay queja más allá de lo sositas y un poco duritas por ciertas partes. Recuerdo que en una ocasión anterior en el Kai Eder me sirvieron un súper plato de patas porcinas con patatas fritas que consideré una heterodoxia, pero me las zampé sin chistar. Y de postre ni idea de qué comimos ese día, que ni lo apunté ni me acuerdo.

La caliente cazuela del arroz con bogavante (foto: Susana).

La caliente cazuela del arroz con bogavante (foto: Susana).

Arroz con bogavante (34 €)

Hay que reservar este menú con 24 horas de antelación. O sea, la víspera. Incluye la bodega (crianza Rioja y agua) pero no el postre, y te ponen croquetas y el arroz. Cuesta 34 aurelios oficialmente, pero yo fui con un cupón de Colectivia que me costó 29 euros y que, falsario, prometía un descuento desde los 60. Lo consumimos entresemana, no había música, el amplio comedor estaba semivacío, nos acomodaron junto a una ventana y La Txurri evocó de nuevo la decoración setentera del local, similar a la de su colegio, Las Irlandesas, en los suelos, los techos, las maderas, las puertas, las calefacciones… Mientras ella hablaba, yo libaba el vino tinto, Dunviro 09, un poco caliente, astringente, con aroma a tostados y cuero, sabor a arándanos…

Al poco hicimos justicia a las ricas croquetas, una docena de tres tipos, dos unidades no muy grandes de cada tipo por cabeza: de bacalao tenue muy bueno, de carne las mejores, y otras de chorizo contundente que coloreó la bechamel. No nos cambiaron los cubiertos y tardó en llegar el arroz. Susana ya se estaba impacientando. Al final arribó borboteando la cazuela de barro. El arroz estaba bastante hecho, un poco blandito, pero bastante rico. Lo preparan al horno, nos confió el encargado. La receta caldosa incluía sus tropiezos pescateros y el bogavante estaba correcto. No nos dejaron toallitas de limón para limpiarnos. Salimos satisfechos de la pitanza y no nos importaría repetir, pero prefiero comer estos arroces en terrazas canarias con vistas atlánticas. Días después nos cruzamos en el ascensor del Kai Eder con una pareja que se llevaba el arroz recién preparado y olía que alimentaba.

Entrecote al punto (foto: O.C.E.).

Entrecote al punto (foto: O.C.E.).

Menú degustación Bono Colectivia (14,5 € por persona)

Este cupón de Colectivia prometía un descuento desde los 30 euros para cada uno y lo compré porque lo asumí como un menú de fin de semana mejorado y más barato. Había dos entrantes, de principal carne o pescado a elegir, más postre y Rioja. Esto comimos sin prisa:ensalada templada de gulas, un tanto mustia pues parecía preparada con antelación, pero correcta, con dos ruedas de tomate muy maduro y maíces que La Txurri apartó; surtido de croquetas (chorizo, bacalao, jamón), solo una por cabeza, calientes y con excelente bechamel, elegante la de bacalao, aparente la de jamón y contundente la de chorizo; de segundo ella rodaballo salvaje a la plancha con refrito de ajo, muy blando, demasiado hecho y tan insípido que dudo que fuese de mar; y de segundo yo entrecote a la plancha con patatas fritas, sin pimientos pero con papas ricas; era una carne excelente, tierna, sápida, plancheada al punto, y la gocé. De postres, entre las cuatro propuestas del menú de fin de semana de ese día elegimos pudin de yogur, que esta vez no le moló a ella, y yo unas sencillas natillas de chocolate con galleta sumergida que me divirtió. El agua fue Solares y el consabido crianza Dunviro, rioja de Calahorra, 2009, sabor tostado esa vez. Ah, y ese domingo del menú especial de finde yo habría elegido sopa de pescado y lengua o centro de chuleta y quizá habría salido más contento.

El servicio esperando a los comensales (foto: O.C.E.).

El servicio esperando a los comensales (foto: O.C.E.).

Menú especial (de 32 a 58 €más IVA).

Un día degustamos siete personas en un reservado uno de sus varios menús especiales con varios entrantes, pescado y carne, postre más bodega. El vino era mejor: Aranzubia, creo, y otras propuestas vitivinícolas del Kai Eder  son las de Cune, Beronia y reserva Ramón Bilbao. Lo pasamos bien, comimos bastante y sin prisas en una mesa redonda preparada en el reservado, y recuerdo que estaban bien los ibéricos y las croquetas, que había arroz caldoso con un pase, bacalao rico (como a Susana no le gusta se lo cambiaron por merluza), rabo contundente y de postre tarta aparente. Un menú éste por encima de la media del local.

 (se abstrae mirando por los amplios ventanales Óscar Cubillo)

web de Kai Eder

ver ubicación

Calle Txurrua, s/n; 48620 Plentzia (Bizkaia)

946 774 133

1 Comentario

  1. No me atraen los menús de los fines de semana porque a menudo son los de entresemana con precio recargado. Es lo que sucede en el Kai Eder, donde se encarece el menú de 10 a 17 euros y se mejora el vino y poco más. Este sábado ahí almorcé invitado por mi esposa -menos mal-, y la cosa le costó 36 euros (6.000 pelas, oigan). Ella no se quejó porque asegura que le mereció la pena por disfrutar del sábado con su marido (o sea yo), por las vistas (estábamos en muy buen sitio, en verdad), por su primer plato de calabacines rellenos de jamón y queso (pero ración escasa, como un pincho doble, y con una rica salsa de queso), lubineta que le encantó (era de piscifactoría y llegó muy aceitosa, con patatas panadera duras y también aceitosas en un conjunto que a la tarde-noche le provocó ‘biotzerre’ -o sea ardor de estómago-) más un flan de yogur de postre que le extasió tanto que me miró mal cuando le raspé una cucharadita (y que estaba un tanto insípido), todo regado con una caña abonada aparte (dos euros). Comimos en unos tres cuartos de hora, igual de rápido que en un menú del día de currela, en un local que estaba lleno de mesas grandes ocupadas por señoras celebrando la pre-Navidad, imagino. Yo del menú sabatino a 17 lereles escogí marmitako aparente (supongo que las patatas estaban cocidas aparte con caldo y al final se sumaban unos trozos de bonito seguramente de lata; buah, qué bien cocinaba mi suegro el marmitako con una receta que le enseñó un cocinero de la zona Gorliz-Plencia embarcado en alguno de los buques donde era jefe de máquinas), callos y morros sin gracia (seguramente precocinados) y de postre tostada con nueces (impresentable, en serio, y lo digo sin acritud; la dejé casi entera en el plato), todo regado con un cosechero riojano insípido y del que bebí tan poco que no me sirvió para mi propósito: mamarme.

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