Slow Irish Tavern (Vitoria). Prensa, pintas, pinchos y económico papeo popular

Jun 16, 14 Slow Irish Tavern (Vitoria). Prensa, pintas, pinchos y económico papeo popular

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La primera vez que, de casualidad matutina, pasé ante su fachada, de proporción estrecha para el fondo que posee el local, intuí que comería ahí. Por precio, propuestas (menú del día, que es lo mío, y cosas que no practico tanto como cazuelitas, combinados, bocadillos, hamburguesas, etcétera) y decoración de pub irlandés. El caso es que hace no mucho, un fin de semana que viajé a Vitoria para ver un bolo sabatino de Danny & The Champions Of The World, de rebote (el Bodegón Gaona no sirve comida los findes, grrr…) entramos en él y ahí almorzamos dos veces. El primer día, sábado, tuvimos suerte a pesar de la congestión y la algarabía deportiva de final de temporada que se vivía en la capital administrativa vasca: fútbol del Alavés y baloncesto contra el Barcelona (entonces entendí por qué los hoteles estaban tan caros). En el Slow, lleno, justo se libró una mesa para dos, nos la prepararon rápidamente y salimos tan contentos que repetimos al día siguiente.

El Slow (lento en inglés, no sé si hay que traducirlo en esta weg) sobre plano es largo y estrecho, y cursa en erre alta con curva al fondo a la derecha (o en ele invertida, no lo sé, pues carezco de visión espacial), y está cubierto con maderas, salpicado de sillas y taburetes, y adornado con lamparitas. Hay ejemplares de periódicos diversos dispersos y demás prensa, y a la derecha se alza la luenga barra con unos pinchos potentes y tentadores al principio de la misma. El caso es que ese sábado, con Vitoria llena de gente contenta, cantarina, bebedora y uniformada deportivamente, el Slow estaba lleno de cuadrillas de hinchas que no gritaban tanto empero su lozanía, una bebé llorando en un coche ajena a sus crasos padres (y viceversa), un perro con una pareja (o al revés), la tele encendida pero sin molestar, una familia con cuatro personas extranjeras (muy atractivas las dos hijas; todo lo de fuera es mejor, ya sabemos)…

Lasaña de espinacas de Slow (foto: OCE)

Lasaña de espinacas de Slow (foto: OCE)

Bueno, al lío, que diría Ray, el hijo de La Reina de La Movida. El menú del día del Slow cuesta 13,50 euros los findes; 11 entresemana y, encima, te dan una tarjeta que indica que por cada diez te invitan a uno (yo ya llevaría cuatro… y miro la tarjeta y veo que ofrecen pintxo-pote de lunes a viernes). El sábado nos tomó nota una jovezna extranjera y atractiva tan prieta como atorada en el idioma (castellano). Pedimos al segundo intento lingüístico y antes de las viandas nos trajo la bebida: una caña de birra tostada para mi esposa conductora (no nos la cobraron aparte) y para mí una botella de claro marca Belo, afrutado como indicaba la etiqueta, de 11,5 grados de alcohol, con cuerpo y recomendado para comer pastas, verduras, pescados, embutidos o carnes blancas. De primero había ese día navajas a la plancha (hum…), ensalada de ventresca (dudé, dudé…) y lo nuestro: mi esposa, lasaña de espinacas, enorme y muy buena según su sabio paladar, aunque un poco artificial para mi gusto, y con mucha y buena bechamel y tal y tal; y el que suscribe, paella, que empero sus destellos artificiosos fue un plato gozoso, en ración generosa, con un par de alitas de pollo enteritas a modo de escolta, rico langostino, gambas congeladas estupendas, limoncito que exprimí por ciertas partes para combinar su acidez con el clarete… y todo así de guay, lo que gocé cual chon, oink, oink.

De segundo había entrecot (que pidieron otros clientes y tenía buena pinta), chipirones a la plancha con allioli (que probablemente estuvieran estupendos), y lo nuestro. Para mí, merluza en salsa verde, que sólo me sirvieron una pieza, aunque estaba muy rica, con ricas almejas de acompañamiento, atractivo huevo cocido, el espárrago de rigor y salsa aparente, no demasiado espesa; un plato que me llevó a manifestar: «superbueno lo mío», a lo que replicó mí esposa, siempre escasa en elogios, «lo mío está alucinante». Se refería a sus albóndigas de cordero, un buen invento, oigan, sabrosas hasta decir basta, genuinas, suaves, con salsa con ajitos triturados evidentes y pimiento de verdad, más patatas fritas de las buenas. Si van al Slow y lo ofrecen esa vez, no se las pierdan.

De postre había arroz con leche, flan y cuajada caseros, y lo nuestro: tarta de chocolate para Susana, de «riquísima» la calificó, y era de suavísimo chocolate; y para mí zumo de naranja, estupendo, optimizador y recién exprimido. Pagué 29,30 euros por los dos menús más dos cafés (1,10 euros el mío, solo y con sabor a aguado, resultó pésimo -habría un fallo en la preparación, era para devolverlo, pero no me quejé-; y 1,20 el café con leche de Susana, que estaba bueno), y encima me invitaron a un chupito a mi elección. Elegí de pacharán y me encantó. No dejé propina aunque preguntamos para volver al día siguiente.

Marmitako y mixta de Slow (foto: OCE)

Marmitako y mixta de Slow (foto: OCE)

El día después, domingo, el ambiente era más sereno. Nada de algarabía deportiva. Compartimos atmósfera con un matrimonio anciano y plácido, algunas familias con niños, una madre con su hija y poco más. Nos atendió otra joven extranjera y de primero en el menú del día, por 13,50 euros en finde, había arroz caldoso con setas y pollo que no pude convencer a mi esposa que lo pidiera, fideuá de mar que mi consorte rechazó de plano y lo nuestro: para ella una ensalada mixta y buena y brillante por su aliño que pidió le sirvieran sin pimientos (al final ahí en el plato dejó toda la berenjena, o lo que fuera la parte morada de los condimentos); y para mí marmitako de bonito, el plato marinero que tan bien cocinaba mi suegro, pero él más compactado, hondo y ligado que el marmitako del Slow, pues se notaba que prepararon las patatas aparte, con plan salsa verde poco cuajada con mucho perejil y guisantes gordos, y el bonito preparado a la plancha y añadido después a un conjunto aparente cuyo aroma llegaba de lejos. Correcto, pues es difícil comer un buen marmitako fuera de casa.

No había nada de ruido cuando comimos este primer plato, que regamos así: Susana con una caña tostada y yo con el claro Belo, que no resultó tan aparente como la víspera. De segundo descartamos el entrecote y la costilla a la barbacoa (yo le insistí para que pidiera esto), y Susana pidió una especie de plato combinado con las buenas patatas fritas del Slow, un huevo demasiado hecho a la plancha con la yema empastada, lomo rico, bacón plancheado que comí yo y un pimiento del piquillo al que nadie hizo caso. Lo mío, bacalao a la plancha, poco hecho, sabrosillo y sanote (quizá fuera…), con patatas fritas que no maridaban (ni que fuésemos ingleses), ensaladita que apenas probé y el pimiento que probé y dejé porque no me apeteció el contraste.

De postre el domingo había lo del sábado, más o menos. Arroz con leche, yogur casero, tartitas y lo nuestro: un zumo natural que repetí y tampoco estaba tan bueno como la víspera pero que no desmerecía; y un flan que a Susana le pareció insípido. Por los dos menús más un café con leche aparente a 1,20, pagué 28,30 en total y salimos del local sin que esta vez me ofrecieran chupito. Grrrr… Sé que volveré al Slow. Con calma… quizá.

 (le agradan los grandes pubs irlandeses con espíritu y madera a Óscar Cubillo)

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Fueros, 29; 01005 Vitoria (Álava)

945 03 15 81

ÓSCAR CUBILLO

Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.

2 Comentarios

  1. Miriam /

    yo estuve comiendo ayer y no estuve nada a gusto. La comida esta buena, pero tampoco nada extraordinario.

    nos pusieron al fondo, a todos los clientes súper apretujados, sin sitio.

    los camareros no fueron desagradables, pero tampoco muy amables. Te transmitían su estrés y como no tenían casi ni sitio para pasar, molestaban para pasar entre las mesas.Tampoco servían la comida con mucho cariño. Había veces que casi te la echaban en la mesa.

    con tanta gente, había un ruido horrible. Tenían la música bastante alta también, lo cual no ayudaba.

    No recomiendo este sitio. Más que por la comida, por el servicio, el espacio y demás.

  2. Pues el sábado del pasado 13º Azkena Rock Festival comimos el menú del día en el Stow Pato, Teo y el que suscribe. A 13,50 cada uno, elegimos de primero arroz caldoso con pulpo, sabroso, natoso, con clase y nutriente para aguantar la jornada festivalera, y yo, como se había acabado la ensaladilla rusa (grrr), una ensalada césar muy sabrosa, enjundiosa, bien preparada, con pollo rico, buen queso y hasta pan tostado. De segundo, Pato y yo pedimos entrecot, de calidad la carne pero la preparación la desmejoró un tanto, y escoltada por patatas fritas apetecibles y ningún pimiento (qué raro), y Teo pidió de segundo un primero, otra ensalada con muy buena pinta, anchoíllas y tal. Todo lo regamos con un vino abonado aparte, 9 euros por un rioja Mitarte, fresco, mineral, frutos rojos… De postre, zumo natural para Teo y cuajada para Pato y un servidor. No está mal este irlandés alavés, no.

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  1. LQCDM: Slow Irish Tavern (Vitoria). Prensa, pintas, pinchos y económico papeo popular | bilbaoenvivo - […] bocatas y demás. Así lo evoco en la web culinaria ‘Lo que coma Don Manuel’: * Slow Irish Tavern…

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