Obituario: para Ferni. ¿Quién era de verdad Ferdinand Cubillo?

Sep 04, 17 Obituario: para Ferni. ¿Quién era de verdad Ferdinand Cubillo?

El controvertido crítico gastronómico Ferni Cubillo (1964-2017) fue, sobre todo, un gran profesional. Elegante y faldero. Mordaz y marrullero. Embaucador y con un pico de oro. Su pluma, del mismo metal. Divorciado y pensativo. No se callaba. A veces su boca le perdía. Pensaba que su razón era la justa. A su alrededor pululaban siempre acólitos y detractores.

Siempre con ropa de marca y de aspecto impoluto. Vestía por fuera de Armani y por dentro de Roederer Cristal. Su inseparable sombrero de fieltro gris con ribete negro le daba ese aspecto distinguido. Pocas veces llevaba corbata, pero era un habitual de americana. Su barba canosa y abundante le sumaba años que no tenía. Su altura, por encima de la media. La dimensión de su barriga estaba acorde con su vida, pero sin llegar a llamar la atención. Su coronilla parecía tirada con un compás. Sus gafas, de pasta intelectual.

Defendía la cocina como arte allá donde hablara. Le obsesionaba definirlo así. Daba conferencias y organizaba eventos. Siempre puntuaba por bajo. Todo le parecía poco. Filosofaba sobre el arte de la cocina en coloquios y encuentros.

Cubillo, crítico asesinado

Cubillo opinaba a veces en el límite de la corrección, en otras con ironía sostenida. Pocas veces perdía los papeles. Estaba convencido de sus hipótesis. Sus amistades eran férreas y las defendía con vehemencia. No le temblaba el pulso a la hora de escribir. Sabemos que algunas veces había recibido amenazas.

Si alguien protestaba lo arreglaba con una palmadita en el hombro. Por lo menos, eso pensaba. Tal vez por eso fuera asesinado. Murió volviendo a Donostia. Dentro de su propio coche, mal aparcado y en la cuneta de la hermosa carretera boscosa que serpentea junto al río Araxes. Un tiro de gracia en plena frente fue la propina que le dieron sus asesinos después de haber vaciado por completo los cargadores de sus armas en forma de factura, IVA incluido. Le dispararon sin mediar palabra. Iban a por él. No hicieron preguntas. Le estaban esperando. Hacía 20 minutos que había hecho su particular última cena. La hizo en soledad, en el restaurante Maskarada, en Lekunberri. Ninguno de sus apóstoles le acompañó aquel día.

Tuvo el corte de digestión más imprevisto que hubiera podido imaginarse.

D.E.P.

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