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Contenidos Etiquetados "boga"
Tenemos chica nueva en la oficina, se llama Alazne y es divina. Donostiarra hasta la lágrima, el sábado se fue a la Fiesta de la Cerveza Vasca y se le revolucionó el flequillo. Lo cuenta en esta misiva a Don Manuel.
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(+65 rating, 13 votes)Cargando... Me apenó el cierre del restaurante Tellagorri, sito en el centro de Algorta. A menudo miraba en su web el menú del día y me relamía imaginando salsas, colores, sabores… Tras cinco años ahí, los que lo dirigían no llegaron a un acuerdo de renovación del alquiler con los dueños del caserón y debieron buscarse las alubias en otra parte. Ahora el caserón está de obras y un cartel advierte que se atiende temporalmente en el cercano bar restaurante Boga, otro sitio molón pero menos. Un día mi hermano Igor, rector de esta web, me transmitió las siguientes indicaciones: «¿No andas mucho por Plentzia y por ahí? Me han contado que los del Tellagorri han abierto un restaurante que se llama Las Palmeras. ¡Entérate!». Y un día que mi cuñada María, desde Madrid, buscaba un local bueno y barato por esa verde y costera zona vizcaína, para celebrar un cumpleaños entre seis personas, en la Red se topó con que la comunidad virtual ponía de maravilla a Las Palmeras. «¿Lo conoces?», me preguntó. «No, pero me han hablado bien de él. ¡Reserva!». Telefoneó María y, por mail, le mandaron el apetitoso menú degustación de ese fin de semana; seis propuestas más bodega con estas instrucciones: «Agua. Tinto crianza DO Rioja, blanco DO Rueda, rosado DO Rioja o DO navarra (1 bot x 2 personas). 30,00 €, 10% IVA incluido». ¿A que apetece? Las Palmeras se alza en la carretera Urduliz-Plentzia, en la vía interior, la que discurre entre curvas y bosque. Como quien dice, sólo se puede llegar en coche. Nosotros casi nos perdemos, porque desde el local nos explicaron mal el trayecto, pero el sexto sentido de mi esposa hizo que llegáramos bien. Aparcamos en su parking, donde se alzan las palmeras, y cruzando la barra corta del bar con pinchos entramos en el comedor, para unas 20 personas. Sonaban los Rolling, mi suegra y mi cuñada pidieron que bajaran el volumen y lo hicieron. No se va a...
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Óscar Cubillo se dejó invadir por la atmósfera de serenidad, cual burbujita aislada, del Karola Etxea con su techo de vigas, sus adornos marineros, sus paredes azuladas, sus cortinones…
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Boga tiene bastantes similitudes con el clausurado Tellagorri: bonito caserón, terraza, decoración clásica y acogedora, escaleras subiendo al comedor, y gusto por las salsas y por los nombres extensos de sus platos.
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Muy bonito es el restaurante Tellagorri, sito en el cogollito del poteo de Algorta, cerca de los bares y también restoranes Piper’s, Ugartena y Boga, éste último muy influido por el Tellagorri. Ubicado en un antañón caserón de piedra, el Tellagorri ofrece molona y solicitada terracita (atestada en estío, sí), bar bien puesto, servido y provisto (vinos anunciados en una pizarrita, pinchos variados, raciones de anchoas y champiñones, un caldo que un día me resucitó de una resaca mortal, etc.) y comedor subiendo la escalera. Un comedor tan precioso como revelan sin trampa ni cartón las fotos de su cuidada web. Un comedor coqueto con vigas y techo de madera, piedras en la pared, bonitas ventanas, espacios pintados en rojo, agradable mantelería, buena disposición de las mesas, clientela educada que no habla alto y a menudo muy mayor, y ninguna música de fondo, lo cual contribuye a la serenidad general del ambiente. Algunos cocineros recomiendan encarecida y públicamente los pescados del Tellagorri (a menudo en piezas de kilo para dos raciones) y no pocos clientes avalan su chuletón. Los del Tellagorri en su web escriben que hacen cocina tradicional con toques actuales, pero no sé, yo diría que su éxito se halla en el producto, diversos exotismos en los platos y la cuidada elaboración, todo al servicio de un papeo clásico pero puesto al día. Hacía mucho que no íbamos a comer ahí. En Carnaval nos animamos a su menú del día: 14 lereles, IVA incluido, con vino riojano y propuesta culinaria de luengos bautismos en los platos pero hondos sabores. Era miércoles y el comedor se llenó y muchas mesas doblaron su utilidad. Las atendía un chico dicharachero, raudo y cómplice, de afabilidad descarada y echada p’alante, un tipo charlatán y suelto infectado por el síndrome Mario Vaquerizo y que a La Txurri le cayó muy bien. Ese miércoles había cuatro entrantes en el menú: ensalada con lascas de idiazábal, piquillos y vinagreta de nuez y más cosas que ni recuerdo ni apunté...
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Un fin de semana fui con los colegas al Restaurante Boga de Algorta, edificio de 1859 remozado, con bar en la planta baja, una terraza recogida al fondo, un comedor oscuro en la primera y otro claro en la segunda. Tenía ganas de ir y la buena onda no se vio decepcionada. Nos plantamos en el local un domingo del puente de la Constitución/Inmaculada y nos decantamos por el menú especial (32 euros, IVA incluido), con dos entrantes para compartir y una larga lista de segundos: cinco de pescado (bacalaos, merluzas…; además, fuera de lo previsto, también ofrecían sapito de ración) y tres de carne (entrecot, magret de pato…). Y de vino, crianza… de Ribera de Duero: Viña El Portalón 2005, de Burgos, 12 meses en barrica, con cuerpo de caldo castellano pero frutal y sin picar por el exceso de especias. Maridaba con las ensaladas, los hojaldres, el pescado… El local estaba lleno y mientras sonaba Vivaldi, en el comedor superior, el precioso y blanco, con piedra, madera en las vigas y claraboyas en el techo donde salpicaba muda la lluvia, sentados en mullidas sillas de cuero blanco y atendidos por diligentes camareros vestidos de negro, atacamos la ensalada de ventresca grasa y suave con pimientos de piquillo y otros verdes, anchoas grandes, tomate deshidratado airoso, cebolla pochada, oliva virgen y vinagre de Módena. Se trataba de una fuente extraordinariamente generosa en cantidad, equilibrada y presentada con canónigos en la cima. Carlos la sirvió con maestría profesional (cuchara y tenedor asidos con una mano) y repetimos varias veces, pues costaba consumirla por completo. Luego llegaron los pastelitos de hojaldre sobre crema de boletus: tres tartitas calientes que olían a hondos, con las verduritas disimuladas y el foie elegante, empastado. Muy rico, oigan, y eso que no soy de hojaldres. Los camareros eficientes le repusieron el pan al amigo Topo sin que este lo pidiera y le trajeron escalando la escalera sus cañas de Voll-Damm, muy bien servidas y con espuma. De segundo los...
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