Cantina – Restaurante San Marcial (Irún). Al monte sin bocata
Nunca había sido un hombre religioso, jamás le había preocupado la opinión de Dios, no entraba entre sus planes contentarle, pero su salud se había debilitado tanto que decidió cubrirse las espaldas. Llegar a un entente con lo que hubiera, fuera lo que fuera, en ese sagrario. No fue algo meditado, lo cual no debe extrañar en una persona acostumbrada al aquí te pillo aquí te mato, a reflexionar después de obrar; en alguien que podría haber escrito ‘Autosuficiencia’, acostumbrado a colgar el corazón junto a la camisa, a usar la hoja de ruta de posavasos. Se le ocurrió una mañana que se dirigía a las peńas de Aia desde Irún, por la carretera perpendicular a la vía que une el centro de la localidad guipuzcoana con Behobia, y dio un volantazo a la izquierda, decidido a serpentear por la carretera que trepa hacia la peña Aldabe. Todo guiado por una señal que indicaba la dirección a seguir para llegar a la ermita de San Marcial. Ya ven, un hombre ya sin fé guiado por una señal divina. Milagro. Y puestos a recibir señales del más acá, mejor una indicación de tráfico que sobrevivir a una catástrofe natural, por ejemplo…
El caso es que condujo poco más de dos kilómetros y aparcó el coche en un aparcamiento habilitado junto a laderas sembradas de cilindros blancos, convenientemente alineados, como las cruces blancas de los cementerios militares, que protegen y guían hacia el cielo (otra señal, pensó nuestro amigo pecador) los robles que han plantado los vecinos de Irún en los últimos años. Cada uno con su etiqueta: escudo de la Villa, nombre y apellidos del improvisado labrador y fecha de la operación. Saludó a un par de personas que desplumaban aves, junto al pasto que comía un rebaño de ovejas, y reparó en la disposición de varios puestos de cazadores. Saludó a cuantos se encontró en su camino, pasó junto a un tobogán donde jugaba una familia en apariencia feliz, y dirigió sus pasos hacia la ermita que buscaba.
El pequeño templo se ubicaba junto a otro área de juego infantil y un pequeño mirador desde el cual contemplar la desembocadura del Bidasoa, la bahía de Txingudi. La vista alcanzaba desde los enormes edificios turísticos de la playa de Hondarribia al faro de Biarritz y la línea de arena que dibujan las playas y dunas de Las Landas. La ermita tenía la puerta lateral abierta de par en par, pero se encontraba vacío.
Un bar en la iglesia de San Marcial
En confianza, en dicho ambiente de recogimiento, él solo frente al retablo, comenzó a recitar: “he bebido, he fumado, he amado y, cuando me han dejado, he ido incluso más allá”. Una carcajada interrumpió su confesión. Se asustó, primero, se sorprendió, después, y finalmente pegó su oreja a la pared lateral. Allí, donde fuera, contaban cotilleos de Amaia Montero y sus excompañeros de La Oreja de Van Gogh, loaban el jamón ibérico y bebían sidra. “¡¡El zumo de manzana es en realidad la sangre de Cristo!!”, gritó alborozado. Se puso en pie, se santiguó atropelladamente y corrió a contar la buena nueva, la sorprendente revelación. Su recorrido fue breve, se interrumpió a escasos metros, en cuanto vio, con una extraña mezcla de alivio y lástima, mesas, bancos corridos y un gran cartel que rezaba “Cantina San Marcial”. “La milagrosa parábola de la sidra y el jamón no se la va a creer ni mi nieta de tres años”, concluyó.
Antes compartieron seis croquetas de jamón (6) y diez anchoas fritas (9), ambas raciones discretas, apenas reseñables, y no hubo manera de convencer a la tropa (¡¡ni pagando!!) de probar habitas con jamón. Estas caerán en próximas visitas pues, pese a la falta de efusividad de la presente reseña, la experiencia fue gratificante, no reviste gravedad subir a ese monte sin bocata ni material para hacer una barbacoa. La relación calidad-precio habrá que juzgarla adecuada y la vista, al mar de copas de árboles, reconfortante.
(lo cuenta, lo narra, igor cubillo)
Carretera GI 3453; Irún (Gipuzkoa)
619 450 890
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
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