Cena y charleta. Sin perder las buenas costumbres
Un año más, y como inevitable que es, llegó mi cumpleaños. Sin en principio demasiado alborozo, el día resultó finalmente divertido, con buen tiempo y numerosas llamadas. Se ve que facebook hace milagros con la memoria de algunos. Pero no me voy a quejar, yo soy bastante cumplida hasta con aquellos que no quieren ser felicitados. Que se fastidien.
Además de la celebración familiar, la comida con la big family y los pinchos en la oficina, se me ocurrió aminorar el impacto de un año más en mi ser, convocando una cena de amigas. Por tradición y comodidad, la organicé en el txoko de mis padres, así que se apuntó todo pichichi, ya que cocinaba la menda y lo haría al calorcito del asador, que estamos en invierno.
Lo mejor es no preguntar. Parezco nueva. Que si la una está a régimen y mejor nada de fritos, que si la otra con el rollo del Karma y tal y cual se ha vuelto medio vegetariana, que si la hipocondríaca te habla del anisakis y qué pescado vas a poner (la misma que cuando estaba embarazada me hacía congelar la carne… no aprendo). Bueno, a las nueve en casa y puntuales. Y he dicho, puntuales. Nada más. Haré lo que me plazca, que para algo invito yo. Y vale, si alguien quiere ayudar, que se encargue de lo típico: pan, hielo y vino.
El objetivo, además de comer, era pasar un rato agradable y despachar tranquilamente, que cada vez nos vemos menos. Debía buscar un menú que no me tuviera esclava de los fogones mientras las demás se ponían al día del papel couché. A evitar, igualmente, permanecer todo el rato delante de la parrilla, poniéndome tan roja y poco atractiva que pareciesen cinco los años que me caían. Tampoco era cuestión de tirarme todo el sábado cocinando, tocaba deporte escolar y demás obligaciones. Sin concretar si seríamos nueve o diez, tenía que calcular suficiente manduca para todos, aunque cierto es que siempre peco de exceso. Decidí no romperme demasiado la cabeza, ideando una comanda sencilla a la que tuviese cogido el punto y, en la medida de lo posible, del gusto de todos. No era momento de experimentos.
Así que, nada, viernes tarde de abastecimiento de charcutería y carne (recordé que en la última preparé merluza en salsa verde…) dejando la verdura para el sábado por la mañana. Como entrantes, chistorra y morcilla de Burgos a la brasa (de ahí la puntualidad exigida), junto a bloque de foie con dulce de tomate (Martiko) sobre tostadas con pasas. Compartían mesa dos pomposas bandejas de finas rodajas de tomate con rulo de queso de cabra, cebollino y orégano. Y, por aquello de no olvidar el pez, un sencillo y no por ello menos delicioso pastel de crabarroca con salsa rosa… Confieso que este último por obra y gracia de mi ama, y es que entre nosotras se produce tráfico de tuppers con cierta frecuencia.
De segundo, un único plato: redondo en salsa de cebolla. Apetitoso y resultón, lo puedo medio preparar de víspera, dejando el punto de la salsa para el mismo día. Listo para emplatar. Tengo un cuchillo estilo psicosis que bien afilado me permite diseccionar la pieza en finos filetes, consiguiendo una presentación muy “curiosa”, en palabras de mi abuela. Y aunque lo nombro redondo, suelo preferir para estos casos babilla o rabillo, mucho más jugoso. Este comentario lo puse sobre la mesa y casi tengo que dibujar una vaca para explicar lo que es rabillo… Y es que una de las solteras de mi cuadrilla se alimenta a base de pasta. Espaguetis con gambas, concretamente. Con esto lo digo todo. Acompañaban a la carne lustrosos pimientos morrones que mi santa madre había asado días antes… Pimiento, sal gorda (concretamente, pétalos de Sal Fossil que llegaron por Navidad), ajo bien picado y, por supuesto, aceite de oliva virgen (un Pata Negra oliva virgen extra del mismo lote, me encantan estos regalos…).
Como no hay nada perfecto, delegaron la selección de caldos en la persona menos indicada. La que tiene mayor voluntad, sin duda, pero sólo bebe agua. Así que eligió el vino instintivamente, por el color de la etiqueta, el diseño de la botella y el nombre. Ahí es nada. Y si encima era “joven”, qué más quieres… Menos mal que pudimos tirar de la bodega de mi padre y animar la cena con un Piérola que se dejaba beber.
De postre, quesos varios y bizcocho de limón, que mi tarta estrella ya la he repetido en demasiadas ocasiones. Está claro que no soy buena repostera. Cafés para la sobremesa con chocolatinas y tejas de Tolosa. Copas para las ‘sin coche’ o las que necesitasen ahogar sus penas (las de la edad o cualquier otra, tenemos de todo). Creo que ahora el año ahora me pesa menos…
(Uve)
Es de números y tiene un secreto para conservar su línea. Sus amigos se preguntan por la clase de alimento, Uve sonríe coqueta y se guarda su secreto. Aporta el #mistery a Lo Que Coma Don Manuel. Amiga del anonimato, viste de negro, escucha a Roy Orbison para alegrarse, le parece que Iván Ferreiro grita, estudió en colegio de monjas, le chiflan las ostras, ofrece cerveza a los gremios y trajo el TeleMadre a Euskadi. Siempre de aquí para allá, pasa la noche mirando la Luna, esperando que pase un cometa o baje un platillo volante. Lo normal, al conocerle, es preguntarle: “de qué planeta viniste?”.
Somos muy de recibir y agasajar y coincido contigo que siempre compensa el resultado esos nervios previos a la cita. Mi visión del paraíso ha sido una mesa repleta de buenos alimentos y compartirla con los amigos.
Zorionak por los años, que nos llenan de sabiduría, por las comida y por una trayectoria humana que hace que lo puedas celebrar, recelebrar y requetecelebrar rodeada de amigos
Un comentario tan profundo como el tuyo, merecería respuesta similar. Pero como obviamente cocino mejor que escribo, simplemente mil gracias. Un abrazo
Lo primero, Felicidades Uve! Seguro que estaba todo buenísimo! Con lo de los pimientos asados por tu madre, me has recordado a la mía, riojana ella hasta los huesos, y que prohibe la entrada en casa de pimientos enlatados.
Un beso! 🙂
Gracias maja! Lo intento.
saludos,