Restaurante La Bola (Madrid). Cocido madrileño con prisas
Un par de veces al año cae una escapadita a la capital del reino. La última ha tenido como excusa llevar a mi sobrina a ver un espectáculo de esos que se supone que son para público infantil, pero que los mayores disfrutamos más que ellos. Particularmente en mi caso, ya que no hay cosa que más me guste en esta vida (después del buen comer) que un musical en vivo y en directo. Da igual que sea bueno o malo. Si hay cante y baile de por medio, me vale.
Teniendo en cuenta que mi sobrina es muy mala comedora (lo que se está perdiendo la pobre; ya se arrepentirá, ya), y que de las pocas cosas que le hacen tilín es la sopa con fideos, la elección fue bien fácil: La Bola. Sopita para ella, cocido completo para el resto, y todos contentos. Además, estaba cerca del teatro para ir poder ir andando tras la comilona.
En la Bola sólo ofrecen dos turnos de comida: uno excesivamente pronto, a las 13:30 horas (la hora de las rabas en Bilbao), y otro muy tarde, a las 15:30 (casi casi la hora del patxaran). Así que, como teníamos que estar en el teatro a las 17:30 horas, elegimos el primer turno. Llegamos con diez minutillos de retraso al local, y nuestra mesa era la única que faltaba por ocupar. Qué puntualidad más británica la del resto de comensales… Sorprendente.
Nos empezamos a quitar los abrigos y, casi antes de sentarnos, el camarero nos pregunta (más que nada por educación, porque se da por hecho que todos los que van a La Bola comen lo mismo) si queremos cocido para todos. Le puntualizo que sólo dos y una sopa sin «sacramentos» (a los sacramentos sólo les llamamos así en el País Vasco, ¿no?), a modo de menú infantil castizo, para mi sobrina. Para que los garbanzos pasaran mejor, elegimos un Beronia crianza.
El cocido de La Bola
Pues fue sentarnos, ponernos la servilleta encima y ya teníamos los tres la sopa en la mesa. Ni los técnicos de Ferrari en el pit lane. Tienen todo ya preparado: los fideos ya cocidos en platos, y el caldo y el resto del cocido en unas vasijas marrones de barro individuales. Y en la mesa, un platito con cebolleta cortada, salsa de tomate y guindillas para servirse al gusto de cada cual.
Una vez tuvimos el plato de fideos secos delante, el camarero nos ordena cual a niños pequeños, ponernos la servilleta como si fuera un delantal, «por si nos manchaba», y empieza a servir a cada uno el caldo de la vasija de barro, con cuidado de que no cayeran muchos garbanzos ni carne ni chorizo en los fideos. Et voilá! Sopa lista. Estaba de lujo. Se notaba que el caldo «tenía chicha» y fuego lento. En la superficie se quedaba esa fina capita de grasa brillante, señal de que el cocido tenía poderío.
Apenas dos o tres minutos pasaron desde que nos terminamos la última cucharada de sopa y el camarero ya estaba de vuelta para verter todo lo que quedaba en las vasijas en los platos. Que tenían que preparar las mesas para el segundo turno y había prisa (por si aun no había quedado claro). Con la premura, al camarero se le colaron unos cuantos garbanzos en una de las copas de vino. Nos la cambió con la velocidad que para todo le caracterizaba, pero no tuvo el detalle de invitarnos a algún chupito o algo, ya que habíamos pagado una copa de vino que se fue enterita por el fregadero… Detalle feo, creo yo.
Plataco bien contundente el del cocido, que no me terminé a propósito, no fuera a ser que me arrepintiera cuando estuviera haciendo la digestión sentada en el patio de butacas. Que una ya no es una jovenzuela y excesos, los justos. Qué tiempos aquellos en los que podías comer hasta hartarte sin necesitar un Almax de postre… La única pega se la pongo al pollo, que estaba más seco que la mojama, pese a ser muslo y no pechuga. Lo demás, bien rico y, la verdad, mucho menos pesado de lo que nos esperábamos. Con un poquito de salsa de tomate (de la que ya estaba en la mesa cuando nos sentamos) y con la col cocida que nos trajeron después, aun mejor.
Nos quedamos con ganas de postre; por gula, obviamente, que no por hambre. Son famosos los buñuelos de manzana de La Bola, que tuve la oportunidad de probar en otra ocasión y, ciertamente, tienen bien merecida su fama. Por lo que vi, fueron pocos los comensales que no los eligieron para culminar la comida.
La verdad es que agradecimos que ese día la primavera hubiera decidido tomarse el día libre. Los calores que nos entraron con los garbanzos y las prisas, con 20 grados en la calle hubieran sido imposibles de soportar.
El precio de cada cocido completo fue de 20€ (IVA incluido). Imprescindible reservar.
(hubiera preferido quedarse un ratito de sobremesa, sin que le trajeran la cuenta sin pedirla, María Mora)
Calle La Bola, 5; 28013 Madrid
91 547 69 30
Soy María. Alicantina de nacimiento, baracaldesa de adopción y economista sin mucha vocación. Siempre he sido bastante glotona, la verdad, pero al buen comer y a los fogones me he aficionado en la veintena (esa que está casi terminando). Disfruto como una enana descubriendo sitios nuevos, casi tanto como pidiendo lo más raro que veo en una carta. No tengo blog propio, así que los Manueles me acogen cual cachorrillo sin hogar. Eso sí, tengo Facebook y Twitter, por si queréis cotillear algo sobre mí.
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Que rico y que buena pinta tiene…!!tengo muy buenos recuerdos de este sitio…
aunque por la gente que hay y demás…me he echo incondicional del restaurante el Nuevo Foque…donde también sirven un cocido madrileño completo!!!!!