Bistro Den Huzaar (Brujas). Bélgica. Un lugar para esconderse (como Colin Farrell)
No se si habéis visto la película «Escondidos en Brujas«. Si no es así, atentos que va un pequeño espoiler. En este film, Colin Farrell, al que siempre le dan papeles de macarra, tiene que esconderse en la bella ciudad belga de unos tipos que tratan de cargárselo. A él y a su colega chapucero que ha fastidiado un encargo de un mafioso. Una vez en Brujas tienen que tratar de no hacer nada y de dejar pasar el tiempo y, claro, en una ciudad de cuento de hadas, con todo por ver, canales, cisnes y buena cerveza es imposible.
Recordaba la película el otro día cuando, tras una urgente visita a la sede de nuestro curioso y poco espabilado gobierno común europeo en Bruselas regresé, por los recuerdos (soy un sentimental), a la ciudad que recordaba esplendorosa y brillante, como un día de primavera. No pensaba que en esas latitudes, en enero, al lado del mar del Norte el cielo se cae encima de tu cabeza a las cuatro de la tarde y a las cinco ya eres un bulto extraño en mitad de las calles.
Así que, por lo menos, y como los recuerdos de gustos, sabores y olfatos son los más persistentes y gratos, me congratulé acudiendo, otra vez, pasados los años, al Bistro Den Huzaar. Hay que decir que la elección de restaurante en Brujas es complicada porque hay decenas de ellos. Así que fui a lo seguro y conocido.
En su día, años ha, con mi sobrina rozando la adolescencia, uno de los camareros que chapurreaba el castellano le dijo que no tocara el plato de Lasaña y ella lo hizo pese a la advertencia con resultado de quemaduras. El camarero desolado nos preguntó: ¿no se lo explicado bien? y todos coincidimos que su español había sido impecable pero que la preadolescente cabeza de chorlito había hecho caso omiso de su aviso.
Esta vez, no hubo lasañas volcanicas con las que quemarse, pero todo lo que pedí me satisfizo. El local es agradable, sencillo, auténtico y lo suficientemente separado del centro para no estar tomado por los turistas (que en enero, he de confesar, no son/somos muchos). La comida recoge lo mejor de la cocina flamenca y sin alharacas ni disfraces satisface. Y el precio, a 35 leuros, pidiendo el menú, más que bien para estar en el centro de la Europa de los mercaderes y del euro supervitaminado y mineralizado.
Para empezar una sopa de cebolla de la que soy un declarado fan y que aquí la bordan. No tengo palabras para describir la emoción que me produce un plato, en teoría tan sencillo, cuando se hace bien como es el caso. Y unas simpáticas croquetas de gambas con una bechamel untuosa llena de la nata de las vacas locales que prácticamente se deshace en la boca. Los crustáceos le daban el contrapunto a la crema con un acusado sabor a mar bravío.
El plato principal fue la «Brugs stoofpotje van varkenswangetjes met streekbier en krieken «.Tras ese nombre que asusta encontramos un guiso de careta de cerdo servida en una cazuela de barro, con la tapa sellada por un anillo de pasta y con una salsa excelente. La carne es tierna, deliciosa y el ceremonial de comerla, extrañamente divertido.
No pedí postre porque estaba de comida hasta el carel pero tuve ocasión de ver en las mesas cercanas la especialidad casera que es el Cisne de Brujas, sobre el que pregunté (en inglés) al amable y desenfadado camarero. Me explicó que está hecho de helado de vainilla, sobre una base de merengue, con una cola de crema Chantilly y con almendras, peras y salsa de chocolate (eso fue lo que entendí y alguna cosa más de la elaboración, seguro, estuvo lost in translation). Es una horterada como un piano de grande pero, no me cabe duda que seguro que está muy bueno.
Como os dije, la noche del norte cae rápido sobre Brujas así que el tren te acerca en una hora hasta la capital del chocolate, del Atomium y del alegre funcionariado de sueldos imposibles que nos acerca, o lo intenta, a ese ideal de una Europa Unida con transparencia, gobernanza y fiscalidad común, osease: la utopía socialdemócrata.
solitario y conspirador y flamenco zuloko
Bistro Den HuzaarVlamingstraat 36, Brujas 8000, Bélgica
El patriarca de esta cosa. Considera que el acto de comer es uno de los placeres más enormes que nos ha procurado la existencia. Y a eso se aplica. Y a contarlo.
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