Bueno para comer. Centollos, perros, hormigas
Indiana Jones en el Templo Maldito (ya saben, los sesos de mono, servidos directamente del animal).
Hay una frase recurrente, pronunciada con orgullo y jatorrismo falsamente cosmopolita, entre los ambientes gastronómicos norteños que dice: «el primer hombre que se comió un centollo debía de tener mucha hambre». Ese dicho desvela mejor que nada nuestro relativismo cultural. Nos sentimos orgullosos de nuestros hábitos alimenticios, ya que hemos conseguido sobreponernos al tabú de comer insectos porque, en definitiva, un centollo no deja de ser una enorme araña. Y si llevamos el ejemplo al extremo y nos vemos remojando pan en las entrañas troceadas de un txangurro no podremos sino pensar en que estamos haciendo algo parecido a lo que ocurría en el banquete deNosotros comemos (bueno, ya no tanto o casi nada) angulas y he sido testigo de cómo un civilizado y muy viajado noruego que nos acompañaba en un banquete se ha tenido que levantar de la mesa reprimiendo las arcadas. Otras culturas comen insectos, ratas, perros y, aunque ahora un poco menos, ha habido tribus e individuos que traspasan la última frontera, la de comerse a los paisanos.
Resulta curioso leer en el divertido ensayo de Marvin Harris «Bueno para comer» cómo el hecho de que las diferentes culturas incorporen diferencias significativas a sus dietas viene dado no tanto por que un alimento sea «bueno» o «malo», asqueroso o limpio sino básicamente porque lo preferido es lo que presenta una relación de costes y beneficios prácticos más favorables que los alimentos que se evitan (malos para comer).
Somos omnívoros y no tiene sentido no comer todas las cosas que podamos digerir. Algunos alimentos apenas valen el esfuerzo que requiere producirlos y prepararlos; otros tienen sustitutos más baratos y nutritivos; otros sólo se pueden consumir a costa de renunciar a productos más ventajosos. Los costes y beneficios en materia de nutrición constituyen una parte fundamental de esta relación: los alimentos preferidos reúnen, en general, más energía, proteínas, vitaminas o minerales por unidad que los evitados. Pero hay costes y beneficios que pueden cobrar más importancia que el valor nutritivo de los alimentos, haciéndolos buenos o malos para comer. Algunos alimentos son sumamente nutritivos, pero la gente los desprecia porque su producción exige demasiado tiempo o esfuerzo o por sus efectos negativos sobre el suelo, la flora y fauna, y otro aspectos del medio ambiente.
En Europa y los Estados Unidos somos una cultura que glorifica la carne roja, en especial la de vacuno. Pero no siempre ha sido así. Hubo una época que comer cerdo era, en los USA tan habitual que en Europa pedir comida era pedir pan, pero que en los Estados Unidos era pedir cerdo salado.
Nuestro tabú, el de nuestra cultura, indica que el insecto no es comida porque es sucio, se arrastra y probablemente tenga gérmenes. Y eso lo decimos nosotros, una civilización, la occidental, que durante siglos ha comido vegetales abonados con mierda de cerdo o de vaca. No debiéramos de tener tantos escrúpulos en este sentido. Comer bichos lo llevamos en los genes. Las costumbres insectívoras de monos y simios, y del homo sapiens, son esperables si pensamos que orden de los primates desciende de una musaraña primitiva que pertenecía, a su vez, al orden de los mamíferos denominados insectívoros.
Desde el punto de vista de la alimentación, la carne de insecto es casi tan nutritiva como la carne roja o las aves de corral. Cien gramos de termitas africanas contienen 610 calorías, 38 gramos de proteínas y 46 gramos de materia grasa. En comparación, cien gramos de hamburguesa cocinada con un contenido de materia grasa medio ofrecen solamente 245 calorías, 21 gramos de proteínas y 17 gramos de materia grasa.
En definitiva, el comer algo o no hacerlo, viene dado por modas, costumbres, nichos ecológicos. Nosotros no nos comemos a Natalie, aunque esté rebuena, porque queda muy feo, y son 30 años y un día, a Toby porque es nuestra mascota y nos hace compañía y los hindúes jamás le hincarán los dientes a un txuletón. Por supuesto, no le mencionen a un musulmán lo del secreto ibérico. Pero toda costumbre y todo hábito ancestral es susceptible de ser modificado. Y lo será.
Buen apetito.
«Es, asimismo, evidente que la mayoría de las culturas del mundo no comparten todavía el aborrecimiento hacia los insectos que se expresa en los hábitos dietéticos europeos y norteamericanos. El particular interés de esta aversión radica en que no hace mucho (desde una óptica antropológica) los propios europeos practicaban el insectivorismo. Aristóteles, por ejemplo, estaba lo suficientemente familiarizado con el consumo de cigarras para poder afirmar que sabían mejor en su fase de ninfas antes de la última transformación y que entre las formas adultas «los mejores para comer son los primeros machos, pero después de la copulación con las hembras, que a la sazón se encuentran llenas de huevos blancos». Aristófanes define a los saltamontes como «volaterfa con cuatro alas» y da a entender que los consumían las clases más pobres de Atenas. La Hístoria natural de Plinio atestigua que también los romanos comían insectos; en particular, una larva denominada cossus, que mora en el corcho y se servía con los que Plinio calificaba de «platos más delicados ». Pero a partir de la época medieval, salvo unas pocas referencias asoldados alemanes que comen gusanos de seda en Italia, o a gourmets que consumen larvas de abejorro rebozadas en harina y pan rallado, hasta los franceses se abstuvieron de comer insectos.»
Marvin Harris. Bueno para comer
(*ningún insecto, al contrario de lo que ocurre en los posts de María Mora, ha sido dañado en la elaboración de este artículo)
Periodista, con especialización en nuevas tecnologías de la información, redes sociales, relaciones públicas, gabinetes de comunicación, Internet y vídeo.
Licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco. Postgrado en Mecanización de la Información promovido por la Unión Europea. Estudios de Filología Inglesa.
Formación en multimedia, diseño web y gestión de empresas.
Radio Euskadi: redactor de informativos y director del programa especializado en nuevas tecnologías «Frontera Azul», galardonado con el premio MTV.
Radio Nacional de España: director de «A primera hora». Corresponsal de las revistas del grupo editorial Heres.
Euskal Telebista: redactor del magazine cultural «Vasta con Uve». Responsable del departamento de Publicidad de la televisión local Tele Donosti.
Sección de Internet y Multimedia de grupo audiovisual vasco Desarrollo de proyectos: deusto.tv , sitio web de la Fundación Buesa y otros.
Asesor de prensa en cosas. ¿Qué cosas? ¿cosas de gobierno? Sí, Peter, cosas del gobierno.
Orgulloso miembro (con perdón) del club de remo Kaiku (cuando ganaba). Hago karate (Shotokan) y subo montes y montañas y cojo olas. In the mood for love.
Yo la verdad es que soy bastante capullo, pero en este caso concreto (en éste, eh), lo cierto es que estoy limpio.
Conste.
Qué capullos sois! Reitero que no me comí el bicharraco vivo… con lo que el saltamontes no sufrió por mi culpa.
Siempre he sido una adelantada a mi tiempo, jejeje. En unos años montaré un bar de pintxos de insectos en el Casco Viejo, vendrán montones de hipsters porque un gurú ha dicho que son buenos para la salud y me forraré!!! Muhahahaha. Os invitaré a la inauguración 😉
ehhh, María no generalices, a Igor no me le llames capullo porque este post lo he escrito yo, myself. Al César lo que es del César y al saltamontes matarile y a la sartén