The lunchbox. El amor puede viajar en tartera
Acaba de ser publicada en DVD la película india The Lunchbox, ópera prima de Ritesh Batra. Una historia de amor con sabores especiados localizada en Bombay (me niego a llamala Mumbai).
En la megalópolis hindú funciona, desde hace más de cien años, el llamado dabbawala un sistema de reparto de comidas en fiambrera que involucra a cinco mil operarios y que reparte cada día más de 130.000 tarteras. La peculiaridad de este sistema consiste en la práctica ausencia de errores en el reparto y en el hecho de que cada fiambrera es recogida en la vivienda del destinatario, donde es cocinada por su esposa, y luego al final del día (vacía, se supone) es devuelta al origen. Desde nuestro punto de vista occidental nos preguntaremos ¿por qué, cuando van al trabajo los currelas bombaitarras, no salen ya con la fiambrera en mochila y se evitan todo ese periplo? Las razones son culturales y de pura logística. En Bombay, en muchas zonas, el agua corriente no se establece hasta bien entrada la mañana, también el sistema de castas hace que cada individuo tenga unos tipos concretos de comidas adecuados para su grupo social y, por fin, el estilo de comidas hace que sea conveniente que la elaboración esté lo más cercana en el tiempo a su consumo.
Si te casas lo lamentarás. Si no te casas, también lo lamentarás.
Søren Kierkegaard
En la película juegan con la ausencia de errores en el reparto de los tupers, un hecho que ha sido estudiado a fondo por gigantes de la distribución comercial como Amazon o DHL, y consiguen que la excepción arme la trama. El viudo y desencantado Fernades, a punto de jubilarse, recibe, por error, la fiambrera que todos los días se esfuerza en preparar a su esposo la aburrida ama de casa Illa. El marido de ésta, un patán desagradecido, no aprecia los desvelos culinarios de su señora y, por fin, las comidas, minuciosamente cocinadas, llegan a alguien que las saborea. En el interludio, empezarán a utilizar el sistema de tarteras viajeras para mandarse mensajes de, primero, amistad y, luego, amor.
En esta WEG hubiéramos deseado un mayor detalle en la elaboración de la comida, que se presume sabrosa y diferente a la que los restaurantes indios nos ofrecen en Occidente, pero el director prefiere centrarse en las relaciones humanas y sólo podemos intuir sabores, olores y colores.
“When the age is in the wit is out”
Much ado about nothing
William Shakespeare
Fernades, un taciturno empleado, conduce la relación con tiento y con cordura y, finalmente, toma la única decisión posible. En una de sus misivas advierte a la encaprichada tarterista cómo en el baño, al salir, ha descubierto el olor de su abuelo. Se ha hecho mayor, de repente, sin darse cuenta y ya le ceden los asientos en los atestados trenes indios. Su tren, el vital, ya pasó, y lo que pudo ser ya no será.
ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα
«Sólo sé que no sé nada»
El tito Sócrates (el jugador no, el otro)
La juventud es impetuosa y, por qué no decirlo, un poco sobrada. En esa época de la vida existe un generalizado efecto Dunning-Kruger, que es un sesgo cognitivo según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un efecto de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo de manera errónea su habilidad por encima de lo real.
Con eso se juega en la película. El irrefrenable ansia de buscar nuevas experiencias y su juventud hacen que la protagonista femenina decida dejarlo todo, vida, marido y posición, y quiera probar un nuevo plato recalentado. El viejo Fernandes sabe mucho y, tras saborear los deliciosos platillos de Illa, decide que llegó el tiempo de la huida hacia un crepúsculo solitario. Su fiambrera se ha quedado fría, y el envío ya no llegará más a su destino.
El patriarca de esta cosa. Considera que el acto de comer es uno de los placeres más enormes que nos ha procurado la existencia. Y a eso se aplica. Y a contarlo.