Restaurante Le Pastoral (Oloron Sainte-Marie). Cerocerismo gastronómico
The great rock and roll swindle, el gran timo del rock and roll que denunciaban Sex Pistols, ha dado paso a The great neuve cuisine swindle, el gran timo de la nueva cocina francesa. Al menos, al engaño de que la cocina francesa es la mejor del mundo. Mejor que la española (¡ay, que me da la risa…!). Cuestión de chauvinismo, supongo.
Nuestro paso por Le Pastoral, en Oloron Sainte-Marie, lo corrobora. La comida fue horas antes de que La Roja diera el consabido meneo a la selección alemana en la semifinal del Mundial de fútbol y, frente a nuestro tiqui taca, el cocinero del restaurante del hotel Alysson, Christophe Dodard, no hizo gala más que de un vacío cerocerismo gastronómico.
Primero plantaron en el plato una mise en bouche, especie de txupito de gazpacho con una brocheta de tomate tipo cherry e insípido queso blanco a modo de techumbre. Ni fu, ni fa. Un brindis al sol cuya cubierta, por cierto, era servida por la tarde a modo de tapa con las consumiciones, lo cual nos recordó a las albóndigas de esos restuarantes en los que no se tira nada. A continuación se sirvió mitonnée froide de boeuf mode a la vinaigrette d’olives noires, una especie de pastel de carne frío, donde gelatina servía para ensamblar chicha y vegetal. Fácil de comer, pero incapaz de excitar mínimamente. Y cerró la tanda de salados dos de saumon aux milles légumes, un lomito de salmón poco sabroso servido con verduritas y legumbres.
La sorpresa llegó con los postres, pues se sirvieron nada menos que cuatro (¡4!): buenas las lonchas de queso de oveja y queso de cabra escoltadas por la típica confitura de cereza; rico el soufflé froid au citron vert et aux saveurs exotiques; prescindible totalmente una especie de flan gelatinoso, con regusto a almendras amargas y cubierto de mermelada, por insípido y por ser presentado en un lamentable vasito de plástico; y sorprendente la textura liviana de una especie de profiteroles semivacíos que acompañaron a los cafés.
Conclusión. La que te imaginas: ya se sabe que cuando se sale a empatar, lo más normal, y lo más justo, es perder.
(cuchillo)
24 Boulevard Pyrénées
64400 Oloron-Sainte-Marie (France)
05.59.39.70.70
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
Pero que esperabas de platos que son imposibles de pronunciar. Les ponen nombres raros para enmascarar su ausencia total de creatividad.