El viernes 25 de febrero, tras ver al tocaor Antonio Reyes en el tablao del Campos, Pato se puso farruco, se estiró y me invitó a cenar en la taberna andaluza Momento Sur (antes La Taberna del Sur), sita en el centro de Bilbao. Solos en el comedor, bajo la imponente testa de Ligantesco, un toro de 545 kilos de El Pilar disecado y matado por Rivera Ordóñez en Vista Alegre en 2001, entre cuadros con vitolarios de puros habanos y de insignias de hermandades sevillanas, a resguardo de las matures que parlaban en la barra, protegidos por la pecera del marisco de la casa y a la vista de los paseantes que nos miraban con envidia desde la acera, hicimos justicia al ágape.

El chulito Pato se empeñó en empezar por una docena de gambas de Huelva a la plancha (19,95 + IVA) y acertó de pleno. Finas, frescas, poco hechas, sabrosas… Para chuparse literalmente los dedos… Libamos hasta las cabezas de los crustáceos. Las compaginamos con blanco de Valdeorras, un Bioca Godello de 2010 y 13,5 grados (14 + IVA), suave, untuoso, dulzón, con cuerpo e idóneo para las gambas a pesar de que nos lo sirvieron en dos copas burdas que sonaban a cencerro (se veía cristalería de otro tipo dispuesta en las mesas vacías de al lado). Yo comí una gamba más porque Pato recibió una llamada desde La Paz, de su novia, currante de la ONU en Bolivia, de Rocío, nombre flamenco donde los haya.

Yo deseaba regar con fino la cena pero Pato temía mamarse y como él pagaba, me aguanté. El fino habría pegado muy bien con los fritos (14,95 + IVA), que pedimos por insistencia mía, pues me sentía superandalusí. Le convencí a Pato: «Seguro que nos servirán una selección con lo más granado de los fritos del sur». Y, vaya, nos trajeron una generosa hasta el exceso bandeja con fritos levemente polícromos por su rebozado terroso que me recordaba a las arenas lanzaroteñas del Parque Nacional de Timanfaya; volcánico él, sí. Las croquetas (de dos tipos: jamón y otra cosa, quizá queso, no recuerdo) estaban muy buenas y suavísima su bechamel; los langostinos a la gabardina correctos pero incomparables con las gambas (por supuesto); el cachón (begihandi) le agradó sobremanera al anfitrión Pato; las rabas simplemente estaban justitas; y daban por el saco las mollejas, por el excesivo rebozado que mataba su sabor y personalidad. Los fritos fueron el momento bajo de la cena, un capricho mío que debimos haber cambiado por anchoas o pimientos. Un error que no repetiré, grrr…

Momento Sur cuando era La Taberna del Sur.
Momento Sur cuando era La Taberna del Sur.

Pero recuperamos el ánimo y el paladar con los segundos, ambos pescados ricos. Pato dio en la diana otra vez con su idolatrado atún rojo (15,95 + IVA), una fina rodaja ancha como el mapa de Anatolia, tersa, sabrosa, sutil, poco hecha, rojita por el centro… Hum… Y yo no anduve manco en mi plato, lubina (17,95 + IVA) que olía a mar, estaba inundada por una salsa con aceite, perejil, limón y tal que en el unte entraba de maravilla y que no disimulaba el sabor de la pieza, una colita, superior de sabor por la parte gruesa, menos hecha. El camarero (Pedro según la factura) preguntó si queríamos postre y respondimos que no, que nos íbamos a tomar un gin tonic en el Azkena, viendo a Santiago Delgado & The Runaway Lovers. Pato pagó 92,23 y dejó tanta propinilla que yo le afeé la conducta.

(Pato invitó a un flamenco Óscar Cubillo)

Bertendona Kalea, 8; 48008 Bilbao
94 415 06 39

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Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Director de Suite, el único foro gastronómico sin cocineros de este país.

igorcubillo.com