Bar Restaurante Baste (Bilbao). Rústico sin rubor
Hace años visité con mis primos este restaurante popular del Casco Viejo bilbaíno y comí mucho y bien. Además está muy cerca del bar Muga, el templo roquero bilbaíno. El comedor del Baste se halla al fondo de la barra del bar, barra que Pato y yo frecuentamos en fiestas de Bilbao, donde maridamos sus célebres mejillones rellenos con crianza de Rioja, y sus exuberantes huevos cocidos y langostino con verdejo de Rueda… El comedor carece de ventanas y lo embarga una atmósfera rústica: techo de cestería entrecruzada, vigas de madera, grueso gotelé verde en las paredes, otra pared de piedra barnizada, cuadros costumbristas en relieve de chistularis y demás, colgadores de forja, suelo de terrazo añejo y de batalla… Para sentirse como en casa, vamos (lo digo sin ironía).
Se puede papear a la carta pero en el Baste ofrecen un competitivo menú para un mínimo cuatro personas. Con tres colegas reservé un domingo. La experiencia y satisfacción fue similar al día con los primos. Llegamos los amigos, entramos y la mesa estaba preparada, con algunas raciones ya servidas y esperándonos. Faltaban las bebidas: agua Sierra de Cazorla helada, Voll Damm de caña para Topo, y el vino, media botella por comensal, tinto Edulis, crianza 2006, de Bodegas Altanza, en Fuenmayor. 18 meses en barrica, aroma genial a vainilla y pase suave.
Hicimos justicia al picoteo y yo lo disfruté más pensando que eran pinchitos de los bares (ya ven: siempre evadiéndome). Compartimos cuatro espárragos tiernos, sin hilos, gruesos y sabrosos, guarnecidos con mayonesa y tiras de zanahoria; luego ensaladilla rusa rústica con gruesos pedazos de patata, poca mahonesa y trozos de bonito en escabeche (escabechado en exceso para Gabi; a La Txurri le habría encantado); después ataqué los ibéricos, dispuestos cual minirración en un platito con jamón sabroso empero su pinta, salchichón muy bueno y grasiento, chorizo contundente y como Dios manda (a Carlos no le gustó, pero es que desde que va al yoga se le nota muy raro) y lomo seco (esta fue opinión general); y los entrantes fríos se completaban con delgao bacalao ahumao sobre notables pimientitos del piquillo y lascas de ventresca aceptable.
Casquería de vicio
Los camareros atareados y acelerados y como distraídos empezaron a traernos los fritos: rabas (ricas, rústicas, rebozadas sin pavonearse), croquetas de jamón (redondas, suaves que no insípidas, con bechamel finísima, ¡molaban!) y mejillones rebozados (demasiado calientes -«se han pasado con el microondas», les caló Gabi-, no tan triunfales como los hemos ingerido en la barra). Otra tanda de fritos constó de sesos (exquisitos, tenuemente rebozados; un regreso al pasado que propició un conato de conversación con la mesa de al lado; ah, la campechanería de las casas de comidas populares), pimientos verdes (bah, con gabardina) y mollejas (demasiado rebozadas, igual que la del Momento Sur). Durante la ingesta de este segundo plato se manifestó Carlos: «La casquería es un vicio». Y aportó Topo: «La casquería es políticamente incorrecta». De los calientes aún faltaba un revuelto de setas y ajos tiernos que tuvo su protagonismo pues pudo imponerse tras la potente casquería.
A mitad de esto nos cantaron los platos principales: almejas en salsa verde, bacalao al club ranero, solomillo… Yo pedí cordero asado, como mi primera vez en el Baste, pero el camarero se hizo el tonto y me contestó que no había; como le insistí echándome la mano al bolsillo, me ofreció unas chuletillas. Aunque yo sabía que el cordero asado figuraba en el menú, me dio igual porque estaba dudando con otro plato: o sea que me decanté por los morros de ternera, sensacionales, un poco fríos es verdad, varios medallones servidos con mucho gusto en hilera, con dura gelatina y sabor a la vizcaína… «Oscar ha pedido lo mejor», envidió Gabi, quien se entretuvo cortando su solomillo grueso, sabroso y a la brasa, con patatas fritas tristes. Topo eligió su habitual bacalo al pil-pil en una ración escasa que juzgó de buena mientras untaba. Y Carlos apostó por falda de ternera al horno, buena, suave, y un poco de entresemana, ¿no?
De los postres Topo pidió tarta helada industrial («nunca falla», se relamió), Gabi fresas con nata (un copón con trozos gruesos le sirvieron y se puso contento), yo tostadas de anís flambeadas (demasiado borrachas, oigan; una entera le doné a Carlos) y Carlos panchineta, ese pastel de hojaldre con crema pastelera (Carlos la ponderó y la compartió generoso, pero que sepa que la panchineta del Abaroa le da mil vueltas). Luego pedimos cafés, que estaban incluidos en el menú aunque no lo sabíamos, y llegaron demasiado calientes, hirvientes. El solo estaba bueno, destacó Carlos, que ha sido profesional de la hostelería.
Y así fue el menú de 30 + IVA por cabeza (el de 35 + IVA es lo mismo con la añadidura de gambas a la plancha). En total 129,60 euros. Dejé en la mesa siete billetes de 20, trajeron las vueltas, eché mano al billete de 10 lereles y ahí quedó la propina de 40 céntimos. O sea 10 céntimos por cabeza. Topo se levantó presuroso: «vámonos rápido, qué vergüenza de propina». Y yo le tranquilicé: «tío, que me han dicho que no había cordero…».
(lo compartió todo Óscar Cubillo)
ver ubicación
María Muñoz, 6; Bilbao (Bizkaia)
94 415 08 55
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
Dejando aparte que yo quería el cordero asado, no las chuletillas, escribo que me eché la mano al bolsillo. No a la cartera. No me haga ser más explícito en la metáfora, Valentino. Si es una broma, sin más.
Vale, Oscar. Pero es que te has metido con uno de mis bares-karma, jolines… :-)))
Un saludo.
Ante todo, debo decir que soy cliente de barra y comedor desde hace unos 40 añitos de nada.
Por otra parte, muy buen artículo al que le han sobrado un par de relatos…
1. No creo, es más, CASI podría asegurar que no te sacaron las chuletillas por hacer el ademán de METERTE LA MANO EN EL BOLSILLO (Si me dijeras que has pedido angulas…, y ni eso) (El Baste es un sitio en el que, sobre todo en fines de semana, o tienes reservado O NO COMES)
2. ¿Todavía no sabes que pagar con dinero es de pobres?
3. Un saludete, majo.