Restaurante Astuy (Isla). Paellas y mariscadas
Si Cantabria es uno de los lugares del Planeta Tierra donde más se respira la españolidad, no entiendo por qué la frecuentan tanto los vascos. Así, cuando este agosto estuvimos en Isla y durante la bajamar cruzábamos a las olas de Noja, ahí todas las adolescentes se llamaban Irune, Maialen, Goizalde, Goiuria y tal. Y ya en el asfalto de Isla los chavales de los patinetes se llamaban Unai, Ibai y así. Y en las terrazas las abuelas hablaban de sus nietos, que todos parecían llamarse Iker. Iker por aquí, Iker por allá. Perdón por el exordio, pero es que cuando salgo no quiero sentirme como en casa.
El caso es que durante nuestra segunda salida vacacional estival pernoctamos en el Hotel Olimpo, donde se come bien (estaba entre nuestros planes repetir en él, aunque no tuvimos tiempo), y acudimos un par de veces al Hotel Astuy, complejo turístico sito en primera fila del paseo, un amplio restorán frecuentado todo el año y que ya conocíamos, una marca famoseta por sus viveros de marisco. En dos ocasiones nos sentamos en él este agosto, observando a los paseantes a través de los ventanales en los tiempos muertos, rodeados de agua y cielo y de otros comensales.
La primera ocasión fuimos a cenar. A probar el arroz, que en Isla es una tradición de obligado cumplimiento y en ciertos lugares te acercan la paella y te la sirven con ceremonia. Ya sabe el lector: en ese momento se es tan feliz como los perros cuando les sirven la comida. En el Astuy tardan 25 minutos en preparar las paellas, y como hacía gusa picamos algo durante la espera. Dudamos entre la ‘ensalada de salmón fresco con cogollos de Tudela’ (9 + IVA) y la de ventresca (13,5), y nos decantamos por ésta. La ventresca estaba suave y con sabor, recia y gorda y untuosa. La acompañaban mucha cebolla caramelizada con contentina, pimientos de primera dulces, rojos y camperos, y la compaginé con Viña Sol (8,06 + IVA), caldo catalán que arrancó apañadito, amargo, alegre y ácido, y con Agua Solares (un litro, dos euros, sin IVA).
Ante unas vistas pacificadoras, la paella apareció puntual. Era una cantidad excesiva y la camarera dejó la paellera sobre la mesa, sin ninguna liturgia gastrofísica. Grrr… Los granos amarillos y jugosos quemaban y los veteaban pimientos rojos, verdes guisantes de procedencia dudosa, muchas rabas… La empezamos a devorar y la bendijo La Txurri: «Me está superencantando. ¡Qué buena!». Y adivinó el truco «Tiene caldo de marisco para dar sabor». Yo seguía papeando y pensé que era muy optimista llamarla ‘paella de marisco’, pues sólo contenía 4 langostinos y 6 almejas a pesar de ser el recipiente más grande que un LP de 12 pulgadas. En un momento dado, la Su se rajó y dejó de comer repentinamente y me lo terminé yo todo con sumo esfuerzo. Lubricaba los bocados con vino pero el blanco ya no sabía a nada, el Viña Sol no tenía pegada y parecía agüita amarilla… Y comí y comí hasta hartarme y odiar el arroz.
Llegué exangüe al postre, pero me apetecía queso manchego (4,07), que estaba riiiico… Al de hora y tres cuartos pagué 56,26 y no reservé para comer al día siguiente porque tanto arroz me había puesto contra el mundo (luego pensé que si pillas paella de bogavante o de langosta, o arroz caldoso, que valen el doble que la nuestra, estaría mejor, pero bueno, a mí el arroz me la suda).
Sin rencor en restaurante Astuy
Al día siguiente, tan contentos, regresamos al Astuy. ¡Ya había remitido mi rencor arrocero! El local estaba a tope ese mediodía, nos ubicaron en el centro de él, y seguíamos teniendo vistas al exterior y a las mesas circundantes, que recibían suministros de langostas y de postre de shuffle blanco (mínimo dos personas, a 7 la ración). Optamos por la mariscada del ‘menú oferta’, que constaba de dos platitos previos, sorbete, la mariscada en sí, postre y bodega, todo a 45 + IVA por comensal. Me lo pasé estupendamente chupando marisco, a pesar del vino del menú: Albariño, marca 0,77 (por lo del apoyo al Tercer Mundo, jua, jua… ¡qué cara tienen algunos!), aromático, fresco y frutal pero con sabor nulo.
Empezamos con la ensalada de jamón y foie. El jamón era ibérico del bueno y el foie estéticamente se confundía con bonito, pero entraba estupendo con las pasas. Había también mucho verde y nueces. Sin acabarla nos trajeron dos brochetas, sendos pinchitos de pulpo, rape y langostino, grueso, durito y con sabor el cefalópodo, un dado a la plancha sabroso el pescado, y justito el crustáceo. Tras esto debieron habernos servido el sorbete de mandarina, pero se les olvidó. Lo dejamos para el final y sabía a flash, la golosina líquida.
La mariscada estuvo muy bien. Aquí cometieron el segundo fallo: sólo había una almeja (se lo comentamos al acabar a la camarera y, por supuesto, muy amable nos respondió que de haberlo sabido nos habría traía un platito con varias piezas; pero, bah, estaba regular el molusco de Ancillo, un pueblo cercano). No obstante la mariscada tenía nivel, insisto, pues hasta los mejillones de tamaño grande y mediano entraban buenísimos y reales a pesar de su vulgarismo presunto. La langosta del Cantábrico, en trozos y bien braseada, tenía unos medallones estupendos (pero aun así el albariño no crecía). Los langostinos eran enormes y suculentos y Susana pensó que se trataba de cigalas, pero no… El bogavante, más sabroso que la langosta, tenía patas fáciles de chupar y huevas rojas. Y la nécora cumplió el tópico: atesoraba el mar en sí.
Tras el mentado sorbete-golosina llegó el postre: tarta tiramisú. La Su no paraba de contar que estaba de cortar, que no desmerecía a la del Maximilian’s de Gran Canaria. Yo no lo podía creer: ¿La Txurri habrá perdido el paladar?, pensaba. Yo apelé que estaba mal, que no sabía a nada… Ella probó la mía… ¡y mi trozo estaba defectuoso, rozando el agrio! Pero me daba igual. No quería esa tarta. Luego ella tomó un café molón y al de una hora y tres cuartos también esa vez, previo pago de 98,83 euros, ya estábamos en la calle, al sol.
(ya no odia el arroz Óscar Cubillo)
web del restaurante
Avda. Juan Hormahechea, 1; Isla-Arnuero (Cantabria)
942 67 95 40
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
paella o arroz???
no se puede pedir cosas fuera de las zonas de origen!!
Tontada de coj…s