Restaurante Baserri Maitea (Forua). Nos enamoró
Somos gente enamoradiza, qué le vamos a hacer. Yo, particularmente, me enamoro a diario, siempre de la misma (I’m a one woman man) y desde hace 24 años. Así que caí en la tentación planteada bajo el epígrafe «Menú San Valentín 2012» por el Baserri Maitea, reputado restaurante regentado por Juan Antonio Zaldua, antaño suplente de Iribar en la portería del Athletic y ahora maestro de la brasa. Seis platos, postre, vino, agua y café por 45 euros (IVA incluido), un ejemplo de excelente relación calidad/precio que hizo que también me enamorase un poco de ese querido caserío.
Llegamos a Forua, subimos por el estrecho y empinado camino que conducía al restaurante, agradecimos no cruzarnos con ningún otro vehículo en el ultimo tramo y, tras sacar alguna foto desde el mismo parking, abrimos bien los ojos nada mas franquear su portón de madera. El comedor principal es precioso, cuenta con una gran chimenea para caldear el ambiente, altísimas paredes de piedra, viejas vigas de madera y decoración rústica a base de ristras de ajos, cebollas, pimientos choriceros, mazorcas, lecheras… Un marco estupendo, y rural, para una comida igualmente estupenda, basada en el aroma y el sabor del buen genero como base de su reinterpretación de la tradición. Contemporáneo, sí, pero sin chorradas.
Lo primero que llegó a la mesa fue el vino, una botella de Frontera, un tinto chileno a base de merlot que fue presentado por el atento sumiller como un caldo afrutado, en consonancia con la tradición del país americano, con gusto a cereza y un toque de cacao. Que fiera, ¿no? Bueno, eso de gusto a cereza y un toque de cacao era lo primero que se podía leer en la contraetiqueta… Más original que la presentación del vino resultó, por tanto, la primera propuesta sólida, un aperitivo consistente en tartaleta de carbón y marisco y croqueta de queso azul y setas. La primera desprendía aroma de brasa y escondía en su coraza negra un sabroso pedacito de txangurro. La segunda estaba riquísima, pero su pequeño tamaño, apenas una bolita, hacia lamentar el no contar con una varita mágica que permitiera aumentar su tamaño (el de la croqueta) a nuestro antojo. ¿Dónde se mete El Gran Dakari cuando le necesitamos?
Espectacular era también el estimulante olor que desprendía la pequeña cigala que llegó a la mesa en mirad de un plato hondo, compartiendo el centro de la vajilla con una señora vieira a la plancha. Luego la regaron con caldo espeso y riquísimo que la camarera traía en una jarrita y la sopa resulto excelente, bien sabrosa.
El foie de la siguiente propuesta se disfrutaba untado sobre el pan (éste llegó al inicio en un cesto, caliente, como si fuera bizcocho) tanto como sobre la reineta y el queso fresco que completaban la torre, coronada por una vinagreta de avellanas y depositada a un puñado de lechuga con módena. Una combinación más arriesgada que convincente. Y llegó un medallón de rodaballo a la brasa, quizá nuestro pescado preferido, bien grueso y terso, y guarnecido por un canelón de verdura un tanto soso e insípido. Un poco frío el pescado, juzgó Begotxu, mi atractiva esposa; pero yo no me atreveré a criticar un rodaballo, no vayan a castigarme sin su disfrute por el resto de mis días. Además, igual era un modo de adaptar el paladar al relevo, un sorbete de limón al txakoli rico, cremoso y gélido que, eso sí, llegó a la mesa antes de que ella acabara el pescado. Primera y ultima vez que el servicio se desacompasó, aunque es cierto que echamos en falta que la camarera nos detallara cada plato.
El calor recobró el protagonismo con la carne: taco de solomillo con boletus y salsa de pimienta verde, nada epatante, aunque sin tacha. Quizá hubiéramos preferido otro corte que procurara mayor terneza, pero ¡qué más da!, la excelente tostada caramelizada que formaba parte del postre quitaba el sentío, con su cuerpo cremoso y su crujiente cobertura. Espectacular. Una delicia que hacia buenas migas con el helado de naranja y nos hizo pasar por alto la tartita de queso y mango, por su aspecto industrial (aspecto, remarco) y su geometría.
Llegó el café y estiramos un poquito nuestra estancia en el precioso comedor, tan a gustito. La sensación fue de satisfacción total y de que apetece volver con invitados de remota procedencia cuando toque ser anfitrión. A la carta, al menú degustación (48,60 euros, sin bebida) o al resto de menús concertados que ofertan, desde 41,50 hasta 76 euros, IVA y bebidas incluidas. Por bonito, por sabroso y por su ubicación, a dos pasos de los mil balcones y recovecos de Urdaibai, una joya de la naturaleza. Qué les voy a contar…
(lo disfrutó Igor Cubillo)
ver ubicación
Atxondoa, s/n; 48393 Forua (Bizkaia)
94 625 34 08
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
Me encanta el Baserri Maitea, pero la última vez que fui me quedé con hambre, me parecieron pequeñas las raciones.