El juego del momento: ruleta rusa en el Casablanca (Barakaldo)
– «¿Cuál es su nacionalidad?
– Soy borracho”
(Rick, Casablanca)
Visitamos el sábado a la noche la nueva novedad en el panorama gastronómico bilbaíno: el restaurante japonés Miu. Comprobado que, hasta la fecha, LQCDM no había dirigido su afilada pluma hacia este local, la reseña parecía obligada. Una sugerente voz en el oído me hizo pronto cambiar de opinión: “¿Hace una ruleta rusa en el Casablanca?”.
Empecemos por el principio. El Casablanca es un bar de copas ubicado en el centro de Barakaldo. Cartel luminoso en el exterior, interior ambientado en la famosa película y la más extensa carta de combinados a este lado del río Nervión.
Más de un centenar de cócteles con base de brandy, cava, ginebra, ron, vodka o whisky, además de una variada selección de bebidas sin alcohol y batidos naturales.
Ahí están todos: Bloody Mary, Tequila Sunrise, Mai-Thai, Manhattan, Daiquiri, Caipirinha, Martini Dry… junto a muchas otras combinaciones, menos conocidas, pero igual de tentadoras, a un precio medio de 5 euros.
Además de disfrutar de un agradable trago, el cinéfilo puede dar rienda suelta a su curiosidad. Desde encontrar agravios como que una sabandija de la talla de Peter Lorre no sea una bebida de graduación superior a los 90º, a satisfacciones como que aquel héroe remilgado y empalagoso que era Victor Laszlo esté entre las no alcohólicas. Sí, Victor, te llevaste a Ilsa, pero hoy das nombre a un refresco de naranja, lima, limón y piña.
Se requieren muchas visitas (o un notable aguante con el alcohol) para encontrar el cóctel que mejor se ajuste al perfil de uno (en mi caso, como no podía ser menos, un elegante Tom Collins: ginebra, limón, azúcar, soda y hielo).
El visitante novato puede verse abrumado ante semejante oferta etílica. Una seca indicación en la carta (“Donde no aparece ni trago corto ni largo, quiere decir que es intermedio. Si no se especifica si la bebida es dulce o seca, significa que no predomina ni uno ni otro sabor»), augura que tampoco hallará socorro en el dueño de un local, locuaz como el personaje interpretado por Bogart.
Y es aquí donde comienza el juego. El sistema es sencillo: cada uno selecciona un combinado y escribe su nombre en un papel. Se juntan todos en un bol, se revuelven y, uno a uno, a ciegas, se va cogiendo la papeleta que te puede deparar desde un sofisticado digestivo a un combate a cara de perro con Evander Holyfield. La mala intención puede volverse en contra de uno y devolverte el intragable combinado de brandy y Cointreau con el que querías castigar a tu oponente. Es precisamente aquí donde entran todos los elementos que convierten a un juego en exitoso: cálculo de probabilidades, azar, estrategia… En nuestro caso, el reparto fue desigual: un inocente Sam, un Venezolano agrio como un cara a cara Hugo Chávez-Bush en ‘Aló Presidente’, un Harvey Wallbanger (espiritoso con nombre de detective de novela negra sueca) y un Sidecar (que, como bien se apuntó, probablemente deba su nombre a que tras el primer trago, la curda se adhiere a ti como el mencionado vehículo a la moto). En la segunda ronda, nos dejamos de sorteos y volvimos a la cálida sensación hogareña que nos ofrecía el viejo Tom. Ya lo cantaba Sam: The fundamental things apply, as time goes bye…Por cierto, el Miu no está nada mal.
encontró en la bebida, la distinción de la que nunca hizo gala, Pau Blasi (@paublasi)
Gernikako Arbola, 12; Barakaldo (Bizkaia)
El patriarca de esta cosa. Considera que el acto de comer es uno de los placeres más enormes que nos ha procurado la existencia. Y a eso se aplica. Y a contarlo.
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