Restaurante Jaizkibel (Hondarribia). La ganga, como licencia poética

Abr 11, 13 Restaurante Jaizkibel (Hondarribia). La ganga, como licencia poética

¿Se acuerdan de ‘Cometieron dos errores’ (`Hang’em high’), aquel film en el que el inocente Jed Cooper se libra de la horca en el último aliento? Pues bien, yo podría haber superado el casting, aunque no me parezco apenas nada a Clint Eastwood, para desgracia de ambos. Y digo que podría haber pasado la correspondiente prueba porque, precisamente, tengo por costumbre cometer dos errores. Indefectiblemente. Dos son compañía, tres multitud. Así sucedió, como era de esperar, en mi visita al restaurante Jaizkibel, del hotel de igual nombre.

¿Cuáles fueron esta vez los inconvenientes? Los siguientes: fiarme del GPS en mi intento por llegar al local y, aún más grave, acudir al mismo con las expectativas desbordadas, tras leer las encendidas recomendaciones de David de Jorge, quien aseguró que allí se come «fabulosamente».

Para empezar, lo dicho, me costó encontrar el lugar, pues TomTom y navegador del iPhone localizaban el hotel a 600 metros de dónde realmente se encuentra. Y era de noche. Y yo había conducido toda la tarde. Y tengo demasiada fé en la tecnología. Y no había nadie a quien preguntar en la calle (gajes de las frías zonas residenciales). Pero insistí, insistí, insistí, e insistí. Hasta cuatro veces. Una acabé aparcado junto al restaurante Abarka, otra me di la vuelta cuando adiviné la silueta de Ama Guadalupe, y una tercera me quedé perplejo al ver la vieja Villa Mendi-Alde transformada en una fea nave de Supermercados Dia.

Pero el que la sigue la persigue. Y en ocasiones, incluso, la consigue. Así que pude apurar las últimas horas del día sentado en un comedor de diseño moderno, con una gran cristalera que deja ver la terraza y el jardín (y el muro) del acceso al hotel. Era de noche, así que realmente sólo vi mi reflejo en el cristal, pero presumo que ésa debe ser la visión diurna.

El restaurante del hotel Jaizkibel

Entré con aire distraído, pregunté al recepcionista por la ubicación del comedor, la camarera me preguntó si estaba alojado en el hotel y, tras escuchar mi negativa, me invitó a sentarme en una pequeña mesa, pegada a la pared y próxima a otra más grande donde departían cuatro comensales. El protagonismo lo asumía una joven de pelo rizado que al día siguiente tenía entrevista en Radio Euskadi. No me pregunten quién era: estoy out. Además, las conversaciones que más me entretuvieron (tengan en cuenta que acudí allí solo; Calabazas es mi segundo apellido) fueron las entabladas más allá, en la mesa ocupada por seis comensales maduros, típicos congresistas (españoles, argentinos y brasileños) que compartían trucos para colocar a otro los puntos de las multas de tráfico y sostenían que «las rusas son las que más se dejan hacer». Y no hablaban de ensaladillas, no. Ellos sabrán.

Yo acudí allí a cenar, a probar la comida del chef Igor Fernández, un cocinero que ha pasado por Llagar de Colloto, Casa Fermín (Oviedo), Martín Berasategui (Lasarte), Matteo (Oiartzun), Zelai Txiki y Hotel María Cristina (Donostia). Y no dudé en optar por el Menú Especial Jaizkibel, fórmula que por 24 euros + IVA permite escoger libremente, además de postre, dos de los platos de una carta que entonces contenía propuestas como arroces cremosos, guisantes con jamón de pato, merluza rellena de txangurro, bacalao a la plancha con aceite de albahaca sobre cama de tomate, taco de magret confitado con compota de manzana, y solomillo con puré de patata espumoso y cama de champiñones. Muy apetecible, sí, pero yo me decanté por vieira rellena y gratinada, y rodaballo al horno sobre escalibada.

Antes de hincarles el diente, tuve ocasión de probar un aperitivo de bonita presentación, cortesía de la casa: crema de verdura y croqueta de jamón. La croqueta, colocada sobre un mástil, a modo de piruleta, me abrasó la lengua; por incauto. Y agradecí el chupito de fino puré, templadito y delicado, nada agresivo, aunque tampoco exento de personalidad.

Llegó la vieira rellena, con su bechamel, su cebolla pochada y su gratinado, que cobijaba un molusco bien rollizo. Ningún alarde culinario, pese a que Ibón Yustos, segundo jefe de cocina, asegura que en sus recetas mezclan «la innovación y el sabor tradicional de los productos de nuestra tierra»; un plato viejuno, donde los haya. Y más si se presenta sobre blonda de papel. Posteriormente fue el momento del rodaballo, presentado con la piel hacia arriba, junto a patata panadera, un montoncito de ensalada sin aliñar y con la escalibada (pimiento y cebolla) servida aparte. Una pieza no especialmente grande, ni gruesa, de tamaño típico de crianza, pero sí sabrosa. Ah, qué grande el rodaballo, con su gelatina…

De postre, elegí torrija, bien rica, con apropiado acompañamiento de crema y helado. Y un café solo (1,40€). Esto, y dos copas de Quintaluna (verdejo; 2€, cada una), escogidas en una carta de vinos corta y barata, elevaron la cuenta a 31,80 euros.

¿Mucho? ¿Poco? Bueno, no está mal para una cena (al fin y al cabo) a la carta en una población tan cara como Hondarribia. Pero, por lo que había leído, yo esperaba algo más elaborado, más original, más creativo, más espectacular. Mis (elevadas) expectativas se vieron en cierto modo insatisfechas, y salí por la puerta pensando que el restaurante Jaizkibel, realmente, tampoco es para tanto. Aunque ahora releo el artículo de David y veo que hace alusión a «una cocina sin pretensiones a precio de ganga». Eso sí puede ser, si tomamos ganga como licencia poética, claro. Sobre todo, teniendo en cuenta que el cercano Alameda, que luce estrella Michelin y dos soles Repsol, ofrece arroz con txipirones, pescado del día con berza, lomo de vaca y torrija caramelizada por sólo 35€ + IVA.

Ah, y tengan mucho ojo, pues entresemana no sirven comidas, sólo cenas.

(Igor Cubillo)

web del restaurante

ver ubicación

Baserritar Etorbidea, 1; 20280 Hondarribia (Gipuzkoa)

943 646 040

5 Comentarios

  1. Aquí el mejor GPS suelen ser las señoras de la zona, y el «perdone, sabe dónde está…» aunque claro, a partir de las 8, las señoras se retiran a sus casas a hacer la cena a los señores.

    Y lo de las reseñas… Me fio mas de quien paga su menú, de quien no se sabe quién se sienta en esa mesa, que de una «critica» entre colegas.

    Apunto tus recomendaciones, Cuchillo, y le digo a J que me invite, que ya me como yo todos los platos que tengan marisco (por lo de la alergia..jajaja)

    Muacks!

  2. zuloko /

    Dos preguntas, amigo Cuchillo

    ¿nos podemos fiar de la ubicación señalada en google maps para encontrar el restaurante o nos pasará lo mismo que a usted?

    ¿porqué, en el caso de David, llama crítica a lo escrito cuando quiere decir recomendación de amiguete? (presumo)

    • Estimado Zuloko. Como diría Jack The Ripper, vayamos por partes…
      La ubicación, apostaría a que es acertada, sí. Pero también le diré que es mucho más divertido perderse. Siempre que no tenga usted prisa, por supuesto.
      En cuanto a la ‘crítica’ de David, qué quiere que le diga. La totalidad de las reseñas y recomendaciones gastronómicas de GPS y Vocento son positivas, y su publicación obedece en la gran mayoría de los casos a la necesidad de rellenar páginas, a comprimidos publicitarios o al deseo de quedar bien con un amiguete, como usted bien dice.
      Pero esta vez me ilusioné, me lo creí. Soy un cándido. Qué le voy a hacer.
      Abrazo.

  3. Según he visto la foto de la vieira, he pensado. «M-A-D-R-E M-I-A ¿¿eso es una blonda??» Que si es una blonda mal, y si es un plato que simula una blonda, PEOR.

    Sinceramente, llegas a poner esas fotos en cualquier otro contexto, de cualquier otro restaurante de cualquier otro lugar, y hubiera pasado totalemente desapercibido.

    J trabaja cerca, y suele hablarme de Jaikibel, pero chico, se me han quitado las ganas de ir por la montaña rusa esa llamada A-8 para ese menú.

    Un beso!

    B.

    • Estimada Blackie, lo que más me gusta de la blonda es su conexión con el universo pop, con esa master-piece que es el Blonde on blonde de Robert Zimmerman, con la melena suelta de la antaño muy deportiva Blondie… Mi interés por es tapete en cuestión no va más allá. Y, efectivamente, la afoto es terrorífica.
      Dile a J que se estire y te invite al Alameda. O al Mirador de Ulia, este ya en Donostia.
      Leñe.
      Abrazo.

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