AVISO_ NEGOCIO CERRADO, SE CONSERVA EL POST A EFECTOS HISTÓRICOS

Para alguien acostumbrado, por motivos laborales, a lidiar con la macroeconomía, la gran estadística y las tendencias a medio y largo plazo, lo micro es lo que realmente importa. Así que, cuando hace un año, nos enteramos de que había cerrado El Pizá de Porrua, sentimos un estremecimiento en la Fuerza. En efecto, si cerraba un lugar de comidas que llenaba dos turnos diarios, que ofrecía el mejor menú del día del Oriente de Asturias, con una jefa de sala enérgica y eficaz que enamoraba y acojonaba a partes iguales al target objetivo del lugar, los recios ganaderos, agricultores y forestalistas de zona, si eso pasaba, en fin, ¿qué futuro nos quedaba al resto? Era indudablemente una señal de que el mineralismo iba a llegar, y no tarde, muy pronto.

Así que cuando, hace un par de días, una amiga porruana, que comparte labores hosteleras con la nueva gestora del Pizá nos avisó de la reapertura pensamos, “eso son los brotes de verdes de los que habla Mr. Burns Montoso, a.k.a. el señor Mentira”. Y botamos con los brotes, porque nos encanta El Pizá. Pero también advertimos que nada después de esta crisis,  que no es puntual sino sistémica y estructural, será como antes. Acudimos al Pizá y lo encontramos cambiado, ni mejor ni peor, diferente. Para empezar, ese bar casta con gran chimenea con troncos épicos ardiendo indolentemente, en la planta baja, se había transformado en una tienda.  Para seguir, las multitudes que abarrotaban el comedor, de momento, y quizás por lo cercano en el tiempo de la inauguración, se convirtieron en muy pocos paisanos. También cambió el precio que de los 8 euros precrisis se habían transformado en 10 euros, de ahora, pero con café incluido.

Y la comida rotunda, abundante y calórica no ha cambiado, menos mal. Y es que la nueva gestora es la antigua cocinera y, claro, ese aspecto no tiene porque experimentar mutaciones. Y para muestra el menú que degustamos  y que nos sació. Yo pedí verdinas con marisco de primero. Sabrosas, delicadas, con caldo gordo (nos gusta que nos hagan el caldo gordo, you know) y con marisco en forma de gambita que impregnaban a la pequeña faba de sabor marinero, y con el perol en la mesa para repetir, repetir, repetir, etc. Mi bella y sagaz compañera pidió una ensalada de las huertas astures con tomate con sabor a tomate y abundante bonito, impecable.

De segundo teníamos en carta carrilleras, escalopes con patatas, callos. Y bonus, bola extra, la simpática camarera nos incluyó unas manos de cerdo en las opciones. Así que, tras breve parlamento, decidimos pedir callos y patitas, y mezclar los dos platos y compartir. Y así llegaron unos platos abundantes, gelatinosos y acompañados de las epopéyicas cantidades de patatas fritas con las que aquí te acostumbran a regalar el gusto (es mío).

manitas de Montoro al final vemos la luz del tunel
manitas de Montoro al final vemos la luz del tunel

Y por fin los postres, una espectacular tarta de queso casera, con cuya ración hubieran comido dos, como así fue. Así que nos fuimos, felices como perdices, y aprovechamos el post-jamada para hacer un paseo tranquilo con la clara luz del otoño por la zona del Museo Llacín, museo de gran mérito y del que nadie debiera de marcharse de la zona sin una visita, dicho queda. Osea.

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Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Director de Suite, el único foro gastronómico sin cocineros de este país.

igorcubillo.com