Fórmula para engordar. Las recetas de la Abuela Marcelina
Marcelina Martínez González fue una persona de esas de las que no salen en los libros de Historia aunque su historia podría haber dado para más de un libro. Fue en su vida muchas cosas pero, sobre todo, y para mí la más importante, fue mi abuela. Una abuela sobreprotectora y consentidora que consiguió arruinar mi educación con toneladas de amor en vena, con grandes bocadillos de panceta, con guisos hiper-sápidos y con memorables vacaciones en su pueblo, Poza de la Sal, en las que literalmente me dejaba hacer lo que me diera la gana, asilvestrarme y regresar a casa con toneladas de bichos, moretones, sustos, caídas, escaladas y fósiles del páramo de Masa.
La fortuna no fue excesivamente generosa con ella, o sí, porque, pese a los golpes del destino, todos los que la quisimos lo hicimos con locura. Se lo merecía.
Hija de un tratante de ganado, de nombre Carlos, mi bisabuelo, en principio parecía destinada a una apacible vida rural. No fue así. En los primeros años del Siglo XX emigró a Bilbao, como mucha gente de su localidad burgalesa. Y comenzó a trabajar desde su adolescencia en las casas de la burguesía como doncella, primero, y, más tarde, de cocinera.
Conoció a Julián, mi abuelo, y se casaron en el año 1925 y al año nació mi padre, Carlos. En años sucesivos dio a luz a mi tío Julián y a su último hijo, Ibán, en el 36. En 1936 estalló la Guerra Civil y mi abuelo, dependiente de comercio, como consta en su carnet de afiliación a la Unión General de Trabajadores, cambia el delantal por un rifle y el mostrador por el batallón número 2 de la UGT en la ofensiva de Villarreal, Álava. El 30 de noviembre, según relato oficial depositado en el Archivo Provincial de Bizkaia, murió a consecuencia de las heridas producidas por el impacto de una bala explosiva en los combates del frente de Gorbea-Murua. Todavía hoy no sabemos dónde se le enterró, pese a la invaluable ayuda que nos prestó para encontrar su sepultura la Sociedad de Estudios Aranzadi.
Y así quedó mi abuela, Marcelina, con 36 años, viuda y con tres hijos. El menor de escasos cuatro meses. Los mayores embarcaron rumbo a Francia y se convirtieron en niños de la guerra. El menor y su madre, mi abuela, fueron recogidos y alimentados por un familiar en Barcelona. Cuando regresaron todos, de sus respectivos exilios, descubren que su casa de Urazurrutia había sido okupada por una antigua vecina y falangista de nuevo cuño que le “aconsejó” , por viuda de rojo, que no moviera nada para no tener más problemas.
Y así, confiando hijos a hermanas, se ocupó de nuevo de los fogones de una familia de la burguesía de Algorta y a sus guisos habituales, con la ayuda de su señora y de otras cocineras, unió otros más afrancesados y modernos. Y aumentó sus destrezas y sus recetas. Más tarde, cuando mis padres emigraron a Venezuela, decidieron que, tras una vida de trabajo de sol a sol, mi abuela merecía otra cosa y, definitivamente, en los años cincuenta dejó las cocinas y pasó a ejercer de abuela de sus nietos a tiempo completo.
Su recetario ha estado durante todos estos años metido en una caja. Nadie le había dado importancia, hasta ahora. Yo desconocía su existencia y recuperarlo ha sido muy emocionante. He tenido la sensación de recibir una carta del pasado, manuscrita y con una elegante caligrafía.
Publico el recetario por dos razones.
Una, como homenaje a Marcelina y a todas esas cocineras que dejaron familias e hijos para servir en otras casas, en semanas de siete días y jornadas de doce horas. Y, dos, por su interés culinario y antropológico.
Para empezar esta serie nada mejor que recuperar un receta que no es tal. Es una fórmula para engordar. Puede parecer un disparate visto desde nuestra sociedad hipercalórica, transgénica y obesa, pero entonces en la posguerra, lo chic era estar gordo. En una sociedad de flacos por necesidad nada era más indicador de riqueza que el estar gordo. Así que, si no se conseguía, las familias ricas compartían fórmulas magistrales para que sus retoños lucieran lustrosos.
½ taza de limones y uno más
½ taza de azúcar
6 huevos
una botella de coñac o jerez
Se exprimen los limones y el jugo se echa en una jarra con seis huevos enteros, con cascara y todo; se deja en maceración cuatro días.
Se mezcla todo bien aplastando los huevos y se pasa por un colador. Al líquido resultante se le agregan la media taza de azúcar y la botella de coñac.
Dosis: tomar una o dos copitas pequeñas al día.
Dicky del Hoyo
Periodista, en red desde bastante antes de que existiera Internet. Le da a todos los palos del periodismo: cultura, política, nuevas tecnologías y bajo varios medios: prensa, radio, televisión e Internet. Desarrolla su profesión en labores de asesor de comunicación para empresas y entidades.
Es del centro de Bilbao, pero su ciudadanía es el Mundo, lo que siendo de Bilbao no deja de ser una redundancia. En su inmodesta opinión lo importante en la vida es disfrutar. Y en eso se empeña, sólo o en compañía.
Estar en @lqcdm y la comunicación gastronómica es sólo una excusa para pasárselo bien y dárselas de connosieur.
@zuloko en twitter
Periodista, con especialización en nuevas tecnologías de la información, redes sociales, relaciones públicas, gabinetes de comunicación, Internet y vídeo.
Licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco. Postgrado en Mecanización de la Información promovido por la Unión Europea. Estudios de Filología Inglesa.
Formación en multimedia, diseño web y gestión de empresas.
Radio Euskadi: redactor de informativos y director del programa especializado en nuevas tecnologías «Frontera Azul», galardonado con el premio MTV.
Radio Nacional de España: director de «A primera hora». Corresponsal de las revistas del grupo editorial Heres.
Euskal Telebista: redactor del magazine cultural «Vasta con Uve». Responsable del departamento de Publicidad de la televisión local Tele Donosti.
Sección de Internet y Multimedia de grupo audiovisual vasco Desarrollo de proyectos: deusto.tv , sitio web de la Fundación Buesa y otros.
Asesor de prensa en cosas. ¿Qué cosas? ¿cosas de gobierno? Sí, Peter, cosas del gobierno.
Orgulloso miembro (con perdón) del club de remo Kaiku (cuando ganaba). Hago karate (Shotokan) y subo montes y montañas y cojo olas. In the mood for love.
4 Comentarios
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- Como yo me quedé sin abuelo (en la Batalla de Villarreal) | Lo Que Coma Don Manuel - […] todo esto viene a que mi abuela, como contaba en el primer suelto de sus recetas, tuvo que ocuparse…
El gran
Es el gran valor de las vidas sencillas. ¡Ojo! Sencillas, que no
vulgares.
Has tenido una gran fortuna, encontrando el documento y sobre todo, atesorando esas vivencias.
Un abrazo.
Que gran concepto, la vida sencilla que no vulgar. Muchos famosos debieran de tomar nota. Un abrazo!
Qué grandes las abuelas…
Muy grandes, Andréa