Preguntas sin aliñar: Igor Paskual
“¡Hemos venido a Madrid a follarnos a vuestras novias, pandilla de maricones! ¡En especial a la hija de Aznar!”. Con esas palabras saludó en una ocasión Igor Paskual (Donostia, 1975) a quienes se agolpaban frente al escenario. Entonces flirteaba con el glam rock al frente de Babylon Chat y la referida bravata fue el detonante que precipitó su ‘fichaje’ como escudero de Loquillo. Con el rocker de El Clot toca la guitarra, hace coros y firma temas como ‘Tatuados’, ‘Rock & roll actitud’, ‘Territorios libres’, ‘Canción del valor’ y ‘Arte y ensayo’, pero también saca tiempo para impulsar una carrera en solitario plasmada ya en dos álbumes de rock donde cobran importancia las letras, dos disparos al corazón titulados ‘Equilibrio inestable’ y ‘Tierra firme’. En este último afloran guitarrazos, afición por el fútbol, aroma a napalm, versos libres, besos animales, la emoción de amanecer en un error, su descontento con el nuevo pop español, aseveraciones como que la pasión lleva más lejos que el valor…
La de músico, aunque esencial, es sólo una faceta de un artista poliédrico y provocador que en la escritura encuentra la vía para transmitir su alma de arribista y mostrar el anhelo de alcanzar los placeres que se le ofrecen, asaltar el palacio y coger la fruta que le había estado vedada. Afincado en Asturias, el diario El Comercio publica sus opiniones en ‘Rugidos de gato’ (suplemento Culturas) y ‘La tentación del gol’; y de su vena futbolística también queda constancia en el diario Marca, donde cuenta con columna y blog propios: ‘Hierba mojada’.
En la apretada hoja de servicios de nuestro protagonista figuran asimismo trabajos como productor musical (Nistal, Dogfigh, Ciudad Bambú), colaboraciones radiofónicas con Cadena Ser y en su día abordó el trabajo de investigación ‘Ágoras o Catedrales: los estadios de fútbol como elemento de interacción social en las ciudades del Arco Atlántico’. No obstante, los textos más leídos de Paskual se encuentran en dos libros: ‘Rugidos de gato’, que recopila las referidas tribunas, y ‘El arte de mentir’, un volumen entretenido y bien recomendable donde, ya conté en LQCDM, dio rienda suelta, negro sobre blanco, a su procacidad y su gusto por el rock and roll, como fan y como agente activo, subido al escenario, guitarra en mano, embutido en el ceñidísimo pantalón de cuero que vistió durante años. Así, en sus páginas muestra su admiración por las letras, la imagen camaleónica y la sonrisa de David Bowie; rememora episodios de sexo anal en los que se sintió como un Yahvé del rock causando dolor a su pueblo bajo un cielo de orgasmos; cuenta cómo es trabajar con Loquillo; escribe misivas a sus héroes musicales, George Harrison, John Lennon…
Terminada la gira de Loquillo, es hora de prestar más atención a Igor Paskual, vocacional quintacolumnista del rock, empezando por estas respuestas sin desperdicio alguno…
“PENSAR QUE NADIE COCINA COMO TU MADRE ES COMO CREER QUE NADIE LA CHUPA COMO TU NOVIA”
¿Quién cocina en tu casa?
Todos. Y cuando digo todos es todos. Yo cocino también, si viene un hermano de visita. Si viene un amigo, pues igual se pone él al mando. Es una casa con tres críos, una casa abierta donde siempre hay gente; visitas de parientes, amigos, huéspedes… Cuando quieras vienes tú y serás agasajado como mereces, pero te obligaremos a preparar un bacalao al pilpil. Yo estoy constantemente yendo y viniendo, así que en la cocina hay sitio para quién desee lucir sus habilidades.
Tú, ¿cuál es el plato que bordas, cuál es tu as en la manga
Creo que el que mejor me sale es el conejo a la sidra, que es el que empleo para epatar a las visitas y hacerme el guay. Bueno, el guay me lo hago todo el rato, la verdad.
¿La mejor cocinera del mundo es tu madre?
Pensar que nadie cocina como tu madre es como creer que nadie la chupa como tu novia. Eso sucede por una mezcla entre el amor entregado e incondicional a nuestras madres y por la falta de datos. La verdad es que mi padre y mi difunto abuelo también cocinan de maravilla. Hay platos que a mi madre le salen geniales, pero geniales de verdad, y otros no. Desde pequeño he comido en casas de amigos y ya pronto tuve bandas, salía a tocar con frecuencia y supe apreciar las virtudes de cocineros que no fueran la madre de uno.
Desayuno ideal.
Desayuno inglés, sin duda. Es su único y maravilloso logro gastronómico: convertir el desayuno en una copiosa comida. ¡Bravo!
¿Cuáles son tus platos favoritos, cuáles pedirías como última voluntad?
Salpicón de marisco, sin duda, ahí sí el que hace mi madre. Patatas rellenas. Pato a la naranja. Mollejas. Cocido. Pote asturiano..
¿Cocina tradicional o tecnoemocional?
Vivo en Gijón y digamos que la nueva cocina no ha terminado de calar hondo. Hubo un intento, pero no cuajó. No es una ciudad con dinero, ni tampoco la costumbre de comer de esa forma se ha impuesto. Además, cuando viajo por ahí, los lugares que me recomiendan suelen ser más tradicionales. El caso es que los mismos cocineros «tecno emocionales» cuando son entrevistados, todos, pero absolutamente todos, responden que no hay nada más exquisito que huevos con chorizo o la tortilla que les hacía su madre. Es decir, ni ellos mismos pueden competir contra la sabiduría de siglos de cocina popular. Así que imagínate el profano. Es como los diseñadores de ropa que salen a saludar tras un desfile de sus creaciones… ¿Cómo van vestidos ellos? De pantalón vaquero y camiseta negra. La gente que peor viste en este país son los diseñadores de ropa.
¿Compartes que el sabor es lo más importante a la hora de sentarse a la mesa?
El sabor es lo primordial sin duda. Pero, no hace falta decirlo, me importa mucho el trato, el ambiente y la compañía. Aunque últimamente le estoy cogiendo el gusto a comer sólo. Tanto en casa como de gira, paso muchísimo tiempo rodeado de gente y estar en soledad es un lujo que valoro mucho.
Restaurantes preferidos. De los que has visitado, y de los que te gustaría pisar.
En Asturias te diría Casa Segundo, en las afueras de Gijón, porque tiene una fabada… Algo de no creer. En Avilés, El Tataguyo, que funciona desde mediados del XIX y tiene una longaniza brutal. En Salinas, el Real Balneario, con esa lubina al champán que es una receta familiar. En Oviedo, Ca Suso, gente que trabaja muy bien. En Gijón, cerca de El Molinón hay dos sitios muy distintos, pero que me encantan: La Casina del Parque (La Casa del Parque), lloras de lo rico que está todo, es más casero; y La Salgar, de Nacho Manzano, con un toque más ‘moderno’. Y en las afueras está Fuente la Lloba, muy curioso porque lo llevan un japonés y un catalán y hacen una mezcla que me encanta. En Lastres, Casa Eutimio, al lado del puerto; es el pueblo de mi madre y es un lujo.
La verdad es que hay montones de sitios… No sé, en Donosti estuve en Casa Nicolasa hace años y me encantó. Arzak también muy bien. En Galicia también me alucina comer; tienen un producto, una materia prima espectacular; las patatas, el pan… En Ribadeo está el San Miguel y en Castropol Casa Vicente, ambos de pescados. Viajo mucho y se nota. Al menos, en cuanto a cocina tradicional es increíble, vas a Valladolid o a Salamanca… Tenemos mucha suerte en este país. De todos los sitios de fuera que estuve de gira, en Sudamérica, por ejemplo, el nivelazo está en Lima. Lo de Perú es tremendo. El peor sitio para comer es Londres, tienes que pagar mucha mucha pasta para deglutir algo digno, al margen, claro, de los indios, los griegos, que suelen ser muy buenos. El lugar donde me gustaría ir y me acercaría sólo por eso es a La Tour d’Argent, en París. Funciona desde el XVI. Huelo la sangre desde aquí…
¿Qué opinas si, en la mesa aledaña, se llevan el vino sobrante y sacan el tupper del bolso o la mochila?
Me parece estupendo. No siempre te apetece comerlo todo, y tirar o dejar comida en el plato es pecado. La primera vez que vi hacer eso fue en Buenos Aires, hace diez años. Estábamos cenando y, cuando nos íbamos a ir, todas las raciones que sobraron, sin ni siquiera pedirlo nosotros, las pusieron para llevar. Lo agradecí enormemente. Reconozco que a mí el vino nunca me sobra y que jamás me he visto en la tesitura de tener que llevarme media botella. Pero si sobra comida, la suelo llevar. Con hijos es aún más necesario hacerlo.
Si tienes visita, ¿qué bares y/o restaurantes te gusta ‘enseñarles’ en tu ciudad?
Depende de lo que quieran. Si quieren ir por el centro, Casa Ataulfo, Casa Zarrazina… Pero si van a pasar un par de días, me gusta llevarlos por el barrio de La Arena, que representa muy bien el espíritu de la ciudad y es un sitio donde hay montones de sidrerías y restaurantes muy apañados de precio, con ambiente de barrio que no barrial, y se come en casi todos ellos de maravilla.
Barra y ronda de bares, o larga sentada en terraza.
Bueno, una mezcla de las dos. Es decir, me gusta quedarme en una misma barra. Incluso si estoy de noche por bares, si encuentro un lugar que me guste, prefiero estar allí un montón de horas. Uno tiene ya la suficiente experiencia para saber que lo bueno no abunda y que, según te mueves, la cosa suele empeorar. Además, si bebo mucho prefiero hacer el ridículo en un punto concreto y no exhibir mis tonterías por la toda la ciudad. Pero me adapto bien a ir cambiando porque no a todo el mundo le gusta quedarse en un mismo lugar. A mí me encanta, pero en vez de la terraza, en la barra.
Bocadillo preferido.
Si estoy de gira, suelo pedir pepito de ternera. Siempre. Y en casa, de todo, hago bocadillos de todo. El de anchoas me vuelve loco, también. El bocadillo es un invento fascinante. Como un montón, la verdad.
¿Con quién compartirías una buena botella?
Con cualquiera que pueda tener una larga y buena conversación sobre fútbol y música. Pocos placeres hay mayores que ese. Igual no queda muy cool decirlo, pero un buen candidato sería Noel Gallagher.
¿Cuál es tu disco, artista o música preferida para amenizar una comida memorable?
Buena pregunta. Esto me resulta un poco incómodo: no me gusta la música para comer, ni tampoco para follar. Me despista. Y hay muchos restaurantes que insisten en ello. El otro día estuve en un mexicano en Madrid donde estaban poniendo electrónica de fondo, y ese tipo de restaurantes debería desaparecer de la faz de la tierra. La primera y casi única vez que cené con música fue en Amman, en casa del entonces secretario de la embajada de España en Jordania, Gustavo de Arítesgui, cuando yo estaba en unas excavaciones. Recuerdo que escogimos a Vivaldi y luego a los Beatles y los disfruté mucho, pero fue porque nuestro arqueólogo jefe, Tresguerres, era uno de estos hombres sabios con una cultura enciclopédica y comentaba la obra sobre la marcha y fue una pasada. Por cierto, ¡comí muy bien en Jordania! Y recuerdo que hace siglos hice una cena de inauguración de una casa donde vivía, en el barrio de La Arena, puse a Chet Baker y lo disfruté de verdad, pero no suele ser lo habitual. Trabajo rodeado de sonido y necesito un poco de silencio. De hecho, si tuviera que mejorar algo de todos los restaurantes españoles, sería la acústica. ¡Qué barbaridad!
¿La gastronomía vive inmersa en una burbuja que no tardará en explotar, o aún tiene que ganar protagonismo, presencia, ‘importancia’ en nuestra sociedad?
No creo que sea una burbuja. Una burbuja sería algo creado y sostenido de forma artificial como fue la burbuja inmobiliaria, en donde se multiplicaron al mismo tiempo los precios y el número de pisos que se vendían, algo que contradice las leyes de la oferta y la demanda. Eso sólo se alimentó de forma artificial gracias al crédito, al dinero negro que afloraba y a la Ley Suelo del copón. Sin embargo, la gastronomía tiene demanda de verdad y ahora mismo es, junto con el deporte, una de las pocas cosas que España puede exportar al máximo nivel sin sentir vergüenza. Lo que sí que ha cambiado es el trato que se le da en los medios, la narrativa es muy distinta. Antes la cocina era algo familiar, nada creativo, una cosa que se hacía gratis y femenino. Ahora es algo público, remunerado y masculino. Ahora se muestra al cocinero como un artista romántico, que sería el caso de Adrià; ya sabes, el pelo desordenado, la expresión arrebatada y esa especie de incontinencia creativa a cualquier hora. Todos los tópicos. También está la presentación del cocinero como un científico, con esas cocinas tan limpias y la palabra «investigación» por todos los lados. Es algo que ayuda a todos: unos venden más periódicos y suplementos dominicales a la única gente que aún los compra, esa clase media baja con aspiraciones culturales; y otros, los empresarios de la cocina que, gracias a ese «aura», obtienen más promoción y beneficios. Me llama la atención cómo en España el cocinero ha pasado de ser un artesano a ser un artista. Y de ser un mundo de mujeres a un mundo de hombres. Es de justicia reconocer que eso sucedía hace décadas ya en Euskadi.
Periodismo, literatura, radio, música, canción, fútbol… Parece Igor Paskual un hombre del Renacimiento. ¿En qué disciplina te encuentras más cómodo, u obtienes mayor satisfacción?
Realmente la música es lo que más me llena. Tiene un punto de actividad física que me sienta muy bien. La comunicación es directa, como una bofetada, y me gusta sentir el volumen en mi cuerpo. Pero es de justicia reconocer que la escritura me sienta de maravilla. Puedes expresarte verbalmente con más matices que en la música. Y me permite mezclar en un mismo artículo cosas como la música y el fútbol. Es liberador poder sentarte y expresar una serie de ideas por escrito. En serio, suena obvio, pero es algo genial. De todos modos, el rock tiene un poder sobre mí que aún no me lo explico.
Te has tirado el verano en la carretera, e insistes en engrandecer la labor de los técnicos; más allá de nombres propios, les señalas como verdaderos artífices de que el show pueda continuar.
Sí, me gusta darles la importancia que merecen. Trabajan mucho, es duro y no gozan de las prebendas que recibimos los músicos. Hay algunos de ellos que son tan importantes como un músico. Ahora bien, tampoco soy tan hippie como para hacerles subir al escenario a recibir aplausos y ese rollo. Hay músicos que lo hacen, supongo que es porque muchos de ellos parecen técnicos. El otro día tocamos con una banda joven que triunfa mucho, quise saludar al cantante y le di la mano al tipo que afinaba las guitarras. ¡Era el único que parecía una estrella!
Músicos de rock, ¿héroes o simples bufones?
Estamos a medio camino. Tenemos que asumir que hacemos algo que es puro entretenimiento, como la pintura, la ópera, el fútbol o la misma literatura. Pero, de vez en cuando, a alguna persona le afectas de tal manera que le sirve para vivir mejor o cambiar su vida, como me sucedió a mí con (David) Bowie, y te conviertes en un héroe, aunque sólo sea por un día.
¿La guitarra es lo único que se desafina fácilmente con el ardor estival?
El ardor estival afina los instintos y desafina la prudencia. No es una mala época para dejarse llevar por la generosidad de este país que, con todos sus defectos, sigue siendo un lugar maravilloso para vivir. Si hay algo que valoro de España es su alegría y su disposición atávica para estar de juerga sin límite ni mucho menos pudor.
¿Plenamente satisfecho con ‘Tierra firme’, tu último álbum?
Me quedé muy muy contento. Trabajo mucho los discos, no soy de esos que al mes de haber publicado uno ya les gustaría cambiar cosas. Eso es no saber lo que se quiere o no dedicarle el tiempo que un disco merece. Estoy encantado. Para mí es un paso más en una renovación del rock español que creo que aún no se ha producido. Lo digo siempre: en España hay unas bandas de rock estupendas, pero se mueven en unos esquemas siempre muy similares. No lo crítico, sólo explico una situación, supongo que porque me siento un poco solo en lo que hago. Los textos son muy vitales, nada de tristezas innecesarias. No es que sea un disco con un optimismo tontorrón, pero es para ayudarte a subir, no a bajar.
‘Rugidos de gato’ es tu último libro. ¿Qué vuelcas en él?
Son artículos sobre música. Los tengo ordenados en varios capítulos, unos son muy personales, otros de viajes, en otros hablo de artistas que me gustan, también están los que son más políticos y los que más me gustan, y creo que es donde aporto un poco más, que son aquellos donde reflexiono sobre la propia música. Es decir, sobre cómo escuchamos, cómo asimilamos, por qué pensamos ciertas cosas sobre un estilo u otro, cosas que tienen que ver con cómo funciona la música internamente. Sobre por qué un conflicto entre editoriales o una huelga de músicos puede cambiar el gusto… Me encanta la teoría sobre la música: los que la hacemos no solemos pensar sobre ella, y quienes piensan sobre ella no la hacen.
¿Qué más tienes entre manos, en qué otros proyectos estás metido ahora?
Estoy grabando otro disco. Luego me gustaría hacer unos conciertos para cerrar el ciclo de ‘Tierra Firme’ y sigo empeñado en terminar mi libro sobre himnos de fútbol.
¿Qué te gustaría ser de mayor?
Me gustaría ser Arconada de joven.
(Igor Cubillo)
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
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