Bodega Betolaza. Sangre joven y uva madura para un proyecto de vida en Rioja Alta
Es meritorio el logro de las inmensas fábricas de vino capaces de aplicar la matemática y la química a cientos de miles de litros de zumo de uva para lograr cada año un producto digno y estable, una bebida digna con la regularidad requerida. Ciertamente lo es, pero permíteme revelar que me parecen tan meritorios y aun mucho más ilusionantes casos como el de los hermanos Francisco y Clara Ibaibarriaga, que han tomado las riendas de la pequeña bodega familiar, en Briones (La Rioja), y han ampliado con acierto el catálogo de elaboraciones.
Sus predecesores hacían únicamente vino destinado a ser comercializado por otras “prestigiosas bodegas” de su entorno y cuando crearon la marca Betolaza, en 2000, únicamente embotellaban tinto joven de maceración carbónica parido en depósitos de hormigón (lagos) en el antiguo calado de la casa de su abuela (apellidada Betolaza). En 2006 construyeron por fin la actual bodega, dotada de depósitos de inox y más adelantos, y empezaron a elaborar crianza y reserva, además del cosechero.
La sangre joven se atreve ya con un blanco 100% viura y, como producto estrella, Calitrancos, vino de parcela, un ejemplo de potencia, intensidad y volumen al que cuelgan la vitola de “vino de autor”. Pero, etiquetas al margen, ellos son unos currantes que destilan sencillez, franqueza e ilusión. “Somos una bodega muy pequeña, familiar. Con nuestras propias viñas elaboramos y producimos, que es lo que realmente sabemos hacer, el campo, más que cualquier otra cosa. Todo lo demás nos sobrepasa. Buscamos cositas especiales, mucha selección y diferenciarnos del resto en la calidad”, asegura Francisco, con 33 años el mayor de los dos hermanos (Clara tiene 29).
Diez hectáreas para cinco vinos
Betolaza cuenta con un total de diez hectáreas repartidas por Briones, Rioja Alta. Con ellas se basta, no se compra uva; el equipo trabaja cada año de 60.000 a 80.000 kilos que vendimia a mano, con pequeños remolques, y descarta uvas verdes y tocadas. “Nosotros el vino lo hacemos en viña. Antes de vendimiar, vamos, catamos las uvas, seleccionamos cada parcela para un tipo de vino y decidimos también si haremos especiales como Calitrancos. Es en el campo donde realmente se sabe la calidad del vino que vendrá”, revela Francisco con el brillo en los ojos propio de quien habla de un proyecto de vida.
Motivos tienen para estar satisfechos, pues las etiquetas de Betolaza amparan buen vino…
Betolaza Tempranillo 2020. Joven. Un 100% tempranillo bien goloso. “Le llamamos semimaceración carbónica; fermenta todo menos el raspón, pero el grano no se estruja, intentamos que entre lo más entero posible al depósito, que se haga una fermentación dentro de la uva, dentro de las posibilidades que permita su calidad, lógicamente. Buscamos fruta y un punto carbónico nada exagerado, un toque de viveza”, explica Francisco sobre un tinto que permanece en botella un mínimo de tres meses antes de su comercialización.
Betolaza Crianza 2017. 90% tempranillo, 5% garnacho y 5% mazuelo. 18 meses en roble americano y, mínimo, seis más en botella. Ligero y goloso. Un tinto agradable y fácil de beber del que se embotellan 12.949 unidades (600 magnum).
Betolaza Reserva 2016. Tempranillo y un poco (10%) de garnacha. 3.654 botellas. 20 meses en roble americano y francés, de uno y dos años, al 50%.
Magadí 2018. Un blanco 100% viura criado en barrica. No fermentado, eh. “Elaboramos en inox y después se cría siete meses sobre lías en roble americano nuevo. Dos parcelitas (La Solana -56 años- y El Cantillo -62 años-) superespeciales para un blanco que acompaña bien una comida, es un blanco de comer”, sugiere Ibaibarriaga.
Calitrancos 2015. Vino de parcela 100% tempranillo, de alrededor de 35 años de vida y poco rendimiento. Elaboración “normal”, en inox, y 17 meses en roble francés nuevo, Radoux, de grano extrafino, un blend. Botella singular, fácil de relacionar con los destilados. No ve la luz todos los años: debutó en 2015 y ahora las barricas están llenas con la cosecha de 2019. “Su nombre creemos que es ‘Cali’ porque es tierra caliza y ‘trancos’ por las grandes piedras que hay allí. Tiene muy poquito suelo, a la hora de labrar enseguida sacas la lasca, la piedra; entonces la raíz lo que hace es sufrir, no se puede adentrar, da muy poquita producción y creo que también aporta esa mineralidad que tiene el vino, que llena la boca con balsámicos, especiados…”, detalla el hermano mayor.
Uva muy madura en Betolaza
¿Tiene Calitrancos un perfil parecido al reserva? “Puede ser. En nuestros vinos buscamos concentración, utilizamos uva muy muy muy madura (somos los últimos que empezamos a vendimiar, con mucha diferencia) y recurrimos a fermentaciones largas”, confiesa Francisco. Para comprobarlo puedes buscar sus vinos (ellos mismos se encargan de distribuir la producción) o plantarte en la bodega y disfrutar de su hospitalidad en una de las visitas que ofrecen. ¿Mi favorita? Han hecho un guardaviñas en el alto del cerro del Calvario con una mesita de piedra en el propio viñedo y vista 360 grados…
Asimismo, los Ibaibarriaga cuentan con un coqueto calado dotado con nichos donde puedes guardar y dar buena cuenta de vinos de tu propiedad en buena compañía. Menudo txokito. Condición: adquirir 650 euros de vinos variados o comprar media barrica (800 euros) o una entera (270 botellas, aproximadamente) de crianza o reserva. Pla na zo.
Cuesta Dulce, 12; 26330 Briones (La Rioja)
(+34) 663473444
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
El otro día probé «Calitrancos» (excelente a mi juicio) y pude, además, conocer y saludar a Fran en un restaurante de la Rioja. Ya tú sabes, Igor 😀