Restaurante Ginza (Vitoria). Gora Japón
Japón es lamentablemente actualidad por el reciente maremoto y el pánico nuclear provocado por las explosiones en Fukushima. Una tragedia a cámara lenta. Pero en Vitoria ya estaban un poco más cerca del país del sol naciente, de su cultura, antes del cataclismo: desde finales del pasado año, cuando abrió sus puertas el restaurante Ginza. Y aun más cerca desde mediados de marzo, cuando en su comedor empezaron a servir menú del día. Una sugerente alternativa al manido menú de los omnipresentes chinos.
Ginza ha preparado una selección de cuatro combinaciones cerradas, entre 10 y 15 euros, creo recordar. Yo he comido la más cara (de Bilbao, pues) y he salido contento. Para empezar, tras vaciar un cuenco con sencillo aperitivo (galletitas saladas y tal), me quemé el paladar con una sopa de miso abrasiva. Cuando la cerveza (así llaman algunos a la Heineken) devolvió la sensibilidad a mi paladar, un campechano japonés puso ante mi el resto del ‘Menú D’ en una bandeja con cinco huecos. Tipo rancho, pero rancho oriental. No tuve sensación de estar en el colegio, ni en la mili. Y me pareció mucho más práctico que el bombardeo de platos, la atosigante táctica de agilizar comidas y fomentar la rotación de comensales, a que te someten en los referidos chinos.
Lo dicho, había cinco compartimentos: uno para una pequeña ensalada que parecía aliñada con salsa de yogur, pues nos recordó a la que empapa los kebabs; otro para tres piezas de sushi maki y otras dos de nigiri; junto a ellas, wasabi y láminas de jengibre para afinar la salsa de soja dispuesta aparte; en un cuarto hueco se encontraban los anunciados tallarines (más bien lo que llaman yakisoba); y en el quinto nos esperaba lo mejor: un atún sorprendente por ternura y sabor.
Sin grasa en restaurante Ginza
Nuestra moderada satisfacción fue mayor al comprobar que la pitanza no había dejado apenas rastro en la bandeja, ni grasa, ni siropes, ni gelatinas, etcétera.
Los postres se limitaban a helado de chocolate o vainilla, «ensalada de frutas» (la carpetovetónica macedonia, suponemos) y tarta de nombre imposible. Bueno, seguro que era corriente, pero fuí incapaz de entender al camarero, pese a los tres intentos. Ah, y la casa nos invitó a un chupito de ciruela. Detalle mítico que muchos han dejado de lado. Será la crisis. La crisis de valores, quiero decir.
Decir también que a la entrada se ha colgado una gran fotografía que inmortaliza el paso del Lehendakari por el local. Que cerca de la entrada se ubican las grandes planchas del teppanyaki (donde, por lo visto, te facilitan un kimono para que no te ahumes). Y que un ciudadano japonés con cinta anudada en la frente nos miraba malencarado desde la barra, como si quisiera retorcernos con una exhibición de llaves de kárate. Bruce Lee que estás en los cielos…
(casi se lía a mamporros con el de la cintita Cuchillo)
C/ Pintor Ignacio Díaz de Olano, 1; 01008 Vitoria-Gasteiz
945 158 752
Es el pequeño de los Cubillo Brothers. Nació en 1991, en el mismo Bilbao, es más de salado que de dulce y acostumbra a disociar, con lo cual cambia de apariencia física con frecuencia. Como Robert de Niro antes de rodar Toro Salvaje, pero a lo tonto, por la cara. Él es más de toro tataki. Aprendió pronto que Dow Jones no es un cantante, le incomoda la fama de criticón, pues siempre ha sentido simpatía por el débil, y una máxima guía su proceder: «más vale que zozobre, que no que zofarte…». Católico practicante, que no celebrante, en su bautizo el párroco ofició vestido de Elvis, cantó himnos y salmos, y entonó el ‘Burning Love’. Vio la luz el día que se fotografió con Ferran Adrià y el de L’Hospitalet de Llobregat le puso una mano sobre el hombro al tiempo que decía: «Cuchillo, la gastronomía es el nuevo rock and roll». Amén.
A primera vista parece poca cantidad ¿no?
¿Quién firma este artículo, para poder decirle que en Japón no pasará nada a cámara lenta ni acelerada, que eso no es la Unión Soviética? Y ya puestos a preguntar: ¿qué lendakari se fotografió en tal restorán nipón, el de Oklahoma?