Restaurante Iñaki Rodaballo (Vitoria). Aquí no unta nadie
Iré al grano. Un tío que se llama Cuchillo no puede andarse con circunloquios. En este caso la retórica se antojaría forzada, filosofía barata, simple juego de palabras. Y lo que a mi me interesa es dejar meridianamente clara la siguiente opinión: por norma general, en Vitoria se come algo más barato que en Bilbao y Donostia, sí. Es así, hablemos de menú del día, degustación o carta. Pero no se come mejor que en Bilbao y Donostia, no. Dicho esto, arderé en el infierno y tal, pero no conviviré con el dolor que supone morderse la lengua.
El penúltimo ejemplo de expectativas no satisfechas lo viví recientemente en el restorán de Iñaki Rodaballo, donde entré ilusionado, con muchas ganas, y salí con cierta sensación de vacío. No por quedar con hambre, que no fue el caso, sino porque tras el veloz trasiego de platos (un aperitivo, tres entrantes tres, pescado, carne y postre) no salí con la decisión de querer aconsejar el lugar a nadie. Tampoco de desaconsejarlo manifiestamente, conste, pero esperaba más. Es lo que tiene acudir sabiendo que ha cosechado premios a tutiplén. Me suele ocurrir.
En un par de ocasiones, desde la cocina del Sagartoki y del Niza, este exactor de la compañía Sobradún ganó el Campeonato de España Cruzcampo a la Mejor Barra de Pinchos y Tapas. Y el pasado año, sin ir más lejos, también triunfó en el Campeonato de Euskadi de Pintxos celebrado en Hondarribia. Lo hizo con Chip’s & Ron, según hemos leído, una composición en copa de cóctel de chipirones a la plancha en medio de una crema de patata con chips de yuca y unas lágrimas o esferificaciones de ron. Todo aromatizado con un twist de limón y unas hebras de eneldo.Ponente habitual en congresos gastronómicos, desde Gipuzkoa hasta Japón, Rodaballo comanda ahora un bar restaurante (el antiguo Skala) con su nombre. La primera parte del local esta preparada para beber y degustar comida en miniatura, e incluye incluso un pequeño hueco para show coocking; luego se estrecha, convertido en escaparante donde ver las evoluciones en la cocina vista, y desemboca en un comedor frío, de apariencia austera, no especialmente atractivo (de hecho, es más quedona la zona de barra), con sillas recicladas propias de terraza y separado del resto del recinto por un simple biombo por el que se cuela la música de la barra. Desde Bob Marley a Ismael Serrano. Allí se prueba su oferta de mesa y mantel, hasta hace poco limitada a dos menús degustación, de 30 y 40 euros. En la actualidad conviven la carta y un solo menú degustación de 40 euros (más IVA), servido con Viña Salceda crianza.
Paramos allí el mes pasado y, a modo de pequeño aperitivo, nos pusieron cogollo a la brasa con anchoa y salsa de remolacha; grato, nada espectacular. Luego llegó una ensalada a base de tomate, lechugas, rico queso normando y velo de papada de cerdo; normalita en general, inapreciable la papada, más allá de lo meramente estético. Otra propuesta que no sorprendió, más bien pasó sin pena ni gloria, más allá de los halagos al pequeño trozo de queso.
La cosa se puso seria con unos ricos caracoles a la alavesa con salsa espesa, untuosa y gustosa, y no pocos tropiezos. Para limpiarse los dedos, las toallitas ‘transformer’ que crecen con el agua y llevan años utilizando locales de relumbrón como el restaurante Etxanobe, de Fernando Canales.
A continuación, huevo a baja temperatura con crema de patata y hongos; bien, nada invasivo, el gran peligro del hongo.Acabada la tanda de entrantes, llego el momento del pez mantequilla con verduritas, crema de marisco y huevas; bien el punto del pescado, ciertamente, y acertado el acompañamiento, no diré que no. Para terminar, consistente codillo con recios patatones y osmosis de manzana, un plato que no terminamos.
No se vayan todavía, aún hay mas: brownie, atractivo a la vista mas intrascendente. ¿Y saben qué les voy a decir a continuación? Que esa sensación puede aplicarse a tooooda la comida. Buena presentación, buenas intenciones e imaginación en la disposición, pero poco ingrediente noble y escasa, sino nula, trascendencia. Es innegable que hubo cantidad, pero ningún detalle nos maravilló. Enseñas las fotos, te dicen «joder, qué bien has comido», qué pintaza, y te da por pensar que quizá se cuida mas la apariencia que otra cosa.
Luego, hay que añadir en el debe una serie de detalles feos, cuanto menos. Un minuto después de pedir, preguntamos si nos podían cambiar los caracoles por otra cosa, por cualquiera. No, pues la camarera ya había pasado la comanda al cocinero… Señalar que sólo había otros dos comensales en el comedor. Más: nos dijeron que el menú incluía el vino y nos preguntaron si íbamos a beber agua. Pues sí, por si acaso. Sirvieron una botella de medio litro y sumaron 2 euros (más IVA) a la cuenta.
También me parece fuera de lugar cobrar 1,80 (más IVA) por un café solo, cuando seguro que detrás del biombo se pide bastante menos. Y la anécdota de la jornada: la camarera nos sometió a un férreo marcaje y se llevaba los platos sin dar opción al noble arte de untar. Había prisa, supongo. Con todo, la broma salió 92,45 euros, que así igual a alguien le parece poca cosa, pero no dejan de ser 16.000 pesetas. Precio suficiente para exigir un poco más. Y untar a gusto, coñe.
(cuchillo)
Ricardo Buesa, 4; 01008 Vitoria-Gasteiz (Araba/Álava)
945 222 681
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
He leído tu post como tres o cuatro veces…y te puedes creer que acabo de ver el «velo de papada»! jajajajajaja te prometo que no uso gafas!