Restaurant Can Bosch (Cambrils). Estrella Michelin desde 1984
En la Semana de Pascua vacacionamos en Cambrils, Tarragona, municipio de larga tradición turística española. En esos días estaba lleno de parejas vascas con niños, sobre todo matrimonios guipuzcoanos que hablaban en euskera sin parar. Me sentaba en el paseo marítimo y de cuatro parejas que pasaban tres hablaban vascuence y la cuarta… caminaba silente. Durante esas vacaciones no me lo pasé demasiado bien: me sentía rodeado de vascos, La Txurri solo me hablaba de Matemáticas y de los zotes de sus alumnos, muchos bares estaban cerrados y los abiertos eran enormes pero no tenían ambiente (ni clientela), y el clima no acompañaba (cuando me arrojaba a la piscina me sentía un cubito de hielo en un gin-tonic… brrrruuuu).
Haciendo memoria, mis mejores momentos fueron los de los almuerzos por ahí, los desayunos en el hotel Maritim (¡había morcilla!), las visitas al cercano Salou donde bebíamos pintas a dos euros en terrazas mirando al mar, la compra que hice en la vinoteca/licorería Morell de Cambrils, y las copas de cava con pinchos que consumíamos de abrebocas en el bar Lekeitio de Cambrils, enorme, con dos entradas a sendas calles, dos barras, terraza trasera, varios ambientes de comedores, cartas de vinos, de tapas, de raciones, de carnes y de pescados… y manadas de parroquianos vascongados… Estaba rodeado, sí.
Antes de llegar a la costa mediterránea busqué en Internet los mejores restoranes de la localidad, o los más interesantes para mis pretensiones. Y de chiste lo que me acaeció ya en el pueblo: dos de mis seleccionados estaban cerrados por descanso semanal, otro cerrado por reforma, otro clausurado por jubilación (yo ya estaba desmoralizado) y había otro rechulo al que La Txurri se negó a entrar porque ponía la música a volumen alto. No exagero para hacer la gracia.
Aparte, en Cambrils, créanselo, hay dos restaurantes con estrella Michelin: el Can Bosh, del que hablamos hoy, y El Rincón de Diego, aún mejor y del que escribiremos próximamente. En la provincia de Tarragona hay un tercero con estrella Michelin, el Torreó de l’Indià, sito en Xerta. Pero centrémonos en el Can Bosh. Pregona el gourmand Martín-Ferrán que «comer bien es decir con gusto y buena compañía», pero al Bosh acudí solo porque mi esposa no valora zampar un montón de chorraditas por más de 12 mil pelas el comensal (un menú genial para ella: jamón del bueno, almejas, solomillo muy hecho, queso y agua).
Ubicado en una zona no demasiado glamurosa del cogollito de Cambrils se esconde el Can Bosch, especializado en producto marino y con querencia al alambicamiento en la elaboración, al embeleco en la presentación y el impacto polícromo en lo visual. Ajena a su entorno, su fachada es bonita y su interior está bien cuidado, aunque por sus ventanitas se atisban anuncios cutres de los comercios cercanos. Franqueé su puerta, pedí mesa para uno y, como me acompañaba ella que aclaró que no se iba a quedar, me miraron con cara rara y cierto temor subyacente. Tras el paseo y los potes conjuntos, a las 14.25 me acomodé yo solo, como un señor, en una mesa desde donde dominaba gran parte del comedor y en cuyo mantel estaba bordada la B de Bosch. Era miércoles y en total habría al menos unos ocho comensales.
Dejé la chamarra en el respaldo de mi silla (vaya Michelin…) y elegí el menú degustación de 63 + IVA y sin bodega (también ofrecen menú pica pica y menú de pescado marisco). Requerí la carta de caldos y me trajeron un grueso volumen. Había centenares de propuestas, no al alcance de cualquier bolsillo, y pedí un Chardonnay de De Muller (16,50 + IVA), bodega catalana, de Reus, que conozco por varias varietales y que me convencen casi todas. Me descorcharon el vino, estaba estupendo a tenor del olor, y lo dejaron en una cubitera desde la que me servían continuamente y sin prisa. El De Muller tenía aromas y sabores a pera y piña, era cremoso y de color amarillo chillón, y más frío se tornaba más cítrico e incisivo. Lo alterné con agua Font D’Or Maximum (2 + IVA), una bonita y estilizada botella de medio litro.
Al menos me atendieron cuatro personas: sommelier, maître y dos camareras (en los postres me saludó el cocinero, pero iba a hablar con otro comensal, un sosías de Ricardo Bofill hijo que estaba de cumple y se dejó mucho dinero para seducir a una morena con la que seguramente hoy ya no esté). Los trabajadores me sirvieron todo esto que evoco en la distancia temporal y espacial, lo cual será de agradecer pues así el texto me saldrá más breve. Comí un par de tipos de panes (infalible el de cebolla), vi pasar el carro de licores suntuosos y tentadores y seguramente onerosos, utilicé cubiertos de plata (nada más verlos se dio cuenta La Txurri), y esto degusté:
1.- Aperitivo. Bombón frío (dulce y cremoso) y bombón coliflor (con remate de ajo y almeja, bah, aparente)
2.- Snacks. Me acercaron varios chips, el de cebolla rico, el de parmesano crujiente pero regular, y el palito de espiga seco. Una nadería para que bebas más vino, o sea, el truco de la tapa, que para eso te las ponen en las tabernas.
3.- Guisantitos con butifarra negra. Estupendos, vive Dios. La gocé. Las semillas verdes y cremosas maridaban de maravilla con la butifarra amorcillada. El sabor medraba integrado y persistente. Aquí agradecí me sirvieran los educados trabajadores el vino y el agua en sus respectivas copas.
4.- Tartar de bonito, ostras, anguila y patatas. Una masa circular en la que no percibí el sabor de la ostra. Un plato visual con espuma verde y fucsia ácida que impactaba por el color. La anguila estaba aparente y me acordé de la que comí en Praga. Pero en general el tartar fue de lo menos logrado del menú.
5.- Salteado de navaja, crema de topinambur y manitas de cerdo. Olía muy bien. La crema era idílica y espesa, y la manita de cerdo llegó fría y sugería al embutido cabeza de jabalí más que a la gelatinosa pata porcina. La gocé de nuevo y pensé que a Susana le habrían encantado esas navajas. Eran enormes y juntando los tres ingredientes yo disfrutaba de su armonía… y me sonreía ante el capricho… el dispendio.
6.- Arroz carneroli a la cazuela con espardenyas. El arroz estaba como muchos lo hacen ahora, que remite al quemado. Yo ignoraba lo que son las espardenyas, pregunté y me contaron que se trata un marisco que habita hasta la costa de Alicante. La maître me enseñó fotografías del producto y me informó de que se trata del ‘intestino’ del bicho. Del ‘tuétano’, le sugerí. Las espardenyas son un plato habitual de la zona, el arroz estaba muy rico y parecía localista, y el Chardonnay adquiría postgusto a piña.
7.- Lenguado con canelón de espelta, espinacas, piñones y salsa de Ibérico. El plato quemaba, el canelón era naíf y la espelta un cereal triguero, el pescado estaba servido con la piel y olía bien pero era una pena que la salsa opacara su sabor. Aparte, el pescado estaba muy hecho. Y la salsa de ibérico quizá sobrara, para qué callarlo.
8. Postre: Crema de lichis y helado. Un batiburrillo con helado, color verde arriba, acidez y reminiscencia platanera.
9.- Postre: Fresas, bizcocho de vainilla y crumble de algarroba. El helado de fresa estaba pistonudo, a la cosa la coronaba chocolate y la algarroba… uh, no recuerdo.
10.- Petit fours. Pastelitos y dulces. El de fresa se deshacía en la boca, había otro de mousse de chocolate… Los tomé con un café solo (2,75 + IVA) del que La Txurri, que se incorporó a los postres, asegura que en la mesa comenté que estaba bueno.
Al acabar de zampar subí la escalera hacia el W.C. Arriba vi la bodega de Can Bosch y olí que el Ricardo Bofill hijo bis, el tío del cumple que se quería ligar a la morena, había estado fumando en el baño. Estos pijos… Y cuando bajé del WC concluí con Susana, la que no valora la alta gastronomía y defiende la comida tradicional (por ejemplo, ensalada de queso de cabra, solomillo muy hecho y tarta de queso): «No te has perdido nada. Ya ves el local urbanita. El servicio ha estado bien pero ha sido muy caro, pues el producto del menú no ha sido excepcional (arroz, guisantes, snacks fritos…). Me ha costado 90.99 euros (no dejé propina), ha sido la comida más cara de mi vida (ejem… esto lo fue hasta dos días después), pero no la recordaré durante mucho tiempo. Por ejemplo, por 60 euros se come mucho mejor, con vino rico, en el menú degustación del Zaldiaran de Vitoria. O sea, el Zaldiaran es al menos el 50 % mejor».
(nunca había pagado tanto por una comida Óscar Cubillo)
Rambla Jaume I, 19; 43850 Cambrils (Tarragona)
977 36 00 19
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
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