Bar Joker Fusion (Monesterio). Historias sobre la tapa
De paso por tierras extremeñas, el hambre apretaba y no me apetecía demasiado el excesivo compañerismo que se vive en las áreas de servicio. Optamos entonces por abandonar la autovía y adentrarnos en algún pequeño pueblo en busca de ambiente más tradicional. Aparecimos casi de golpe en una rotonda con una especie de escultura que luego entendí simulaba una pata de jamón, y que nos recibía con un hermoso rótulo anunciando “Ciudad del jamón”. Toma ésa. Con este nombre, seguro que algo bueno encontraremos que llevarnos al buche, pensamos al unísono. Soy de las que compara y no me conformo con lo primero que se planta en mi camino, de modo que sugerí al conductor adentrarnos un poco más en el lugar (Monesterio) con la posibilidad de rectificar y volver sobre nuestros pasos a ese primer local que avistamos nada más llegar. Pero el calor badajocense se hacía notar y en el asiento de atrás empezaron las quejas y las protestas. Así que “mira que sitio más majo, tres mesas como terraza, un toldo muy apetecible y encima aparcamos en la puerta”. Panda de vagos.
En dicho toldo rojo-pasión leo “Joker Fusion”. Creo que puse cara rara; yo, que buscaba tradición, hubiese preferido un Casa Manolo o similar. Debajo de esa inscripción, en tipografía más pequeña, un “50 montaditos y tapas”. Bueno, pues parece que la cosa mejora, pensé. Y allá que nos quedamos.
Local limpio en su interior, la tele mantenía entretenidos a cuatro paisanos con el mismo número de cervezas. Despachando alegremente con ellos, y todos atentos al fútbol de la pantalla, un simpático personaje nos recibió al otro lado de la barra con marcado acento extremeño. Nos entregó la carta perfectamente plastificada y me la releí de arriba abajo, de derecha a izquierda, contando únicamente 36 tapas… ¿dónde están las 14 restantes? Demasiado tímida para preguntarlo, ahora lamento…
Una vez decidido el almuerzo, volví a ojear el díptico en cuestión, por si aparecía esa docena y pico de ausentes, y en su lugar encontré una leyenda sobre la historia de la tapa:
“Entre los muchos posibles orígenes de la palabra ‘tapa’, cabe destacar una versión popular más simple que cuenta que la tradición de las tapas nace de la necesidad de que los labriegos pudieran comer algo que permitiera llegar a la hora de comer al mediodía con fuerzas para seguir trabajando, y esta necesidad se cubría mejor si se tomaba un breve alimento acompañado con la ingesta de algo de vino. De esta forma a mediados del siglo XIX en Andalucía se ponían lonchas de queso, jamón o lomo en las bocas de los vasos de vino, tapando su contenido”.
Me quedé con eso. Y no, no encontré las tapas perdidas. Probé el jamón, casi obligatorio, y el montadito en cuestión a 3,50 euros era correcto, rico, pero no hacía justicia al cartelón que da la bienvenida al pueblo. Acompañé la manduca con un vino “de la tierra”. El que dispuso el simpático de la barra, sin darme más opciones, directamente a la copa y sin rechistar. Ains, de nuevo lamento mi timidez.
(aún busca las 14 tapas que faltan, Uve)
Paseo de Extremadura, 195; 06260 Monesterio (Badajoz)
Es de números y tiene un secreto para conservar su línea. Sus amigos se preguntan por la clase de alimento, Uve sonríe coqueta y se guarda su secreto. Aporta el #mistery a Lo Que Coma Don Manuel. Amiga del anonimato, viste de negro, escucha a Roy Orbison para alegrarse, le parece que Iván Ferreiro grita, estudió en colegio de monjas, le chiflan las ostras, ofrece cerveza a los gremios y trajo el TeleMadre a Euskadi. Siempre de aquí para allá, pasa la noche mirando la Luna, esperando que pase un cometa o baje un platillo volante. Lo normal, al conocerle, es preguntarle: “de qué planeta viniste?”.
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