Restaurante Ikea (Vitoria). No me lo puedo permitir
El Ikea es uno de los restaurantes de postín de Vitoria. Con decir que lo ha diseñado Mariscal… Pero es muy cara su cocina innovadora, que presume de elaboración y sentido común en su web. Cuando salía del Hotel Silken, muy cercano al Ikea, yendo de camino al Azkena Rock Festival, siempre me paraba a mirar su carta, con platos a 30 lereles o así, y pensaba cual personajillo de Dickens: «Uh, qué oneroso, ¡no me lo puedo permitir!». Un día leí en prensa que le dieron una estrella Michelin, que le quitaron al año siguiente, y no sé cómo me enteré de que también tenían menú degustación, de precio accesible para mi agujereado bolsillo en un día de paga. Ese día llegó y acudí con mi amigo Carlos al finalizar el reciente XI Azkena Rock Festival, cuando yo ya había cumplido con nota alta mis labores periodísticas y había ganado más dinero de lo previsto, así que decidí darme un homenaje.
Tranquilos fuimos ambos dos un domingo a degustar el menú en una mesa que había reservado por teléfono. Atravesamos el patio del Ikea guarnecido por una puerta de hierro forjado, subimos sus escaleritas y en la entrada nos esperaban tres camareros. Yo vestía camiseta de Johnny Cash en el Azkena y al instante adivinaron por qué estábamos en Vitoria, aunque no nos apearon el tratamiento y nos guardaron en un armario el equipaje: Carlos mochila senderista y yo maletita con ruedas. Pensé que daríamos mala imagen entre la clientela, pero luego solo llegó una pareja (en total comimos cuatro personas ese domingo, sí) con bermudas él, y con añadir que se descalzó…
El interior del Ikea es muy acogedor y cálido. Recuerda a los salones de madera japoneses. Lo cubren listones de maderas de varios tipos y están trabajadas, que Carlos sabe de eso. Maderas de roble, haya, cerezo… orientales, tropicales… Dispone de varios comedores y en el principal cuando fuimos había un jamón 5 Jotas al alcance del respetable, del techo colgaban lámparas con forma de centollos salidos del universo de Bob Esponja, las butacas eran de cuero blanco y la música emitía a Michael Nyman en ‘El piano’.
Como avisé al hacer la reserva, probaríamos el Menú Ikea, 49 euros con bodega, café e IVA incluidos. No recuerdo qué agua bebimos y la alternamos con el rioja Sierra Cantabria, color cereza, temperatura correcta y sabor competente (se acabó nuestra botella y el camarero nos trajo otra empezada que dijo le había sobrado y no nos la cobró, claro). Pues esto degustamos:
0.- Aperitivos. Antes de empezar, mientras esperábamos en la mesa, nos convidaron a varios aperitivos que agradecimos. Patatas quemadas violáceas que no perdieron el sabor y que a Carlos le gustaron y que yo unté en la salsa brava, picante y rica. Otro aperitivo: un chupito de vichisuá, sabroso y cremoso, con sabor a calabacín. Y dos aperitivos más: un ravioli de queso al oporto, dulce como un postre, con gelatina roja, y una coqueta de pollo cuadrada, cojonuda (esto lo diría Carlos) y minimal.
1.- Crema de alubia blanca con relleno navarro, panceta ibérica y confitura de tomate. Largo título para un plato humilde y servido en dos tiempos: primero los sacramentos y luego la crema. Quemaba el condumio y crujía el tocino. El color era blanco y el relleno navarro lo convertía en un puré sofisticado. Aparente.
2.- Colas de cigala ahumadas al ajillo. Me gusta comer gambas al ajillo cuando voy a las islas. A veces están estupendas, otras pienso que me quedan a mí mejor en casa. Pero mola zamparlas fuera. Estas cigalas del Ikea eran de las buenas. La copita en la que nos las sirvieron desprendía olor a leña y el ajo estaba cojonudo (esto lo dije yo). La salsa de la cocción se amalgamaba en el conjunto, había muchas colitas, no estaban aceitosas, y con ellas el vino sabía más dulce. En ese momento sonó la Penguin Cafe Orquesta, que la identificó Carlos. Y Carlos seguía con su copita, alabando los trocitos de pimiento verde y tomate, y cuando aún el producto olía a ahumado, sentenció: «La mejor forma de comer marisco». Hombre, yo no diría tanto, prefiero la tradicional, pero sepan que Carlos suele rechazar el marisco.
3- A elegir carne o pescado: Rape asado sobre fideua de marisco y pil-pil de vainilla. El pescado estaba muy rico y era enorme, y lo pidió Carlos. Se manifestó: «¡Sabe a vainilla!». Claro, por el pil-pil, que no desmerecía en el conjunto: ni en el pescado ni en el vino.
3.- A elegir carne o pescado: Pluma ibérica asada con puré de ciruela ácida, moscatel y coliflor salteada. Esto lo pedí yo, que sé que están de moda los productos porcinos. La pluma estaba rica y en su punto, grasa pero sin cansar. Muy hecha, no como la coliflor. Se incluía un bronce de chocolate y el puré de ciruela combinaba muy bien con la grasa crujiente y el vino.
4.- Postre: Tarta de manzana y pera con jalea de violetas y helado de maracuyá. Lo único reprochable. Si el Ikea va de restaurante de diseño e imaginación, esa tarta no pasaba de tarta rústica. Fina y rica, pero supertradicional y sin misterios. El helado muy rico, sí, y estoy harto de comer postres variados donde sólo mola el helado en locales de los que no escribo porque paso de perder el tiempo dos veces: una comiendo y otra escribiendo.
5.- Café. Incluido en el precio, recuerden. Los dos estaban potentes y los acompañaban tejas anisadas, dulces tentadores y trufas ricas, me parece recordar.
6.- Copas. Nos encontrábamos a gusto en el restaurante, tras el jaleo sin fin del Azkena Rock festival. Estábamos ya solos en el comedor principal. Bajamos por turnos a limpiarnos las manos al baño del sótano, donde seguía habiendo madera por doquier. Yo me di colonia y Carlos se lavó los dientes al acabar de tomar las copas, cuando bajó por segunda vez. Pregunté al camarero si preparaban medios gin tonics (como en Santander) y replicó con una negativa creo que asombrada. Entonces eché un vistazo a las botellas de las alacenas del comedor. Buenos güisquis se exponían y me llamó la atención el whisky escocés The Spice Tree por sus 46 grados del alcohol. Es de malta, of course. Me lo sirvieron en copa alta, en cantidad generosa, y me cobraron solo cuatro euros. Exquisito: aroma de cortar, color oscuro, sabor dulzón y posgusto largüísimo. Carlos no hizo caso a mi recomendación y pidió un gin tonic de la marca galesa Brecon, con tónica Fentimans. Se lo prepararon en una copa muy vistosa, con granos de pimienta, limón verde y amarillo, pero sabor flojo y sin pegada… Bah… ¿Qué hay en Gales aparte de carbón?Como su gin-tonic costaba 12 euros, le solté: «Carlos, cada uno paga su menú y su copa». En total la factura era de 114 euros: yo pagué 53 (49 del menú + 4 del chupito) y Carlos 61 (49 + 12 del gin). Dejamos propina, qué menos si nos proporcionaron un poco de vino sin cobrarnos… Y supongo que volveré si me toca la bonoloto, y entonces pediré lo más caro.
(No tiene dinero para regresar Óscar Cubillo)
Calle de Castilla, 2701007 Vitoria, Álava
945 14 47 47
Cierra domingo noche y lunes
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
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