Beethoven I (Haro). Honestidad, sencillez y excelente RCP
El filósofo Andre Comte-Sponville sostiene la idoneidad de abrazar la feliz desesperanza, de preferir la vida tal cual es antes de esperar otra mejor, más de nuestro gusto, sea después de la muerte o en este mundo. No obstante, yo no me resigno, me aferro a la tesis freudiana de que una ilusión no es necesariamente un error y no pierdo la esperanza de protagonizar un día un triple salto mortal que me catapulte, partiendo de la nada, a las más altas cotas de la insignificancia. Y mi fe se sostiene, entre hilvanes, en pequeños detalles como el acaecido hace unas semanas a mi salida del II Foro de Comunicación Enoturística, celebrado en Laguardia, del que salí pitando con ánimo de compartir mesa y mantel con una fuente de total confianza. Ya en ruta, una llamada de teléfono bastó para confirmar que se caía el plan, así que decidí tomar el desvío a Baños de Ebro, con la esperanza de toparme en el recorrido con las instalaciones de Artuke, una bodega que me ha seducido con caldos como Finca de los Locos y Pies Negros, cargados de aromas, sabores, historias, remembranzas y sentimientos. ¿Quieren saber qué sucedió? Me perdí entre viñedos. Eme.
Una calle sin salida me indicó que era el momento de renunciar a osadías y decidí comer en Llodio, en Balintxarreketa, un caserío anotado en mi particular agenda azul por recomendación de algún familiar. Pues bien, les contaré qué aconteció: pasado Haro, retención kilométrica. Llevaba más de 40 minutos con el motor parado y, salvo aquellos vehículos que decidían dar marcha atrás, en busca de una alternativa, nadie ocupaba el carril contrario, hasta que una patrulla de la Ertzaintza me comunicó que me quedaban, lo menos, otros 30 minutos de atasco. Qué asco. Adiós al plan de Llodio. Vistazo a la lista de restaurantes riojanos pendientes: ¿Venta de Molcalvillo, en Daroca de Rioja? Demasiado lejos. ¿Sopitas, en Arnedo? Ya ha salido en LQCDM, esta weg. ¿Tierra, en Entrena? Demasiado caro, para ir un día de labor sin compañía femenina. ¿Qué tal Terete, en Haro, a ver si su cocina hace justicia al lema «Para corderos asaos, Terete, y allá cuidaos»? Allá que voy… «Cerrado por vacaciones». Acabáramos.
A todo esto, llovía y el grajo debía volar bien bajo. Una señora, desconfiada, detuvo su paso cuando le pregunté dónde podría reponer fuerzas un equilibrista desamparado, dejado de la mano de Dios, zarandeado por el cúmulo de imprevistos, y, pertrechada bajo su paraguas, me señaló La Herradura, zona de esparcimiento donde el paseo se combina con el poteo. Me fié de mi improvisada prescriptora, pues no tenía nada que perder, la situación a duras penas podía empeorar, las estadísticas están para romperlas e indicaban que nada más podía salir ya mal; así que enfilé la calle Santo Tomás, eché un rápido vistazo a la oferta de cuatro restaurantes y me decidí por el «Menú degustación» del primero, de Beethoven I, un «mesón en do mayor» que presume de ser exponente de la cocina típica riojana desde 1941. Acierto. Por fin.
El día mejoró en el mismo momento en que me acomodé en una de sus oscuras sillas de madera, con estelas talladas en el respaldo, a resguardo del frío entre paredes de ladrillo visto, vigas de madera y suelo antañón. Podía haber comido en su barra alguna ración de asadurilla, caracoles o callos, pero ya he dicho que me sedujo el menú; y lo primero que me sirvieron fue tres puerros con suave vinagreta. Bien. Pronto, la camarera, sobrada de remango, tuvo tiempo para abroncarnos por utilizar el móvil, en vez de hablar entre nosotros, entre los clientes (!), y al tiempo dejar sobre mi mesa un plato con cuatro trozos de morcilla fina (delgadillas, las llaman), con un unte casero, denso, sabroso y levemente picante, para alegría del comensal.
La tanda de entrantes se cerró con una mezcla de cuatro setas ostra y cuatro champiñones; gran sabor el de los champis, y más incómodas de comer las setas, pero nuevamente con un sencillo y acertado unte, poderoso por momentos, que para sí lo quisiera el rector de Doctor Livingstone, de infausto recuerdo.
Como plato principal tuve que escoger entre escalope y cogote de merluza. Sin dudar, solicité pescado, un cogotito pequeño (más que suficiente para un comensal, no me malinterpreten) con acertado punto de preparación: su costra salada en superficie y tierno el interior. Sin pasarse. De guarnición, zanahoria rallada y maíz dulce.
Percibí el estupendo olor de las chuletillas de cordero que comían en una mesa próxima, a la carta, pero me contuve y pasé al tercio de postres. Entre los caseros, me decanté por el hojaldre relleno de crema pastelera y nata, que es la especialidad de la casa. La cámara de frío había ablandado un tanto el hojaldre, pero no lo había arruinado, pues aún crujía al seccionarlo con el cuchillo y se deshacía en láminas. Ah, y el manchón de confitura de fresa rebasaba la calificación de mero atrezo.
Aún quedaba beber un café de puchero y dar los últimos tragos a la botella de vino (Taron, tempranillo 2012, de Tirgo, Rioja Alta), que me habían arrimado ya empezada, y a la de agua mineral (FontVella, medio litro), abierta frente a mi. ¿Chupito? No, gracias, que hay que conducir. ¿Hasta dónde? Hasta Bilbao. Bueno…. Quita, que vaya día llevo, sólo falta que me pare la Guardia Civil de aquí a la entrada a la autopista. «Hoy no toca, eh. ¡¡No toca!!», me animaba la grata camarera.
Y agárranse los urbanitas porque, por todo lo narrado, más el pan, pagué únicamente 14 euros (13 del largo menú y uno adicional por el café). No caben grandes análisis. Se trataba de un menú honesto, sencillo, de excelente relación calidad precio. De los que uno echa en falta en la gran ciudad. De los que hacen pensar en cómo nos timan en la city los cocineros de tres al cuarto que pintan vajillas con chorretones de módena. De los que uno busca cuando va a parar a un lugar con solera, como es Haro. De los que permiten reconciliarse con el prójimo y, sin excesos, pensar que el día ha mejorado. Porque salí satisfecho de allí, lo más grande que puede pasar en un restaurante. Me limpié el morrillo con la servilleta rosada y pensé para mí: «qué guai, tío». Y es que soy un chulito. Y un macarra. ¿Que no?
(Igor Cubillo)
web de Cadena Beethoven
Santo Tomás, 10; 26200 Haro (La Rioja)
941 310 018
Periodista especializado en música, ocio y cultura. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). En el medio de la vía, en el medio de la vida, si hay suerte, tal vez. Ha pasado la mayor parte de su existencia en el suroeste de Londres, donde hace más de 20 años empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Harlem R&R ‘Zine, Ruta 66, El País, Bilbao Eskultural, Ritmo & Blues, Getxo A Mano (GEYC), Efe Eme, Den Dena Magazine, Kmon, euskadinet y alguna otra trinchera. Prefiere los caracoles a las ostras. Qué tío. Anda que…
Ah, tiene perfil en Facebook y en Twitter (@igorcubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF. Se le resisten ciertas palabras y acciones con efe. Él sabrá por qué…
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
Comenta, que algo queda