Diez tipos de clientes tóxicos en los restaurantes
Mucho se ha hablado en esta weg de la calidad de la atención en los restaurantes. De los fallos en el servicio, del amateurismo en los sitios de comida, del falso compadreo y la campechanía malentendida. De hosteleros que parece que te perdonan la vida cuando acudes a su establecimiento y de otros vicios de la hostelería nacional.
Ahora toca hablar de nosotros, de los clientes, que tampoco somos perfectos, sino todo lo contrario. Sabemos, por experiencia, que un cliente tóxico (o un grupo de ellos) puede arruinar un negocio, una comida y/o el carácter y la paciencia del restaurador o del camarero que lidia con ellos.
Si tuviéramos que hacer una clasificación de aquellos clientes que más rompen las pelotas a otros comensales, y también a aquellos que les atienden en los restaurantes, éste podría ser un decálogo aproximativo. Seguro que ustedes conocen más categorías; si lo desean, pueden incluir ejemplos en los comentarios de este post.
1.- Padres atontados con niños asilvestrados
Todos conocen a un padre de estas características. Diez años después del nacimiento de su criatura, sigue siendo incapaz de asimilar que ha tenido un vástago. El milagro de la vida, la continuidad de unos genes prescindibles, el acto más elevado y más epopéyico que conseguirá perpetrar en su gris vida. Seguirá pensando, siempre, que esto es una hazaña, una epifanía, la hostia en verso. Nota bene: para aquellos que no lo sepan, todo el mundo es capaz de hacer un niño. Sólo hace falta encontrar una pareja (que hay gente para todo) y apuntar bien. Tener un niño es sencillo, educarlo bien está al alcance de pocos.
Así que ellos flipan con las animaladas que hacen sus hijos en los sitios públicos y creen, en un gesto de magnanimidad, que todo el mundo en el restaurante debe estar agradecido por soportar las carreras, gritos, peleas y empujones de sillas. Los niños, tiernas criaturas, por lo general no tienen la culpa de tener unos padres tan gilipollas y permisivos, pero ese dejar hacer arruina las comidas de otros comensales.
¿Qué se puede hacer ante estas situaciones? Nada es la respuesta. Ni los camareros, ni los dueños de locales, ni por supuesto los otros comensales harán/haremos nada. En nuestra sociedad reclamar buen comportamiento a hijo ajeno está asimilado con la pederastia, el genocidio con gas sarín o la (yumm!) coprofagía. Así que nadie se mete en este jardín y, en esta civilización occidental de menguados y bienquedas, la solución (políticamente incorrecta) consistirá en crear una restauración children-free; y no, no es eso.
Y corolario a este párrafo, los niños insoportables y maleducados son siempre los de los otros, los nuestros sólo son ligeramente traviesos (y encantadores).
2.- Graciosos
Una de mis amigas, a la que tengo por una chica inteligente, tras ser abandonada por su primer marido cometió la torpeza de casarse (otra vez) deprisa y mal. Se caso con un tipo tonto al que, años después, seguimos sin pillarle las gracias. Bromea por todo y de todo, sin gracia, y eso es cansino y hartante.
Pero el colmo de la vergüenza ajena es cuando acudimos con la pareja a un restaurante y trata, en un gesto de campechanía, de hacerse el gracioso con el camarero. Si a nosotros, que le conocemos, nos cuesta pillar el sentido de sus polleces, los camareros literalmente flipan. Así que me imagino eso multiplicado por diez o doce fulanos al día y, sinceramente, no entiendo que no haya habido aún asesinatos rituales de clientes, como el que sale en True Detective.
3.- Prepotentes
Esos que dicen que donde pago, cago. Groseros, maleducados. Para ellos el camarero es una especie por encima del esclavo, pero dos escalas más abajo del siervo de la gleba. Chistean, tutean, chasquean los dedos, imitan el sonido de un beso para llamar la atención. Piden de malos modos y creen que se les debe rendir pleitesía por el hecho de entrar a un restaurante. Y no hijos, no. A lo más que podéis llegar es a que os traten como vosotros tratáis a los demás.
4.- Ligones
Es una de las situaciones que más sonrojo me hacen pasar en un restaurante. Los tipos (porque hasta la fecha sólo conozco tipos, no tipas) que piensan que, porque les sirva una camarera, tienen derecho a tirarle los trastos durante toda la comida.
Suelen ser señores de tres categorías básicas:
– borrachos patosos
– empresarios casposos
– engendros horrorosos
La mejor respuesta a uno de estos patanes la escuché de boca de una camarera brasileña en un chigre de pueblo. A los reiterados requiebros de un agricultor nerdentalensis, la simpática muchacha le dijo: “La camarera no está incluida en el menú”. Que lo sepas.
5.- Parejas acarameladas o en proceso de ruptura traumática
Clase de Historia de la Transición Española. Hubo una época, allá por los años ochenta del pasado siglo, en la que los jóvenes y jóvenas que querían pulir sus armas y darles brillo tenían que acudir a ignotos parajes y contorsionarse en vehículos de gama baja. Todo eso es ya historia (con minúscula). Ahora esos padres, de los que hablaba en el primer punto, dejan que sus adolescentes se desfoguen en el cuarto propio (con tele) de las criaturas. Los que no tienen esa prebenda pueden, por un módico precio, ocupar una habitación de hotel low cost en las afueras de las urbes o en los agroturismos norteños.
Así que es asaz incomprensible que existan parejas que utilicen el restaurante como meublé. Pero los hay. Hemos sido testigos de una felatio bajo mesa en un italiano palentino, que ya hay que tener estómago y tragaderas para mezclar penne rabiatta con otros tipos de pene.
En el otro extremo están las parejas que deciden romper su relación de manera traumática en un territorio neutral y eligen fastidiar la cena al resto de las parejas de un restaurante con el drama griego.
6.- Guarros
Sucios y ruidosos. Se hurgan los dientes con palillos, se aburren y bostezan. Se hurgan concienzudamente en busca de petróleo en sus bajos. El eructo ruidoso es signo de cortesía en una jaima del desierto saudí. Recuérdalo para la próxima vez que te invite un jeque árabe para emascularte en su tienda del desierto. Aquí sólo es una guarrada como el campanario de Begoña.
7.- Estoy esperando
El comedor está hasta las orejas. Llega un par de fulanos, mientras haces cola esperando para que te sienten, y les acomodan por delante de tu turno. Se sientan y dicen con el mayor de los desparpajos que “están esperando a fulana”. Pasan los minutos y desmenuzan pan, charlan distraídos y la fulana (nunca mejor empleado un nombre) ni llega ni se la espera. En este sentido, es ejemplar la reacción de un hostelero llanisco que arrojó la mesa al puerto y dijo a los estupefactos clientes que los peces no esperan.
8.- Inapetentes
Soy un tipo que entiende el acto de la comida como una fiesta dionisíaca. Me da igual que sea un tres estrellas que el menú del día de un restaurante de barrio. Voy a comer como si no hubiera un mañana ,y a beber lo que me permita el hígado. Así que no entiendo a aquellos a los que no les gusta comer, a los inapetentes crónicos y a los tiquismiquis. A los, y las, que juguetean con la comida y, al final, dejan todo amontonado en un rinconcito del plato. Desde aquí les digo que ojalá no les toque pasar hambre, porque descubrirán que el ingrediente más exquisito, y el que más estimula las ganas de comer, es la falta de comida crónica.
no me comes nada Thor
9.- Te cuentan su vida
Mesas corridas, bodas o restaurantes populares, y justo el que tienes al lado decide contarte su vida. Y no un poco. Tiene carrete para rato y no desiste. Su vida, sus milagros y los de sus niños, que son, curiosamente, los mismos del punto uno.
10.- Indecisos
Me vas a traer un bacalao al pil pil. No, espera, mejor a la vizcaína. El bacalao a la vizcaína… ¿qué lleva en la salsa? ¿Sólo choricero o también tomate? Choricero sólo. ¡Ah! Vale, entonces no me traigas bacalao, porque el choricero sin tomate me da acidez…
En ese momento el camarero está recitando para sus adentros la escena del Salmo de Ezquiel 25:17 en Pulp fiction. Y para tus adentros piensas en la misma línea y musitas: “cambia de opinión otra vez, te reto, cambia una vez más de opinión, motherfucker”.
Periodista, con especialización en nuevas tecnologías de la información, redes sociales, relaciones públicas, gabinetes de comunicación, Internet y vídeo.
Licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco. Postgrado en Mecanización de la Información promovido por la Unión Europea. Estudios de Filología Inglesa.
Formación en multimedia, diseño web y gestión de empresas.
Radio Euskadi: redactor de informativos y director del programa especializado en nuevas tecnologías «Frontera Azul», galardonado con el premio MTV.
Radio Nacional de España: director de «A primera hora». Corresponsal de las revistas del grupo editorial Heres.
Euskal Telebista: redactor del magazine cultural «Vasta con Uve». Responsable del departamento de Publicidad de la televisión local Tele Donosti.
Sección de Internet y Multimedia de grupo audiovisual vasco Desarrollo de proyectos: deusto.tv , sitio web de la Fundación Buesa y otros.
Asesor de prensa en cosas. ¿Qué cosas? ¿cosas de gobierno? Sí, Peter, cosas del gobierno.
Orgulloso miembro (con perdón) del club de remo Kaiku (cuando ganaba). Hago karate (Shotokan) y subo montes y montañas y cojo olas. In the mood for love.
El razonamiento del caso niños lo clavas. Nosotros nos llegamos a plantear prohibirlos, pero era injusto por que la gran mayoría de nuestros clientes con niños son muy educados. Un puñado de impresentables lo estropean todo.
Como el que te monta un dos de mayo por haberle cobrado a su amigo que abonó la cuenta al pasar al baño.
O ese que llega, cuando vamos como las partículas en el acelerador lineal de Ginebra, no sabe a nombre de quien esta hecha la reserva y te tiene 10′ buscando su mesa.
Y el que a su amigo le gusta mas otra mesa que la que les tienen asignada e intenta conseguirla guiñándole el ojo con un «esto lo arreglo yo»?.
Joder y el que llega con los amigotes, te pasa el brazo por el hombro como si posarais para una foto, te llama por tu nombre ( tu no lo viste en tu vida), y mirándoles dice: aquí tenéis al crack, ¿a que tienes una mesita en la terraza para nosotros?.
A estos conviene buscarles mesa, suelen tener el punto G en la garganta y alcanzan el extasis sin ningún rubor, con las ingestas, ante sus amigos y resto de comensales.
Las copas de vino de esa mesa son «mas grandes que las nuestras Pepe». Ya está liada.
Es el mismo que sin distinguir el tinto del blanco, y con una botella de 15 euros, quiere que le pongas unas Gabriel Glas.
El que te increpa por que atendiste antes a los que llegaron en el suv japonés, metiendo la pata hasta el fondo, pues ese coche no pertenecía a los encorbatados, que realmente estaban antes que el. Se encasillaría entre los que, mucho antes de los chupitos, en cuanto toman la palabra, se les va la boca de la mano.
El que quiere demostrar a sus amigos su población neuronal y, en 2021, te llama desde la mesa al fijo para advertirte que se les terminó el pan, sin saber que eso causaba gracia 30 años atrás.
El que, cuando no tienes ni sillas, aparece sonriendo » me vas a matar » somos tres mas.
En mi caso particular, los que llegan de hacer una ruta por el campo y me dejan un bulldozer de barro en suelo y sillas. «Ay como hemos puesto esto»
El que te corta la mejor rosa del jardín para ofrecérsela a su churri
Y para mas inri te pide coloques una velita en el postre de su puta churri y que «apagues todas las luces de la terraza» para cantarle cumpleaños feliz. Si le haces de Caetano Veloso mejor.
Nos quedamos cortos
¿Añadimos media señor?….No, no, «traenos un pelín mas».
Ayyyy el «pelín». Hasta la mismísima Maria Moliner encontraría inadecuado y raquítico su lenguaje para definir esta unidad casi universal de medida gastronómica que no es ni mucho ni poco sino todo lo contrario.
El que se levanta de la mesa el último y, a la chita callando, recoge el cobre que dejó su acompañante de propina
A uno que – la cocina en ebullición – nos pidió para llevar el aro de cebolla que le sobro de la ensalada, » la mejor cebolla de mi vida «, y luego se olvidó la bolsita en la mesa solemos tenerlo en cuenta en nuestras oraciones
Ese que irrumpe con ímpetu y antes de sentarse, maneja puertas, ventanas, radiadores…, es que altera hasta la fotosíntesis del ficus.
Y el matrimonio que acaban de tener una gorda y, con los ojos inyectados en sangre, no se apean de un coche sino de un carro de fuego?. Una señora de plástico pintada como una puerta se acerca despacio con las manos detrás de la espalda, como si arrastrara algo muy pesado; probablemente la lápida con la seremos sepultados a la primera de cambio. La metáfora náutica de capear el temporal esta servida.
El que reserva para las dos y llega a las tres y cuarto es primo del que acaba de llamar pidiendo una mesa para las cuatro y media
El que, sentado a la mesa, descubre a unos conocidos en la barra y » sentaros aquí con nosotros» y seguidamente toma de la primera mesa a su alcance dos copas, tres sillas y una servilleta.
El que después de haberse ido los ocho amigos, que pagaron a medias en una comida de placer, se da la vuelta y te pide factura para su empresa.
Aquel que le entregamos el código QR. «¡Yo quiero carta, carta!». Yo a Pablo Iglesias, a Angela Merkel y a los demás me los paso por el forro.
Hostia, vaya acojone, con esa solvencia léxica, lo primero que te viene a la cabeza es que tienes ante ti al que reparte los Fondos Europeos de Cohesión y Reestructuración, como mínimo.
El que te dice: » ahora que solo queda aquella mesa lejos… ¿podemos fumar?.
En voz muy baja, casi al oido, se le indica que la ley relega a los fumadores a la puta calle. Viene recogido en la Convención de Ginebra, un instrumento jurídico que trata de como se devuelven los cabestros a los toriles. Ni con esas. Veras el nombre de tu local circular por las redes como la mecha de un petardo.
Es que yo soy muy healthy, no me gusta ni el pescado ni la carne ¿que podría pedir? Pues un Uber señora. Un Uber.
Estos son casos reales pero, por suerte, anecdóticos. Deprisa y sin orden. Podría decir mas, ¿50?
Faltan los que huelen mal, los que intentan venderte cosas o conseguir consumiciones gratis, los que quieren ponerte la hora de apertura o cierre y los que creen que te importa sus problemas y deciden contártelos cuándo más trabajo tienes.
Y alguno más, pero no quiero saturar…
Muy buen texto, un saludo!
Valdría agregar los «cocinillas «.
tienes mucha razonen cuanto al cliente , pero…se te olvida ,la camarera/o maleducada/o ,o el chef descubridor del plato subliminal (a 70 euracos) por cierto,(pagamos a charlatanes/as. y no comemos) y yo me quedo en el txoko .cocino y me sirvo..
Magistral!! Y divertidisimo. Si,es así.
Yo incluiría al cliente sobón. Yo le dije a mi jefe que le dejaba de atender o le reventaba la dentadura de un puñetazo
Horror. Alguien se la tenía que haber reventado, desde luego. Lamento la experiencia, didi. Un saludo.
No se olviden del especial. Se aplica a todo tipo de productos, pero el mejor ejemplo está en un café con leche. Ejemplo:
Un café con leche, pero que sea descafeinado, pero bien cargado aunque corto de café, pero no por ello con la leche hasta arriba del vaso… ¿te he dicho que lo quiero en vaso?, con la leche desnatada, muy caliente pero no hirviendo, sin espuma, con sacarina, tres sobres.
Y pobre de ti como te equivoques en algún detalle…
Por desgracia lidio con esto casi cada día.
Con los del número 1 y 8 no puedo! Me salen úlceras…
Los del ocho, como diría mi abuela, tendrían que pasar una guerra (o dos si son pequeñas)
Yo no puedo con el 1. A un cliente le dije que no me pagaban por educar a sus hijos, que ya lo haría con los míos
Bravo!!! qué buen sociólogo eres, cómo describes al personal. Más razón que un santo… Para mi, los prepotentes no merecen perdón de Dios, ni de Alá… Qué bochornos hacen pasar al resto… Por mi parte, espero no entrar en la primera de las categorías citadas 😉
Abrazo enorme!
Lía va a ser una niña ejemplar, que digo ejemplar, va a ser una gastrónoma 🙂
Completa descripción de la, desgraciadamente extendida, mala educación que nos rodea. Todos hemos vivido prácticamente la totalidad de las desagradables situaciones que tan bien narras…………..solo añadirte una vivencia cercana y que añade a tus 10 tipos de Cliente el onceavo mandamiento, el envidioso,,,,aunque fuese en un desayuno………:
– Que desean los Señores?
B – Un café con una madalena, por favor.
A – A mi me pone un pincho de tortilla con un cafe con leche……….
B- espere, espere……………..la tortilla estará caliente?
– No señor y el microondas se ha estropeado
B- Y tendrá cebolla
– No señor, solo huevo y patata
B- al menos será de hoy
– Pues no, la hicimos anoche………..
B- Bueno……………pongame a mi también un pincho por favor………
Ese tipo no me ha tocado sufrirlo pero leyendo tu descripción merece estar en la clasificación. Un saludo y gracias, Carlos.