Begoña (Gorliz). Parece un chiringuito, pero no lo es
Mucha clientela habitual atesora el Begoña, bar restaurante de Gorliz situado entre pinares, a desmano del núcleo urbano, no lejos del extremo oriental de la playa. Ubicado al lado de la afamada cervecera Kilimanjaro, el Begoña es un negocio familiar que exhibe bastante pinta de chiringuito, pero pulcro. Presenta suelo de terrazo y amplias cristaleras para que penetre la luz, además de un comedor interior muy grande con numerosas mesas alineadas, terraza circundante que sirve para distribuir más mesas y un tercer comedor más pequeño, cubierto, situado fuera, semejante a un fortín de juguete y donde mi esposa manifestó que le gustaría comer un día.
Yo he estado un par de veces en el Begoña, comiendo a la carta, porque no hay menús, aunque sí bastante oferta de huevos fritos con más cosas (veo en Internet una foto con dos huevos con patatas fritas y chipirones en su tinta, a 15,50 €; todos los precios son con IVA), platos baratos (sopa de pescado que espero probar otro día, a 7,50 €; paella de buena pinta a 6,60, en forma de cuenco invertido, de granos amarillos y con trozos de pimiento rojo, como sirvieron en una mesa aledaña a varios aficionados a la ópera), y pescados y carnes de origen y preparación sencillos o no tanto (me quedé con ganas de probar la chuleta, a 39 aurelios el kilo). La carta de vinos es corta y cara, y lo bueno de la carta en general es que los precios incluyen el IVA (ya se ha dicho).
La segunda vez que estuve ahí celebramos el 80 cumpleaños de mi suegra y pagó 199,55 euros para seis personas (a 1,10 cada bollo de pan enorme, y se quedó sin consignar mi postre, quizá premeditadamente porque no lo acabé). Todos los comensales familiares salieron contentos y satisfechos. Yo no tanto, porque soy crítico (gastronómico también) y valoro muchas cosas. Por ejemplo la música a alto volumen que quitaron nada más ocupar nuestra mesa, la mantelería de tela a pesar del aspecto chiringuitero del Begoña, el tratar de tú o de usted, o el dar información a los comensales: por ejemplo, la encargada (la madre) nos reveló a toro pasado la técnica de cocción del pulpo por el chef (uno de sus hijos), y nos quedamos con las ganas de probarlo otro día. Ese pulpo era un entrante ese sábado ofertado fuera de la carta. Y, vaya, pasadas 50 horas del almuerzo de celebración de cumpleaños en el local lleno, pienso que no estuvo tan mal. Sé que repetiré. Y opino que debería frecuentar su bar, para mirar los árboles desde su terraza, pero se ha acabado el verano y ya voy menos por Gorliz.
Estuvimos dos horas de comida. Éramos seis personas y pedimos tres entrantes, seis principales, otros tantos postres y varios cafés. No hubo aperitivos de la casa ni otras mandangas para agradar. Bebimos con agua, mi esposa (2,15 € su botella), y con tinto, el resto. Salieron a escena un par de botellas por mí elegidas debido a su relación calidad-precio. Eran de Viña Pomal (16,75 € la unidad), un caldo de Haro, cosecha 2011, 14 grados, muy bueno y apreciado por todos los comensales. La primera botella, excelente, con sabor mineral y a roble, y la segunda botella un pelín inferior, con más gusto a cacao. Empezamos el condumio compartiendo unas ‘croquetas de jamón ibérico’ (6,35), diez bolitas exquisitas, redonditas, pequeñitas. Tan recién hechas que la bechamel, delicadísima y sápida, se deshacía bajo el rebozado idóneo. Nos dieron la posibilidad de probar media y media de croquetas de jamón y bacalao, pues costaban lo mismo, pero muchas de las mujeres presentes lo rechazaron (con las ganas me quedé de catarlas; fuera, en la terraza, había una mesa con una cuadrilla de treintañeros que las pidieron y eran croquetas alargadas, más tostaditas, apetitosas también; esos mismos maromos, que bebían con tino Viña Pomal y txakoli Itsasmendi no sé qué número, también compartieron una envidiable, por reluciente, ensalada de bonito y tomate, a 14,65 € en carta).
Nuestro segundo entrante fue un ‘revuelto de hongos / boletus edulis’(13,50 €) que también pidieron los chavales de la terraza. Estaba un poco soso el revuelto. Le añadí sal y estaba insípido, demasiado tenue. Despersonalizado. Como me comentó La Reina después, esa misma tarde: «igual estaba cocido… ¡como tú!». Sí, había trazas de huevo blanco, o sea, cocido ya. El tercer entrante a compartir fue ‘gambas a la plancha’ (14,50 €), una docena, alargadas y de apariencia fina. Correctas, sin más. A los seis comensales nos trajeron servilletitas de limón para limpiarnos.
Después llegaron los segundos platos, o principales. Mi suegra pidió ‘merluza romana’ (17 €) y le sirvieron dos pedazos enormes. Los caté y estaban excelentes, tiernos y sabrosos. La prima Itzi eligió ‘jibiones en su tinta’ (17,60 €), begihaundis troceados, y estaban blanditos, a la par que fríos. Correctos, también. Mi cuñada María escogió un híbrido entre ‘merluza romana con jibiones’ (18 €) y se mostró encantada. Su esposo, Jesús, alias El Cohete, los probó y los llamo ‘mantequilla’, pero para mi gusto les faltaba un poco de sabor. Mi esposa, que dudó entre huevos fritos con algo y el filete con salsa española (13,80 €) o a la plancha (12,20 €), se decantó por éste, por el ‘filete a la plancha’ (12,20 €). Le sirvieron un filetón del que podrían comer dos personas. Lo pidió muy hecho, se lo trajeron un poco rojito (peligro, peligro…), pero le encantó. Tierno, sabroso y con patatas fritas que le gustaron. Yo acabé lo que no comió ella, y me pareció frío y normalito, y sosito y durito, pero mi esposa replicó que había desestimado la peor parte y se mantuvo en sus trece. Mi concuñado El Cohete sopesó lo del chuletón compartido, aunque optó por otra propuesta fuera de carta, ‘bonito a la plancha con cebolla en tres texturas’ (17 €), elección que le admiró tanto como para felicitar al chef y calificarlo de ‘acojonante’ (al bonito, no al cocinero). La verdad es que estaba muy bueno, con sabor rompedor, poco hecho, con muchos matices y muy bien maridado con el Viña Pomal.
A mí me apetecieron los ‘caracoles con salsa vizcaína’ (13,50 €; también hay en carta callos a la vizcaína por 14 €). Me los sirvieron en cazuela de barro y sumaron un platito blanco y limpio y vacío que la encargada me dijo era para compartir la salsa con los demás, pero no los caracoles. María comió un gasterópodo y le encantó. Yo zampé los otros quince caracoles (a casi un euro el molusco terráqueo, qué caro manjar), grandes, de talla uniforme (o sea, de granja) y blanditos por demasiado cocidos (a mí me gustan un poco más duritos). La tan bien ponderada salsa vizcaína, también presuntamente preparada con métodos de Adrià, estaba rica, encantó a María e Itzi (ésta la adjetivó de estupenda), y se le notaban por separado las trazas de chorizo, cebolla y pimiento. Yo habría triturado más la salsa, aportándola más densidad y añadiendo trocitos de jamón y chorizo, pero no soy cocinero. No obstante, reconozco ahora la bondad de esa salsa sofisticada. (Ah, los chavales de fuera compartían una cazuela de ‘bonito con tomate’, a 17 € en carta; y también hay en el Begoña ‘bacalao vizcaína’ a 17 €).
Todas las raciones del Begoña habían sido generosas, excepto quizá mis 16 caracoles (y encima uno lo cedí a mi cuñada) y el bonito (de sabor mayúsculo, vive Dios). Los postres ahí le anduvieron de tamaño. Susana pidió una ‘tarta natural’ (3,60 €), de queso, muy rica, casera, con mermelada que apartó y que aportaba mucho al conjunto. La Itzi, arroz con leche (4,10 €), «cremosito, muy rico», según ella. Yo pedí una tarta de nata, tipo brazo de gitano, muy vistosa cuando la localicé previamente de camino a otra mesa y me encapriché con ella, aunque demasiado artificial me pareció cuando me llegó a mí, tanto que no la pude acabar (3,60 € costaba, recuerdo, y veo ahora al escribir esto que no lo consignaron en la cuenta; menos mal que dejamos propinilla para tapar este hueco involuntario)… Mi suegra y mi cuñada coincidieron en pedir ‘flan de cuajada’ (4,10 €), elogiado por ambas. Y El Cohete pidió un escocés (7,40 €), con chorro creo que de Cuatro Rosas. Luego me confío el otro hombre de la mesa: «Cuando la camarera me ha servido el whisky, me ha dicho que no pararía hasta que le dijera yo. He cerrado los ojos y las mujeres han empezado a decir, ‘para, para, para’. Y es una mierda, no sabe a nada este escocés». Jo, cómo le compadezco.
Yo tomé un café solo, a 1,45. Y salí con hambre, porque comí sólo esto: croquetita y pico, tosta de revuelto, dos gambitas, quince caracoles blanditos, un poco de tarta artificial y un poquito de filete sobrante… No obstante, volveré al Begoña y elegiré mejor: sopa de pescado, chuletón si voy con un amigo… o con mi esposa Susana.
(cuando vuelva elegirá mejor, Oscar Cubillo)
facebook de restaurante Begoña
Estrada de Landabarri, 1; 48630 Gorliz (Bizkaia)
94 677 09 73
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
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