La Solana (Vecilla de Trasmonte). La próxima vez, pollo
Desde que una amiga, que resultó ser mi prima muy muy lejana (es lo que tienen los pueblos), me descubriera la bodega La Solana, no ha pasado ni un solo año sin que me dejara caer por sus empinadas escaleras. Un lugar que fui descubriendo al resto de la familia cuando coincidíamos por la zona, y en el que me aventuraba a organizar veladas con esos amigos con los que únicamente coincides en verano. Presumía acierto seguro, si la propuesta era comer bajo tierra, sentarse entre paredes de adobe y arcilla junto a una vieja prensa de madera, y asomar la cabeza por la zarcera, ese oscuro y largo respiradero que conecta la estancia con el mundo exterior. Y todo esto, con un servicio de lo más campechano, y una buena relación calidad/precio. Ah, y hogaza de Manganeses, pan de corteza dura y miga esponjosa, de esa que invita a ponerte morado de aceite. Ñam.
Pero, como alguien me dijo una vez, todo cambia, nada permanece (sniff). Podría decir que el precio apenas ha cambiado, cierto. Pero quizás mis amigos sí. Y ya no me atrevo a presumir de una cocina castellana medianamente aparente ante quienes se me presentan mucho más exigentes, más entendidos, más gourmets… Y esta bodega, hoy en día, es un poco menos de todo, menos cuidadosa, menos frecuentada, menos no sé qué.
En mis dos últimas visitas, en temporadas bien diferentes, me sorprendió ser la única mesa ocupada en un espacio al que difícilmente podías acceder, no hace tanto tiempo, sin previa reserva. Más aún cuando la visita coincidía en fin de semana, y no digamos en verano. Y es que, a unos cuantos metros bajo tierra, no vean qué fresquito se está y qué a gusto se come cuando en el exterior rondan los 33º a la sombra. Y sin cobertura, además. Ni tan mal.
Y no creo que sea cuestión de echar toda la culpa a la crisis; bien cerquita, ya en tierras leonesas, veo cómo el restaurante Gatito (Valderas), con una oferta limitada exclusivamente a bacalao ajoarriero y conejo, sin carta de vinos (clarete + gaseosa), y no más allá del trío flan-piña-melocotón para terminar, cuelga el cartel de “completo” cada fin de semana y hace pleno a diario en las temporadas en que la comarca se llena de forasteros. Incluso se permite el lujo de calcular requetemal, y cerrar el local en fiestas cuando se les acaban las provisiones; insisto, bacalao y conejo. Que se me despistan.
Nunca me atreví a recomendar los postres de La Solana, cuando el recuerdo de los más pequeños es “ese helado con forma de Mickey”; pero acertaba con los entrantes, y me animaba a sugerir el jarrete de cordero al horno (10,20€), secreto de cerdo a la brasa (9,50€) y creo no haberme equivocado al proponer la especialidad de la casa, “Saltapesebres”, enorme cazuela de pollo de crianza guisado, bien rico (16,90€).
Pero en nuestra última visita aprobaron, como siempre, los entrantes: la ración de cecina (14,00€); la morcilla de León para untar (6,30€); la lechuga “a lo tío”, aliñada con aceite y pimentón (4,10€); las croquetas de carne (6,90€, no recuerdo si docena o decena); y la abundante ración de lacón que nos pusieron como aperitivo, bien condimentada con más pimentón. Pero no pasaron el corte el pincho de lechazo (13,90€), con más hueso que carne; la sepia a la plancha (9,80€), aún me castañean los dientes; ni el conejo a la brasa, seco, pero muy seco, del que “se hace bola”.
Preferiría que subieran un poco los precios y mantuvieran la calidad, el personal suficiente y hasta la calefacción en invierno. Que no hubiese que conformarse con una carta más reducida ni esperar una eternidad a ser servido. Y no reniego del lugar, supongo que volveré, pero el plan será otro; merienda-cena con jarra de vino de la casa, unas tablas de embutidos y quesos zamoranos, con abundante pan, y, si nos animamos, compartiremos pollo. Hasta que dejen de resecar el cordero.
(no le darán más cordero por pollo, a Uve)
web de Bodega Típica La Solana
Carretera N-525 (Benavente-Orense), Km 12; 49623 Vecilla de Trasmonte (Zamora)
980 646 215
info@bodegalasolana.es
Es de números y tiene un secreto para conservar su línea. Sus amigos se preguntan por la clase de alimento, Uve sonríe coqueta y se guarda su secreto. Aporta el #mistery a Lo Que Coma Don Manuel. Amiga del anonimato, viste de negro, escucha a Roy Orbison para alegrarse, le parece que Iván Ferreiro grita, estudió en colegio de monjas, le chiflan las ostras, ofrece cerveza a los gremios y trajo el TeleMadre a Euskadi. Siempre de aquí para allá, pasa la noche mirando la Luna, esperando que pase un cometa o baje un platillo volante. Lo normal, al conocerle, es preguntarle: “de qué planeta viniste?”.
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