Sa Pedrera d’es Pujol (Menorca). O cómo arruinar una gran cena y el esfuerzo del chef
Definitivamente, agosto es demoledor para la hostelería menorquina de más posibles. Es decir, que es más fácil salir satisfecho de un lugar de tapeo, que los hay y magníficos, que de un local de campanillas. Ocurre que en este último tipo de garitos hay aspectos que no se pueden, ni se deben, pasar por alto. Errores como los que cometió Sa Pedrera d’es Pujol hace unos días.
Hablamos de uno de los mejores restaurantes de la isla. Además, hace unas semanas fue objeto de una muy positiva reseña del monstruo David de Jorge -Viva Rusia y eso- . Por lo tanto, íbamos a tiro hecho. Vendimos la piel antes de cazar el oso.
Debo comenzar diciendo que tuvieron mala suerte y muy pocos reflejos. Mala suerte porque cayó un corto, pero intenso, chaparrón a las ocho y media de la tarde. Y pocos reflejos porque las mesas, ya preparadas, y las sillas de la terraza quedaron húmedas y no las cambiaron ni las secaron. Y allí nos sentaron. Y de allí nos levantamos.
¿Ocurre algo? ¿Todo bien? Pues mire, no. Las sillas están mojadas y el mantel y las servilletas húmedos. Veo que hay una mesa para dos sin ocupar ahí al lado, en el interior, ¿podría cambiarnos? Un momento, por favor.
Al cabo de unos minutos apareció la maitre con un trapo y frotó vigorosamente la silla. Ya está. Ahora mucho mejor ya verán. Estupor.
Al cabo llegó la carta de vinos (varios centenares de referencias, no en vano está considerada una de las más completas bodegas de Menorca) y la de comidas. Elegimos el que, probablemente y para nuestro gusto, sea el mejor vino de la tierra; un Sa Cudia malvasía (29€) del que nos habíamos pimplado recientemente tres botellas, en Ciutadella, por culpa de un encuentro fortuito con dos amigos -desde aquí un recuerdo a Taton y Josiane- que acabó en larga y báquica sentada. Así que lo teníamos catado. A tiro hecho. Esta vez sí. Oso a la buchaca.
Entre la oferta de comida nos extrañó no ver, ni que nos ofrecieran, el menú degustación. Lo publicitan tanto en la carta colgada en el exterior de la finca como en la web, por lo que nos pareció un detalle chusco. Máxime cuando en ninguno de los dos lugares explicitan que se trate de un menú bajo reserva, o sólo al mediodía, o sólo si se les pone, o -el peor y más cutre de los supuestos- sólo si se les pide. En fin, Serafín.
Así que elegimos unos entrantes a compartir: ravioli de calabaza y requesón con el pesto de sus pipas (9 €); erizo con huevo y huevas, es decir, yemas de erizo; huevo a baja temperatura y persillé roja (8 €); y dos gambas rojas “00” en estado puro, pasadas por la plancha con un toque de sal de Fornells (12 €). A continuación, un plato cada uno: steak de atún con verduras de Sant Lluís, shitake de cosecha propia e infusión de soja y jengibre (22 €), para ella; y la clásica raya a la manteca negra con alcaparras capuccinas, hinojo marino y limón encurtido (21 €). El postre, a medias: helado de pomada, melón al natural y sopa fresca de su corteza (8 €). Y una de pan y mantequilla (2 €) para compartir (maldita operación bikini). O sea, el ravioli, las gambas, el erizo u oricio, el atún, la raya y el helado de pomada. Y al final sacaron dos de pan y mantequilla y cobraron sólo uno. Detalle, supongo. Lorza, lo sé.
Inciso: ¡cuánto daño ha hecho la literatura a las cartas! Además de hacerlas ininteligibles, las envuelve en un aura de irrealidad e impostura que sólo sirve para epatar a los fuagrases, como decía un conocido mío.
Previamente nos sacaron la tapa de la casa, una brandada de bacalao con allioli en morterito ad hoc, y un cono hecho con una hoja de barquillo de tomate y relleno de crema de queso. Ñam, ñam. Por fin una sonrisa.
Los entrantes fueron llegando. Las gambas, escasas (dos, como decía la carta). Mientras las pelábamos y las comíamos a mordisquitos, para que duraran más, nos partíamos la caja haciendo cálculos. A 40 gramos la gamba, el kilo lo hacemos por 150 euros y la docena por 72. De ahí pasamos a imaginar cómo las pescarían. Una a una, a pulmón y el mismo chef en persona. No obstante, el género excepcional y el punto fantástico. Segunda sonrisa, aunque el mantel y las servilletas seguían húmedos.
Los raviolis bien hechos, nada empalagosos. Y lo mejor el erizo. Fijaros si era bueno que hasta ella, que no puede con el producto, por -según afirma- su textura, probó y repitió y repitió. Una mini marmita con la yema en el fondo, las huevas encima y gratinado. Mézclese todo y disfrute como un gochu, txarri o cerdo.
El atún llegó con un punto insuperable. Dos perfectos steaks, como prometían, dorados y crujientes en su superficie, pero con un corazón más rojo que el del pendón de Stannis Baratheon. El toque oriental del acompañamiento completaba la experiencia gastronómica. Y no me verán emplear “experiencia gastronómica” a la ligera. Incluso me pareció que ella embellecía, aun más si cabe, a medida que degustaba el plato.
Y para mí la raya. Intensa. Pescado complicado en textura y sabor. Salsa con manteca, hinojo y alcaparras. Notable alto.
Y lo tercero más mejor, El helado de pomada con bolitas de melón y zumo de ídem. Gran remate para una cena que salió por 122 euros y un principio de cistitis.
Camí des Pujol, 14, 07711 Sant Lluís (Menorca)
971 15 07 17
sapedreradespujol@hotmail.com
Juntaletras de profesión aunque, hasta llegar a serlo, ha dado muchas vueltas y saltos. Incluso, en tiempos, fue agitador de la hostelería bilbaina y creador de éxitos de parrilla. Su pluma afilada no le impide ser muy macho y demostrarlo para pavor y pasmo de los mierdecillas del paisito que se lo merecen, los muy cabrones. Ahora, como se puede ver en el post, se dedica a tiempo parcial a pasárselo como un Marqués. ¡Bien hecho, Irrintzi! (pónganme aquí el grito de Tarzán y cierren columna)
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