Reyes de Aragón (Nuévalos). El restaurante del Monasterio de Piedra
Joyita de edificio. Aunque me gustó más el exterior que el interior, al que tampoco hay que objetar nada. La decoración encaja con la del resto del hotel Monasterio de Piedra, desde donde se accede directamente si se está alojado en él. Sin embargo, la entrada exterior tiene mucho encanto, siempre que en el ‘rellano’ no haya gente fumando, claro.
Y ya que he comenzado por el final, por el final voy a seguir. Ahora que lo pienso, ¿el final es el precio o son los postres? ¡Ea!, vamos con el precio del menú: 24 euros, tanto almuerzo como cena con opción de escoger entre varios primeros, segundos y tres postres. Incluye pan y agua. Vino no, a pesar de que las viñas son parte del paisaje durante muchos kilómetros a la redonda y de que el propio monasterio cisterciense incluye el museo del vino D.O.P. de Calatayud. A mí, personalmente, me parece un error perder una magnífica oportunidad de dar a conocer sus vinos, aunque sea incluyendo en la carta uno de los más sencillos.
Los postres de Reyes de Aragón
De los postres diré que no son lo más cuidado ni esmerado de la carta. El granizado era, o si no lo era lo parecía, un helado de limón batido empalagoso por lo dulce. El lingote dulce, un bizcocho industrial decorado con un par de frutos del bosque y una flor. La torrija, una especie de crema catalana muy, muy, muy dulce en la que, posiblemente, la única elaboración casera de este apartado, los granos de azúcar, habían sobrevivido. Para un diabético las alternativas pasaban por un yogur o una pieza de entre el trío de frutas que nos ofrecieron. Curiosa la limitada oferta de fruta como postre cuando en el desayuno sirven fruta, entera y cortada, fresca, variada y rica.
Pero para llegar a ese remate habíamos pasado antes por otros platos que tuvieron mejor fortuna y que fueron servidos en cantidades generosas. Las migas, acompañadas de chorizo y uva negra y que también se encuentran en la carta, merecen mención honorífica incluso habiéndolas comido en un día caluroso. Nada desdeñable el risotto con teja de parmesano que llevaba lo que decía: muchas setas (¡estupendo!) y mucho parmesano; quizá un poco menos hubiera impedido que se ocultara el sabor de la seta. A la ensalada de brotes y ahumados solo objetaré el uso de lechuga envasada en una época del año en que la fresca abunda. Al César lo que es del César, también aquí, como en el caso del arroz, no escatimaron en ahumados. La crema de marisco con brocheta de langostino crujiente fue la última opción de primeros platos que probamos y resultó grata al paladar.
Deliciosas y tiernas resultaron las carrilleras con setas y melosa la salsa en la que se deshacían las hebras de carne. Era como si nos hubiera invadido el deseo de que aparecieran las setas en nuestros montes o nos hubiera llegado la inspiración desde el bosque que envuelve el Monasterio de Piedra, donde está, no sé si lo he dicho, el Restaurante Reyes de Aragón. Una vez más pedimos otro plato con setas que resultó ser el solomillo albardado con setas de temporada, envuelto en lonchas de bacon consiguiendo que la carne quedase hecha por fuera y permaneciera sonrosada por dentro. De entre los pescados, siempre descansando sobre una generosa capa de verdura, la corvina supero con creces a la lubina, a la que le faltaba tersura pese a ser el pescado del día.
De las raciones volveré a decir que son generosas y que además ofrecen un aperitivo antes de comenzar el servicio. Del local, que es espacioso y bien decorado. Del entorno, que es una joya. Del menú, que se podrían mejorar algunas cosas para justificar los 24 euros que bien merecen ser pagados por un menú en fin de semana y en un paraje como el del Monasterio de Piedra.
(Araceli Viqueira)
web de restaurante Reyes Católicos
c/ Afueras SN; 50210 Nuévalos (Zaragoza)
+34 976 870 700
Lo peor de presentarse uno mismo es que te ves con los ojos de otro y que el tiempo no perdona. Ni el tiempo ni tú misma lo haces. Confieso que me arrepiento. Me arrepiento de no haber dado el paso antes. Han tenido que pasar tres décadas, y tropezar con viejos/nuevos compañeros, para que me decidiera a disfrutar de lo que me gusta, sin la presión que supone ser periodista, que lo soy. Comer y viajar; no importa en qué orden, siempre figurarán entre las mejores cosas que le pueden ocurrir a uno. Y en eso estamos.
Comenta, que algo queda