Vinos de Madrid y el test de las tres miradas
Cuando Miguel Ángel Chastang, músico madrileño pionero del jazz español, tuvo la oportunidad de mejorar su dominio del contrabajo estudiando y viviendo en el barrio de Harlem (New York), en 1986, nada menos que con el apoyo del maestro Ron Carter, y de participar en numerosas jams nocturnas donde compartía experiencias con otros músicos, quizá nunca se planteó que tendría que superar ‘el test de las tres miradas’.
Esperando en la escalera de acceso al escenario junto a otros músicos para tocar una pieza junto a la banda de Greg Bandy (apodado The Mayor of Harlem y hoy amigo suyo) tuvo que superar la primera prueba, ‘la primera mirada’, la mirada del prejuicio. ¿Qué hace aquí este blanquito? Puedo imaginar la emoción y presión que tuvo que sentir Chastang al comenzar a tocar y ser testigo de ‘la segunda mirada’. ¡Vaya, parece que no lo hace mal! Cuando finalmente la pieza que tocaban avanzaba y funcionaba bien, sintió ‘la tercera mirada’, la del reconocimiento, “Yeah, man!”.
Este aprendizaje de Chastang me ha trasladado a cuando hace 25 años catábamos vinos de Madrid y comentábamos nuestras impresiones los aspirantes a txikiteros con diploma. Recuerdo que nuestra primera mirada era claramente prejuiciosa y solíamos comentar cosas como “en Madrid no hay vinos buenos”. Hoy me doy cuenta de lo osados e ingenuos que éramos y de cómo la desinformación genera superstición. Es cierto que como en otros territorios el recorrido hecho en los últimos años en términos de conocimiento, interpretación y elaboración de vinos ha sido fantástico, pero Madrid ha sido de antiguo tierra de viña y ha tenido que sobrevivir a la dureza del clima, la filoxera y la colonización permanente del asfalto, que acerca amenazante la ciudad al terruño.
Hoy, con casi 9.000 hectáreas de viña y cuatro subzonas (Arganda, Navalcarnero, San Martin de Valdeiglesias, El Molar), defiende a capa y espada su Denominación de Origen, joven pero inquieta (1990), y sus variedades de uva principales, como son garnacha tinta, tempranillo, malvar, albillo, airén. También otras variedades autorizadas, como son merlot, syrah, cabernet sauvignon, moscatel, parellada o torrontés, y la forma de interpretar su clima continental extremo, que puede pasar de -8ºC en invierno a 41ºC en verano, siempre de la mano de viticultores atrevidos y sabios, capaces de extraer la esencia del terruño.
Con estos mimbres, el dibujo de mi segunda mirada es claro, ¡al loro, que aquí tiene que haber vinos muy interesantes! Y como no hay mejor lenguaje que aquel que cada vino expresa, llevo días disfrutando a tope de diferentes propuestas, proyectos y vinos que llegan a casa. Aquí comparto sólo una muestra, pero os animo a que los disfrutéis como yo. Eso espero.
En términos generales me quedo con las sensaciones frescas, plenas de fruta, mineralidad, carácter especiado, floral y disfrute de beber que me han regalado los vinos. En lo particular, con los matices de zona, suelos distintos (granitos, pizarras, margas, franco arenosos, calizas…), juegos de altitud y elaboraciones que sólo me dejan la opción de aplicar la tercera mirada, la de los viajes de ida y vuelta, como Chastang, From Harlem to Madrid. Yeah, man!
(Iñaki Suárez)
El sumiller Iñaki Suárez, cofundador de Epikuria, ha borrado sus largas patillas al dejar crecer la barba, pero poco más ha cambiado, pues continúa enamorado del vino y del jazz, atravesando sus senderos y procurando cruces entre ellos. Sabe tanto de la materia que es miembro del comité técnico de la U.A.E.S. (Unión de Asociaciones Españolas de Sumilleres) y del comité de cata de la denominación de origen Bizkaiko Txakolina. Le cuelgan la etiqueta de “técnico gastronómico” y ahora también puede presumir de colaborar con Lo que Coma don Manuel, esta weg.
En su perfil de Instagram no lo indica, pero también es copropietario y currela del bar restaurante Patxi Larrocha, en la capital de la galaxia.
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