Créeme, Prez, la viticultura bohemia existe, la he visto en Gil Berzal
Sí, Lester, estoy convencido de que estos impulsos irracionales que me derivan de un espacio a otro, después de compartir una jornada especial plena de diálogos de viña, vida y vino, no son casualidad. Por eso, ahora, pasadas unas semanas, no me sorprende que, de vuelta a casa, tras pasar la jornada con Saúl Gil Berzal, del proyecto Gil Berzal en Laguardia, no dejase de pensar en ver de nuevo la obra maestra de Bertrand Tavernier ‘Around Midnight’. Volver a ver los paseos que el protagonista Dale Turner (tu alter ego) daba con Francis, el amigo noble, enamorado de tu música, de la sensibilidad, el talento y el espíritu bohemio que reflejaba tu existencia, a orillas del Sena.
Pero, ¿por qué pensaba en estas cosas? ¿Acaso el sentido bohemio de la existencia no se ha adherido de viejo a la vida libre, poco convencional, no ajustada a reglas, que han vivido fundamentalmente los artistas? Yo regresaba de visitar a un vigneron de Laguardia, de conocer de cerca su viña, su proyecto, su lenguaje, sus vinos…Entonces, ¿por qué sonaba en mi cabeza ‘Blue Lester’ al regresar a casa? ¿Por qué sentía la necesidad de ver la película de Tavernier?
Creo que lo mejor será explicar cómo y cuándo descubro la bodega Gil Berzal y sus vinos. Hace unos meses tenía que preparar una cata especial, una cata que daría en el Basque Culinary Center a compañer@s sumilleres de Gipuzkoa sobre Rioja Alavesa. El caso es que preparando esa cata buscaba proyectos, vinos que me ayudasen a trasmitir matices que, desde la perspectiva de variedades, terruño, elaboraciones, filosofías diversas, pudieran ayudarme a trasmitir la magia y diversidad de la comarca alavesa. Compartiendo esto con una amiga de la zona, me preguntó si había catado un vino blanco llamado Recoveco. El alto de la Huesera, de Gil Berzal. Le contesté que no, pero que lo haría, dada la confianza que tengo en su criterio. Y no se equivocó, el vino me pareció espectacular, concentraba la magia de la tradición varietal que Laguardia siempre nos ha aportado con la profundidad y complejidad de una elaboración pausada y respetuosa. Después de catarlo, necesitaba saber quién estaba detrás y me puse en contacto con Saúl.
¿No os ha ocurrido alguna vez que en un solo minuto de conversación con una persona que no conocías personalmente la sensación es como de conocerse de largo y tener una conexión especial? Pues eso me ocurrió con Saúl. Cuantas más preguntas le hacía, más espacio de encuentro se abría. Alguien que se presenta en sociedad como “We are terroir” no puede irse sin explicarme a qué se refiere exactamente, sobre todo en estos últimos tiempos en que la retórica parece que se embotella muchas veces. La respuesta de Saúl me encantó porque no dibujaba certezas absolutas, sino búsqueda permanente, preguntas constantes, como ‘El Perseguidor’ de Cortázar (Charlie Parker). Una dimensión de consciencia y respeto centrada geográficamente en los lindes de su pueblo, Laguardia, donde me dice encontrar poco a poco toda la diversidad que necesita para comprender el sentido del terroir. Y, claro, esto tenía que verlo, así que me presenté en su casa.
El Barranco de San Julián
Yo, que hace tiempo dejé de emocionarme viendo depósitos, salas de elaboración, escuchando procesos y resultados (esa retórica desgastada del vino de la que recientemente nos hablaba Cubillo en un artículo), agradecí honestamente a Saúl que estuviera esperándome para ir al campo, allí entenderíamos todo mejor.
Primero me acercó a una de sus viñas icónicas, El Barranco de San Julián. Viñedo plantado en 1930, sobre laderas medias de arcilla y caliza, homenajeando al concepto Grand Cru, vigilado por varios Guardaviñas (que invitan a Saúl a pensar en la posibilidad de cerrar la finca en formato Clos) y con presencia de cubierta vegetal que nos abre el espacio para la reflexión sobre métodos de viticultura ecológica con criterios inteligentes de biodinámica, que interpreten la viña con el sentido común que plantea el paso del tiempo. La sostenibilidad anclada en dar protección y futuro a la viña para recibir de ella lo mejor cada añada. Sin líos, sin volverse loco, observando e interviniendo lo mínimo.
Pautas de viticultura que, a buen seguro, en una familia de viña como la de él, habrán supuesto debate por costumbre y riesgo, pero que ganan sentido con el resultado obtenido. De esta finca sale el vino que finalmente elegí para la cata del BCC, Alma Pura, un vinazo sutil, elegante y profundo que pone a la variedad tempranillo con el foco en Borgoña, donde la arrogancia nunca triunfó y la seda viste sus vinos. Un vino para disfrutar escuchando ‘Lester leaps in’.
El paseo, en modo Robert Walser, me permitió disfrutar de cada detalle, cada comentario, cada silencio; me gustó cómo Saúl describía algunas pautas y principios de trabajo, sin hacer comparación con los establecidos convencionalmente por los vecinos, sino por responder uno mismo ante los retos con criterio propio, aprendiendo de todo y de todos. Me hacía comprender un poco mejor el espíritu bohemio de Saúl. Claro que el precio a pagar es una implicación física y espiritual con la viña de principio a fin. ¿Recuerdas, Lester, cuando le pedías una boquilla del 3 para tu saxo a Lady Buttercup y te preguntaba por qué no podías tocar como los demás? Tu respuesta siempre fue la misma: “porque soy yo”. Tú querías susurrar con el saxo tenor mientras los demás querían gritar. Tú también eras consciente de que cuando se explora cada noche hasta el hallazgo más hermoso puede ser el más doloroso y no dejabas de tocar. Por eso Billie Holliday te llamó Prez, El Presidente.
Finca Valcavada, de Gil Brezal
De allí nos fuimos a otra de las fincas importantes del proyecto, Finca Valcavada, plantada en 1990 sobre suelo de arcilla, arena y caliza. Una viña espaldera reconducida en vaso, ofreciéndole espacio y libertad, protegiéndola con manto vegetal que, por cierto, invitaba a un montón de pájaros a alimentarse de su biota mientras charlábamos, en vez de atacar la viña. Todo adquiría sentido. De esta finca salen vinos fantásticos como Recoveco. Vino de Paraje o Glorya. Finca Valcavada, Single Vineyard, ejemplos de finura con tempranillo, el primero, y garnacha, el segundo.
El paseo continuó de vuelta a la bodega mientras Saúl me explicaba cada detalle del paisaje que íbamos encontrando, dibujando el valor de lo pequeño, lo escondido. Era el momento perfecto para catar los vinos.
En la bodega el trabajo marcaba el ritmo, preparando pedidos para enviar, lacrando botellas para vestirlas de gala, mientras yo observaba la importancia que Saúl le da al uso de hormigón, barricas de alta calidad y otros elementos que le permitan definir lo más honestamente posible lo que cada rincón de cada viña quiere trasmitir.
Además de los vinos comentados, no quiero dejar pasar la ocasión de compartir dos ejemplos que pudimos catar y que, a buen seguro, no os dejarán indiferentes si os apetece disfrutarlos. El primero es un vino llamado Tradición, ejemplo fantástico de cómo un vino joven puede ser la respuesta perfecta a la pregunta de cómo se expresa la uva tempranillo. Fresco, lleno de fruta y envuelto en regaliz.
El segundo lo he dejado para el final no por su calidad, que os sorprenderá, sino por reflejar claramente la curiosidad constante, las preguntas permanentes, la observación y la búsqueda. El vino se llama Buscando el paraíso, un blanco, según me cuenta Saúl, en crecimiento continuo. Resultado de la combinación de hasta 11 variedades distintas que buscan acomodo y desarrollo entre la madera, cerámica y botella. Vino carnoso y amplio, pleno de recuerdos a orejones, cáscara cítrica, manzanilla… seco y fresco a la vez.
Una gozada, Prez, que estoy seguro celebraríamos contigo mientras interpretas ‘Two to tango’ desde tu habitación en el Hotel Alvin.
(Iñaki Suárez)
El sumiller Iñaki Suárez, cofundador de Epikuria, ha borrado sus largas patillas al dejar crecer la barba, pero poco más ha cambiado, pues continúa enamorado del vino y del jazz, atravesando sus senderos y procurando cruces entre ellos. Sabe tanto de la materia que es miembro del comité técnico de la U.A.E.S. (Unión de Asociaciones Españolas de Sumilleres) y del comité de cata de la denominación de origen Bizkaiko Txakolina. Le cuelgan la etiqueta de “técnico gastronómico” y ahora también puede presumir de colaborar con Lo que Coma don Manuel, esta weg.
En su perfil de Instagram no lo indica, pero también es copropietario y currela del bar restaurante Patxi Larrocha, en la capital de la galaxia.
Comenta, que algo queda