La Rebotica (Cariñena). Desvío estimable camino de Levante
No seré yo quien escriba, como la argentina Olga Orozco, que alguien marcó en mis manos, tal vez hasta en la sombra de mis manos, el signo avieso de los elegidos por los sicarios de la desventura. No lo haré, pero sí confesaré que la única vez que cogí la bicicleta de carretera de mi hermano mayor cogí también una pájara considerable al primer repecho, transcurridos apenas 12 kilómetros de marcha, y para colmo pinché una rueda. Sin llegar a perder el equilibrio, me di de bruces con una evidencia (del deporte se puede salir) y ratifiqué que mi momento favorito del ciclismo es, sin duda, el avituallamiento. Igual que las jornadas de monte me motivan por el hamaiketako y en cada partido de fútbol espero con ansia el momento de hincarle el diente al bocadillo del descanso. No es de extrañar, por tanto, que cuando planifico un viaje me guste señalar en el mapa mental dónde haré la paradita de rigor para reponer fuerzas. Cuando se va a Madrid o se viene de El Foro, escala en Landa (Burgos). ¿Escapada a Asturias? Breve desvío a Casa Cofiño (Caviedes, Cantabria). Y ayer mismo incorporé La Rebotica (Cariñena, Zaragoza) a la colección de balas en la recámara. En su caso en esas reconfortantes idas y venidas a la querida Comunidad Valenciana, pues se encuentra a mitad de camino entre Bilbao y Valencia.
Lo cierto es que le tenía ganas desde el verano pasado, cuando encontré sus puertas cerradas y me tuve que conformar con un grato (por cierto) bocadillo de ternasco con pisto en La Terraza de la Bodega C&R, y esta vez no me tuve que consolar con un emparedado. Casi de chiripa, eso sí, pues no había reservado y a mi llegada encontré sólo una pequeña mesa libre (posteriormente doblaron alguna), dado que son conocidas las bondades del lugar por el vecino, el curioso y el viajero. Inclinación justificada, habida cuenta de mi experiencia en este acogedor despacho de comida y bebida exento de lujos, de aspecto antañón y distintas estancias.
Menú del día en La Rebotica
La que yo ocupé, nada más entrar, al pasar la pequeña ‘recepción’, la decoran cuadros, platos, grandes botellas de vino y, en la pared a mi izquierda, un pequeño mural que muestra las hojas que visten los racimos de siete variedades de uvas vinificables, entre ellas tinta del país, garnacha, macabeo y garnacha peluda. Las otras tres, ejem, no las veía bien con mi presbicia y, todo digno, no consideré oportuno levantarme y arrimar al muro las gafas de farmacia. Qué condena, pardiez. El alto y colorado techo lucía grandes molduras blancas y de él colgaban cuatro bombillas, una de ellas sin tulipa. Las cortinas llegaban hasta el mismo suelo donde reposaba un extintor y el hueco lo calentaba una estufa móvil con su bombona de gas convenientemente acoplada.
En vez de perder el tiempo con el móvil, me entretuve repasando los elementos ornamentales mientras apuraba el agradecido aperitivo (un cuenquito con ricas aceitunas verdes y también negras, de esas apretadas y amargas, clásicas de Aragón), evitaba la tentación del cesto con tres trozos de pan de la panadería Luis Ángel (Almonacid de la Sierra) y llegaba mi selección particular del menú del día (15,50€), que fue mi elección. Decisión conservadora como primera toma de contacto, sí.
Para empezar, desechadas ensalada de queso con vinagreta de melocotón y lentejas estofadas con chorizo dulce, acelgas “refritas”. Resultó ser un plato consistente, sustancioso, que funde la verdura con un puré trabado de patata y unos pocos trocitos de jamón frito. Una propuesta rústica con todo el encanto y la razón de ser que le aporta la coletilla «como las de la mama». Lo emocional, siempre presente en las decisiones de cualquier ámbito.
Truchas de segundo en La Rebotica
De segundo había carrilleras de cerdo estofadas con hortalizas y chuletas de Ternasco de Aragón IGP empanadas. Yo escogí “truchas” al horno. Pese a la redacción en plural, llegó únicamente un lomo (suficiente) posado sobre un gustoso sofrito de cebolla y “setas” que identifiqué como rebozuelos. Eso en un flanco. Al otro lado, patata panadera para redondear un conjunto sobrado de calidez, sencillez y sabrosura. De aquí nadie se va con hambre, conste. Y qué buena hubiera estado, en otra preparación, la piel plateada de la sardina churruscadita…
Los postres me los cantaron, fueron recitando tentaciones golosas como coulant de chocolate y flan de huevo hasta que detuve la enumeración en el arroz con leche al azafrán «ecológico», sustituyendo a la tradicional, habitual y afrodisíaca canela. Se agradece la novedad. Se presenta en vaso de txikito, frío o más bien atemperado, cremoso y con el grano suelto y firme, que no duro. Buen colofón con un café solo que elevó la cuenta a 16,80€. Advertí a Clara Cros, cocinera y propietaria de un negocio familiar abierto en 1989 (ella lleva 14 años al frente), de que yo me había servido más de una copa de vino joven Corona de Aragón, que era la cantidad señalada en la composición del menú económico, y ella me ‘llenó’ nuevamente el recipiente diciendo con simpatía «échate lo que quieras».
Buen trato de la maître que, vista la experiencia y las recomendaciones que cubren prácticamente por completo los dos cristales de la puerta de acceso, animan a regresar dispuesto a probar las especialidades que señala la carta: flan de foie, aceite de trufa y compota de manzana; ensalada de longaniza fresca asada, cebolla de Fuentes estofada y jamón en crujiente; lasaña de morcilla y setas con salsa de tomate casera; borrajas, setas y patata; bacalao gratinado al ajo tostado; paletilla de ternasco; manitas de cerdo guisadas con crema de setas; albóndigas estofadas en salsa de ciruela, cebolla y foie. El documento se completa con otras 15 propuestas (ayer no quedaban gyozas vegetales con crema de calabaza ni espalditas de conejo con salsa chilindrón) y animan a probar más de una al ofrecer medias raciones de los entrantes.
Merece la pena desviarse apenas cinco kilómetros de la A-23 por Campo de Cariñena. Tenlo presente.
San José, 3; 50400 Cariñena (Zaragoza)
+34 976 62 05 56
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
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