Songs of earth. Paseo por la viña con Melanie Hickman
No es historia exclusiva la que nos cuentan Ferenc y Candace Mate en su bonito libro ‘Un viñedo en La Toscana’, una historia de amor que recorre La Toscana y desemboca en Montalcino donde se materializa en bodega y vino. Aquí, mucho más cerca de casa, tenemos una preciosa historia de amor cuya expresión viva es el proyecto Struggling Vines y la bodega Bhilar situada en Elvillar (Álava). Una historia escrita día a día por Melanie Hickman y David Sampedro.
Repasando en casa las notas que escribí tras mi visita reciente al proyecto de estos dos aventureros románticos, mientras escucho el piano de Shirley Horn interpretando ‘My funny Valentine’, viendo que Miles sonríe, algo me lleva a pensar en la importancia del tono y el fraseo en la música jazz y en la viña.
Recuerdo haber leído a Joachim E. Berendt que los músicos de jazz marcan la diferencia con la música europea en la definición del sonido, ese ‘tono’ particular, que nace de una mirada quizá más ética que estética, completada con el ‘fraseo’, la forma en que cada músico descifra su esencia, haciéndole único pero identificable. Ese sonido propio que percibe, siente y abarca todo lo que toca.
Melanie y David tienen cada uno su tono y fraseo, individual, compatible y compartido, expresado en los diferentes vinos que elaboran.
Struggling Vines
En esta ocasión me gustaría detenerme en los vinos que Melanie desarrolla en su proyecto Struggling Vines, nombre que nos deriva a unas viñas luchadoras, que no por ello debe hacernos confundir la resiliencia con el abandono, sufrimiento extremo o esclavitud. Todo lo contrario, las de Melanie son viñas cuidadas, protegidas y mimadas. Una parte importante de ellas son de edad avanzada, situadas en altitud, en rincones de difícil acceso, lo que les ha permitido explorar por sí mismas, durante decenios, el suelo en el que se asientan y ofrecer su fruto sano, sabroso y lleno de vida.
El trabajo manual, la fuerza de arrastre delegada a los caballos, la filosofía biodinámica en el cultivo, el estilo personal y riguroso en la elaboración de David Sampedro, uno de los nuevos referentes de la comarca, que lleva la viña en la sangre, junto al ímpetu holístico de Melanie, hace que todo se impregne de razón, emoción y sentido.
Recorrer con ella las fincas Hapa y San Julián consigue que Shirley Horn nos invite a bailar con ella el tema de Gershwin ‘I got plenty of nuttin’, mientras observamos toda la biodiversidad que nos rodea. Los árboles frutales acompañando a la viña, los olivos vigilantes, el manto de plantas aromáticas que enfilan los caminos, las colmenas de abejas que ella cuida dando cobijo a las grandes protectoras de vida… En fin, tantos estímulos naturales que me hacen bromear a Melanie sobre lo auténtico y el marketing.
Poco a poco volvemos de regreso a la bodega y le pido a Melanie, ver un poco las instalaciones, sala de máquinas como la llamo yo, y saludar de paso a David que en ese momento se encuentra embotellando. La bodega, de dimensión humana, expone un equilibrio entre depósitos de hormigón, fudres y tinas que interactúan la madera de forma no invasiva, con barricas de roble francés del mismo tonelero que reflejan una relación estable compartida. Sin ánimo de entorpecer el trabajo, le propongo a Melanie catar alguna referencia que me quede por probar de sus vinos.
Deseos y caprichos de Struggling Vines
Conocía Phinca Hapa blanco (recuerdos de fruta de hueso, membrillo y frescor balsámico que en boca expresa de maravilla la identidad de un orange wine Rioja Alavesa), Phinca Hapa tinto (vino que expresa el potencial y la finura de tempranillo y graciano con elegancia borgoñona), Carrakripán (blanco con alma de tinto que combina variedades autóctonas como la viura, malvasía, garnacha blanca… para envolvernos en cítrico, flor y especia siempre que le demos tiempo a respirar bien).
Me faltaba por probar Phinca San Julián. Después de haber visto la viña el reto se convierte en deseo y el deseo en capricho; así se lo trasmito y, muy generosamente, Melanie descorcha la última botella que queda en la vinoteca de Phinca San Julián 2018.
Pero antes, mientras dejamos respirar al vino, sale un momento y me dice que le gustaría que catáramos otros dos vinos curiosos elaborados junto a David: Kha Me, garnacha blanca vieja de san Martín de Unx fermentada en ánfora; una delicia de hidromieles y flor que me incita a invitar a Jessicca Williams a que se siente al piano, con el permiso de Shirley, y nos acompañe con el tema ‘Toshiko’; y Phinca La Revilla Sexto año, que reivindica la magia de la variedad viura, como aromática tardía que espera buen trato y envejecimiento para dar lo mejor de sí. Impresionante.
Dejamos para el final el Phinca San Julián, vino heredero de esa finca de 0,6 hectáreas situada a 646 metros de altitud que acabábamos de ver. ¿Qué puedo decir? ¿Cómo definir la elegancia? Quizá sólo compartiendo la sutileza, la finura de la fruta perfecta con la envoltura fresca, balsámica que este vino regala.
Encantado y agradecido por tener la oportunidad de disfrutar de estos vinos y sus protagonistas, sólo puedo deciros que si os cruzáis con Melanie por la comarca o en cualquier otro sitio, no os olvidéis de decirle de mi parte “lady sings the blues”.
Lanciego, s/n; 01309 Elvillar (Álava)
+34 647 157 283
El sumiller Iñaki Suárez, cofundador de Epikuria, ha borrado sus largas patillas al dejar crecer la barba, pero poco más ha cambiado, pues continúa enamorado del vino y del jazz, atravesando sus senderos y procurando cruces entre ellos. Sabe tanto de la materia que es miembro del comité técnico de la U.A.E.S. (Unión de Asociaciones Españolas de Sumilleres) y del comité de cata de la denominación de origen Bizkaiko Txakolina. Le cuelgan la etiqueta de “técnico gastronómico” y ahora también puede presumir de colaborar con Lo que Coma don Manuel, esta weg.
En su perfil de Instagram no lo indica, pero también es copropietario y currela del bar restaurante Patxi Larrocha, en la capital de la galaxia.
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