Taberna Santi (Erandio). La cena de los Egaña
No me gusta cenar fuera de casa. Las digestiones acaban siendo pesadas y el sueño guadiana. Ya sabéis: de grandes cenas están las sepulturas llenas. Además, se prolongan las veladas bebiendo sin ganas en bares atronadores. No me mola cenar copiosamente fuera de casa, pero en deferencia a este blog y a la familia hice una excepción y me sumé a la comida anual que organizan mis primos carnales por parte de madre: los Egaña. Son de Erandio. Concretamente de los barrios Desierto (urbano, junto a la ría) y Arriaga (rural, en el monte; de donde somos mis dos hermanos y yo). Los primos por ahora nos hemos sentado en el Nicolás de Ledesma, en el Abaroa de Las Arenas, en el Baste del Casco Viejo… La última vez nos reunimos nueve egañas: Bego e Inma, Maider, Imanol e Íñigo, Sonia, más Igor, Nerea y Oscar, que soy yo. Más sus respectivas parejas, a las que no enumeraremos porque sus nombres son menos bonitos.
Este año se quedó en la taberna Santi, de Erandio. Un bareto que hace esquina, pone fútbol en la tele y se llena de adolescentes filobakalas que comen bokatas y de familias aburridas que ignoran a sus niños molestos y chillones. En el Santi cuelgan varias fotos antiguas y en alguna sale el bar inmortalizado décadas ha. Buf, vi una foto y supe que en esa tasca estuve yo mil veces de niño, cuando al barrio ribereño lo dividía el tren de la margen derecha y las calles no habían sido peatonalizadas, desvirtuadas. Recuerdo que de pantalón corto yo en el viejo Santi bebía kases de naranja, meaba entre los coches aparcados o contra alguna pared protegido por la tubería vertical, jugaba con mi hermana molestando a los parroquianos, pegaba fuego a los hormigueros de la acera… Los típicos pasatiempos de los zagales pueblerinos.
A la taberna Santi actual la pregonan en Internet gracias a sus raciones y sus carnes y mis primos aún residentes en Erandio confiaban en sus bacalaos. Se trata de un bar rústico, pero de buena fama contrastada por el precio: nada de gangas. Habría que pensar que el local está bien, sí, pero comparado con qué, aunque esto lo dejaremos para el último párrafo. En su comedor estrecho, alargado y más que íntimo claustrofóbico, sin ventanas pero con cuadros de caseríos y reproducciones de Klee y Modigliani, nos sentamos solo nosotros, aunque había unas tres mesas vacías que cubrimos de bolsos, chupas y tal. Éramos 17 personas y yo me ubiqué alejado del aire acondicionado en el oblongo refectorio, a modo de reservado.
Papeamos un menú con cuatro entrantes a compartir, un segundo a elegir, más postre y rioja crianza. Algunas chicas bebieron cerveza (Maider, habitual del local con sus amigas, donde consumen raciones, bebió Heineken y se acordó del recomendable reserva Ysios que ha catado alguna vez ahí) y otras féminas agua (gélida, marca Del Rosal), pero la mayoría del personal se decantó por el tinto: Decenio 2007, de Laguardia, mi pueblo vasco favorito, de 14º, potable, astringente y un pelín caliente (y tras meterse en la cubitera, demasiado frío y sin sabor).
Todos untamos en taberna Santi
Nos sirvieron los entrantes de uno en uno. Se abrió con paleta de ibérico, pelín alegre, estupendita y en lonchas gorditas. Luego llegó el pulpo, al grosor reglamentario según el gourmand Martín-Ferrand, un cefalópodo muy especiado con pimentón, blando y bastante bien cocinado, lo cual elevó el resultado hasta lo correcto. Al poco apareció la ensalada de ventresca templada, el mejor entrante: muy apetitosa y a la que la crema de vinagre de Módena no consiguió ocultar la sapidez de los pimientos rojos potentes ni el dulzor de la estupenda cebolla caramelizada. Y se cerró el introito con almejas en salsa verde, aparentes, blandas, de buen tamaño, saladitas según algunos pero bastante disfrutables y mojadas por una líquida salsa verde que todos untamos, ¡hasta La Txurri!
De segundo se ofrecían carnes y cuatro bacalaos, a saber: bacalao al horno con piperrada y ali oli gratinado (nadie lo pidió); con salsa de hongos (nadie lo pidió tampoco y ahora me entran ganas); con kokotxas y pil pil de pimientos (no pecaba de salado, estaban bien integradas las kokotxas y tenía un pase, no solo por su ligereza apta para las digestiones nocturnas); y, el cuarto, láminas de bacalao con crujiente de ibéricos y mermelada de tomate (bien, pero en ración escasa según mi hermano, que lo eligió). Más o menos por entonces mi primo político Luis (fan de Mikel Erentxun) evocó ponderando positivamente y con el placer reflejado en el rostro el arroz con bogavante del Santi (lo anuncian en menús a 35 por persona, con vino y tal).
Las carnes estuvieron mucho mejor. Nadie pidió rabo, pero sí algunos entrecotes, con patatas fritas elogiables y una carne competentísima que no costaba nada masticar. También el chuletón arrobó a la afición. Se solicitó poco hecho y se acompañó con patatas y pimientos verdes algo dulzones. La peña lo disfrutó tanto que pidió otro chuletón. Este lo caté yo y muy bien, muy salvaje, rojo por dentro. Mi hermana Nerea hasta roía el hueso con las manos. Y gustó mucho también a las chicas el ‘solomillo de cerdo con mus de pato, puré de manzana y crema de queso gratinada’, un contraste dulce-salado bien armonizado y modelado y que impactó. Insistamos: las carnes las preparan muy por encima del pescado en el Santi.
En los postres hubo división de opiniones. Destacaron una exquisita y finísima tarta de queso casera, el muy buen queso Idiazábal y el valenciano ‘guay’ según Bego y Maite. En lo normalito se quedaron las natillas con mucha canela y la milhoja de hojaldre apelmazado. Y en lo discutible encallaron la tarta de orujo eclipsada por el licor, un café escocés que mi hermano Igor calificó con un 4,5 sobre 10 (al día siguiente cayó en la cuenta de que se lo presentaron ya servido y no le preguntaron qué marca de whiskey deseaba), y mi postre, un sorbete de limón con licor instilado y que casi parecía un helado derretido, un vaso generoso y refrescante de sorbete más cremoso que espumoso, como debería ser, o sea que falló la técnica.
Algunos primos pidieron cafés y al de tres horas y pico llegó la factura. La dolorosa, que diría mi suegro. La primada del Santi salió a más de 600 euros. A unos 38 lereles por cada uno de los 17 comensales. Pusimos 40 euros cada uno y pensé que no estuvo mal, pero por ese precio degustas cinco platos tratado como un señor en la terraza abierta al Cantábrico del Restaurante Tamarises de Getxo. O ya en Cantabria te turban los pescados estupendos de Lasal o el Maruja, o te pones a explotar en el Casa Cofiño. Pero ya sabemos que el País Vasco es caro, incluso Erandio. Para la próxima quedada de primos están pensando una sidrería guipuzcoana, con autobús y casa de campo. A ver…
(Se saltó su reluctancia hacia las cenas Oscar Cubillo)
Calle San Ignacio, 13; 48950 Erandio (Bizkaia)
94 467 60 11
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
Comenta, que algo queda