Kentucky Fried Chicken. Paladar anestesiado, saliva espesa y mucha, mucha sed
Jugaba el Athletic en Manchester y, dado que ya había estado en Moscú, no podía permitirme otro viaje. Así, el mismo día que acudí a las taquillas de San Mamés para comprar las entradas del partido de vuelta, me entró la pena, sentí sana envidia respecto a los muchos aficionados que se habían desplazado a la antigua Mamucium y decidí darme un capricho en el mismo Bilbao: acudir a un típico restaurante inglés, para tener la sensación de que estaba al otro lado del Golfo de Vizcaya. Lo han adivinado, decidí ir a un Kentucky Fried Chicken, esa franquicia (estadounidense) que tiene tantas sucursales en Inglaterra. Y en otros 108 países.
Escogí la que está frente a Lencería Coqueta, local que, bien cerca del puticlub (con perdón) Doña Urraca, despacha todo tipo de ordinarieces para profesionales de saldo y esquina. Era mi segunda vez en el local (en el KFC, eh) y pedí lo mismo que la primera: menú BoxMaster, por 7,05 euros, lata de Mahou Clásica incluida. La publicidad prometía sabor delicioso, energía y crujiente placer; ¿cómo resistirse? Y en estos sitios prefiero especializarme. Como Enrique Iglesias, a quien una vez escuché decir que, de gira, siempre come en McDonalds, pues así se ahorra sorpresas: lo servido siempre sabe igual, esté en China o en Argentina. Lo mismo me sucede a mí con sus discos, añadiré. Además, no puedo negar que sus cubos con alitas de pollo y tiras de pechuga empanada («crispy strips») me inspiran cierto temor. No en vano, El Tal Iván era consumidor asiduo y satisfecho de esos buckets, tamaño gigante, cuando pesaba nada más, y nada menos, que 190 kilos (oé, oé, oé, oé… oé, oé…). Y el experimentado Zuloko me los ha presentado como un bonito cúmulo de grasas insalubres.
En fin, antes de sacar el filo, primero destacaré la excelente atención de una chica negra que se ofreció a informarme de lo que hiciera falta («estamos aquí para ayudarle») y a llevarme la bandeja a la mesa, pues el BoxMaster iba a tardar unos segundos en salir. Rehusé el ofrecimiento, por supuesto. No tengo muñones, que diría mi jefa. Así, llevé yo todo todito a una mesa ubicada en el piso superior y, tras tomar las pertinentes fotografías, me dispuse a empezar por el puré de patata, un cuenquito de 23 cl. coronado por una salsa marrón y especiada («gravy») que aportaba cierto picor. Pensé que el conjunto era una porquería y terminé rebañando el envase con la cucharita de plástico y el consiguiente rechinar de dientes. ¿Qué yoquesé adictivo le echan a estas cosas?
El BoxMaster de Kentucky Fried Chicken
El puré estaba tan caliente, abrasaba de hecho, que luego el BoxMaster estaba prácticamente frío. La cosa es una especie de paquetito, una fina torta de trigo que envuelve su porción de pollo marinado y empanado y, bien pegada, otra de pastel de patata, con igual cobertura, que aporta volumen, peso y consistencia. Completaban el asunto trocitos de tomate, tiras de lechuga, inapreciable queso fundido, finísimo bacon y una salsa que la camarera me adelantó que era una especie de mayonesa a la pimienta. Y que terminó, cómo no, asumiendo el protagonismo. Al fin y al cabo, Kentucky recurre a la misma técnica que otras cadenas de comida rápida: apelmazamiento, camuflaje gustativo, no interesa distinguir sabores, y una consistencia que procura con prontitud pesadez de estómago. En el mismo asiento te sientes como una oca a la que hubiera prisa por extraer el paté.
Con el paladar anestesiado, saliva espesa y mucha, mucha sed, me agradó que la referida camarera me despidiera con efusividad, agitando el brazo tras el mostrador, y me dirigí a las taquillas. Esa tarde mi equipo ganó 2-3 en Old Trafford, y una semana después 2-1 en San Mamés. Al mismísimo Manchester United. Aúpa Athletic (carajo)
PD: confieso que les he engañado, que en mi primera visita pedí el BoxMaster BBQ Bacon, pero he recordado que la salsa barbacoa privó al bocata de todo sabor, pues era excesivamente invasiva. Además, no he visto otra forma de hilar con Enrique Iglesias. Disculpen la licencia.
(se va a poner como un león marino con tanto fast food cuchillo)
web de Kentucky Fried Chicken
KFC Indautxu; Alameda Rekalde, 60; 48010 Bilbao (Bizkaia)
94 607 19 62
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
Que tiempos los de atiborrarse a grasa en lugares como KFC. Sano, lo que se dice sano, no puede ser, pero juro que me encantaban esas guarrindongadas insípidas que te dejaban toda la tarde cual león después de comerse un elefante.
Ahora, como experiencia culinaria, cero.
Gracias por tus comentarios, Black City. Me alegra saber que no soy el único que en esos sitios termina hinchado y sediento. Y, más aun, que el texto sea capaz de arrancar una sonrisa.
Un saludo.
El sábado estuve en Zubiarte y me senté (sola) a comer una hamburguesa del Burguer King, por ver la teoria de unos amigos míos que dicen que las hamburguesas son mil veces mejores que las de McDonalds. Al final, me quede llena con dos mordiscos, bebiendo agua como si fuese a deshidratarme ahí mismo. Me acordé mucho del blog, de si debería escribir sobre eso, pero me dio tanta vergüenza, que desistí. Pero hace unos dos meses, me acerqué al KFC del casco viejo, y solo con el olor ya me llené: compré dos trozos de pechuga rebozada, no me disgustaron del todo, de hecho, me pareció mejor de lo que esperaba.
En cuanto al otro local, cuando fui con las chicas a cenar al Tapachula, también pasamos por el «Doña Urraca» y por la tienda de «fina lencería» que mi amiga I desconocía, y que se quedó mirando: «chicas, habéis visto esto???» >Según terminó de decir eso, oímos las carcajadas de dos chicas que fumaban a las puertas del local con nombre de ave.
Lo dicho, me he reído muchísimo con el articulo, por que me he sentido totalmente identificada con los detalles, solo que no me he atrevido a escribirlo como tu! Genial, genial, genial, un articulo genial.
jajajajajajajaja me ha encantado el post!! (espera, termino de reirme, luego vuelvo y te escribo)