Restaurante La Dársena (Suances). Misterio resuelto
Pernocto a menudo en Suances, Cantabria. Me abduce, me dice mi odontóloga favorita. Me van a poner una estatua ahí, augura mi amigo Pato. Me gusta cada vez más, afortunadamente manifiesta mi esposa. Cada vez que voy descubro una cosa nueva que me obsesiona y a la que añoro durante mi ausencia. En este post no hablaré de bares con birras a un euro, ni del menú del día del Marinero, ni de las alitas de pollo del Arpeo, ni las del Cholo. No. Hablaré de La Dársena. Pero ni de sus tapas, ni de sus birras, ni de sus muchos camareros, ni de la flaca y simpática y profesional encargada, ni de su ventresca, ni de sus paellas, ni de su carta, ni de su clientela, ni de nada más que de su menú del día. ¿Que tiene menú del día?, preguntarán. Pues sí. Menú especial, lo llaman. Cuando se refieren a él, claro, porque lo ocultan.
Yo conocí de su existencia por una guía Michelin que informaba acerca de tal oferta. Se habrán equivocado, pensé. Aun así, dubitativo, pasaba por delante de la fachada de La Dársena y miraba de reojo, a ver si se anunciaba. O me comía un helado enfrente, en el paseo de la playa, para ver si me enteraba de algo. Pero nada. No había señales. Y una mañana estival, tomando una birrita de botellín (la tapa de ese día: aceitunas) en la parte de fuera oí que una camarera latina leía a unos clientes de la terraza/acera, a unos seis metros de mí. «De segundo tenemos revuelto». Hum… No sé si tengo más olfato cazador de pointer, que diría Pato, o de lobo, que diría… ssshhhh. E indiqué a La Txurri: «Pregunta al camarero, al joven, si hay menú». Ella obedeció. Lo juro. Se levantó y se acercó al ventanal:
-Oye –espetó.
-Dime –respondió el chavaluco.
-¿Tenéis menú?
-No.
Replicó tan tajante que le confié a mi esposa: «Ha sonado a mentira». Y al poco regresó el mozalbete y expresó: «Sí hay un menú. Preguntad a la chica». A la flaca. La espigada. La guapa. La simpática. La profesional, repito. Seguro que es un sex symbol en la zona, hasta Torrelavega. Ahí fuera, en donde servían los misteriosos menús, le preguntó Susana y le replicó el junco cántabro:
-Sí, es un menú especial que está muy bien y cuesta 15 euros.
No añadió que sin IVA y, cuando mi esposa le inquirió por qué había ese día, respondió secamente Huesitos:
-Sólo se sirve hasta las 3.
Aún no eran las 3 y cinco. Todo pegas y misterio, en efecto. Sepan que a mí me daba igual porque tenía pensado tomarme una parrillada de pescado con vino Muga de Rioja en El Marinero. No obstante, al día siguiente acudimos a La Dársena a las 2.30 y nos acomodaron en una mesa con mantel de tela y sombrilla. Hicimos tiempo con la bebida: ella caña y yo me apliqué al tinto Serres, cosechero riojano de 2012, tempranillo de Haro, violáceo, suave y un poco caliente, pero disfrutable. De primero había aguacate relleno de langostinos y lo nuestro: para ella ensalada de queso, con presentación de lujo, pimiento a tope (ella me los cedió), bonito a saco, cebolla caramelizada al dente y el techo de queso caprino plancheado; y para mí garbanzos a la marinera, un platazo enorme con legumbres duritas pero finas, un par de ricos mejillones, un par de gambas de sapidez disimuladas y mucho pulpo en trocitos. Un cocido que me agradó y con el que el vino creció.
Para los segundos nos cambiaron los cubiertos y había secreto ibérico, revuelto de marisco, y lo nuestro: yo elegí bacalao al ajoarriero, desmigado, con pimientos y cebollas, aparente y generoso; ella entrecote a la plancha, con patatas fritas de verdad y pisto escoltando una pieza enorme que a dos mujeres satisfaría y que me gustó mucho lo que probé, a pesar de que La Txurri lo solicitó muy hecho. Con la carne, el vino Serres se tornó floral.
De postre había sólo tartas. De la abuela (ni idea de cómo era), de chocolate (artificial, con un pase, para ella) y de queso (la pedí yo y era casi quesada y estaba muy fresca). Las tartas no nos gustaron tanto y las tomamos con dos cafés ricos abonados aparte del menú. Estuvimos hora y media en la terraza y pedí la cuenta. Al pagar con tarjeta, le comenté a la camarera latina, que estaba pegada a mí debido al datófono y no podía huir.
-Estaba todo muy bueno. ¿Por qué no anunciáis que tenéis menú? Yo había leído en una guía Michelin que lo servíais, pero nunca lo había visto.
La camarera, ni caso. Me miró, pero ni con desconfianza, ni con desdén, ni con curiosidad. E insistí:
-Somos fans de La Dársena. No somos de aquí, pero venimos a menudo a Suances. Hemos comido un par de veces a la carta en ese comedor y nos decidimos a preguntar por el menú del día ayer porque te oí decir a unos clientes que de segundo había revuelto.
Y la chica cantó ‘La Traviata’:
-Es que el menú es el mismo todos los días. No lo colgamos por eso. Además, si lo anunciásemos, esto se pondría a tope cada día. Y preferimos dar carta.
Hala. Misterio resuelto. Pagué 35,86 euros y ya volveré. Pediré aguacate y entrecote, que rima con cipote. Perdón, quería decir Chicote.
(le iría mejor si fuese menos hermético a Oscar Cubillo)
Calle Muelle, 23; 39340 Suances (Cantabria)
942 84 44 89
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
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