Casa Cofiño (Caviedes). Imposible comer todo
Avisados por el cocinero tragaldabas y comentarista gastronómico del suplemento GPS David de Jorge, apuntamos en nuestra hoja de ruta el Casa Cofiño espoleados por el titular de su artículo: ‘La albóndiga vale el viaje’. Casa Cofiño es un garito de decoración rústica, tipo los de Santillana del Mar, escondido en un paraje cántabro bajo la autopista, en la aldea de Caviedes, pueblo más bonito de Cantabria en 2006. Sus dueños compaginan los menús con la carta y ponen dificultades de todo tipo para reservar (así dinamizan más las mesas), pero el caso es que en nuestro primer asalto, aunque había currelas hasta del Este europeo consumiendo el menú, el ambiente no era ruidoso. El menú de ese día, por 9,5 euros, tenía alubia blanca, lentejas, picadillo, filete, etc., en raciones generosas y cazuelas dejadas en la mesa, para repetir.
Nuestra primera vez aconteció en el mes de junio de 2010, entresemana. Sobre el mantel de papel tomé estas notas. El vino elegido, tras descartar un caldo Marqués de Vitoria Reserva de 1994 a 14 euros, fue el de la casa: un Jumilla con seis meses en barrica y maridaje perfecto con el condumio (7,9 euros, iva incluido, costaba). De primero, yo ataqué una especialidad: cocido montañés (6,70), el que usa como medida universal el gourmet y retórico Martín Ferrand. Estaba cremoso y riquísimo, suave pero gustoso. Del perol me serví tres raciones y los sacramentos se exponían aparte: chorizo picante suculento, morci asturiana, tocino contundente que no acabé… De segundo plato opté por asadurilla (5,70), consistente, dura y estupenda. ¡Tampoco pude acabarla, o sea que otro día mejor la comparto!
La Txurri pidió una ensalada mixta «de cortar» (5,70) y la afamada albondinguilla (5,70): excesivamente picada, parecía casi un puding, estaba trucada con demasiada miga y la suya arrastraba un fallo imperdonable, pues un trozo de la carne estaba congelado en parte… Ejem… Las patatas de guarnición estaban ricas, un poco sosas, pero el salero se hallaba a mano. Ella tomó un café bastante bueno (un eurito) y picó un poco de mi media pero también abundante ración de queso manchego (4), la cual no habían extraído de la nevera con suficiente antelación. En total, me salió la cosa solo a 39,90 euros y salí con un propósito: el de regresar escogiendo mejor.
Segundo asalto en Casa Cofiño
Y regresamos el mes de enero de 2011 y el aluvión de papeo nos volvió a superar. Tampoco pudimos acabarlo. Llamamos por teléfono para reservar y pegas subliminales interpusieron los de Casa Cofiño: pedimos mesa doble a las tres, puso voz rara el interlocutor, nos propuso a las tres y media, repliqué a las dos y media, y aceptó. ¡Qué suerte! Nos acomodaron en el comedor pequeño, el más antiguo, el original suponemos, con armarios de madera y tal, y ya con mantelería de tela. Por ahí vimos corretear a los camareros vestidos desigualmente, sin uniformar, sin glamour también, ya. Nos atendieron rápidamente. La carta era corta y ya la teníamos prevista de antes. Incluía unos vinos y ninguno mataba a primera vista (el de la casa era ese enero uno de Cantabria), o sea que solicité la carta específica de caldos. ¡Me trajeron un libro! Cientos de botellas a buenos precios. Muy raras algunas. Me decanté por un crianza de La Montesa, 2006, a 12,90 iva incluido también (si lo encuentras en la tienda a ese precio, la fortuna te sonríe). Me lo sirvieron en copa enorme, a temperatura ideal. El aroma frutal era penetrante -colegí cueros-, el color potente, el posgusto permanente y los efectos astringentes en el paladar. También pedimos agua, Montepinos, en botella de cristal, por un eurito de nada.
Empezamos con entremeses variados (9,9), donde te sirven varias especialidades de la casa, a saber: dos gruesos espárragos (la ración normal es de cinco piezas y cuesta 8,5 euros), rabas frescas, sabrosas, poco rebozadas y que a Susana le parecieron «de cortar», y croquetas de carne, espesas, sin largo postgusto y que a ella no la complacieron. Además, había en la bandeja de plata (vaya, de acero inoxidable) cecina tan rica como la que le pongo a mi amigo Carlos cuando le invito al hamaiketako en mi casa, y lomo comprimido y muy bueno.
De primero ella pidió sopa de cocido (3,20), y hala, otra pecera que olvidaron sobre la mesa para repetir. Flotaban trozos de huevo como pedacitos de hielo y a ella no le satisfizo, pero estaba muy sana, sin grasas gratuitas. Yo pedí callos, media ración (3,5), pues me advirtió la camarera que no podría acabarlos. Estaban suaves, picantes, no tan buenos como en la Casa Navarro de Pámanes, pero crecieron en potencia durante la ingesta. La generosa media ración me picaba en la boca y yo sofocaba el incendio con agua. Acabé la cazuelita y me temí: «me sobra el cabrito». ¡Llevábamos 40 minutos y no daba más de sí! Bebí otro trago de La Montesa y me manifesté: «¡Qué contento estoy!». «Ponlo en el blog», ordenó La Txurri.
De segundo Susana pidió solomillo (14,90), muy bueno según ella, demasiado hecho para mí. La cantidad justa para ella, pequeña para lo habitual en tal casa de comidas con propensión a la exageración. La salsa de queso se presentaba aparte, muy apetitosa, y en el plato había un montón de patatas que gustan a la gente a pesar de su vulgaridad general. Yo pedí cabrito a la cazuela (12,50) y me pusieron aparte las patatas que apenas probé, pero cómo la gozé con el caprino: recio, casi estofado, con salsa tipo cazadora, sabor antañón y muy largo. Bebía un sorbo de La Montesa, deglutía un trozo de carne, y tras tragarlo volvía emerger el sabor a vino… ahhhh. Excelente todo. Aquí yo ya me rendí y no lo pude acabar. Imposible acabar lo pedido en Casa Cofiño, oigan.
De postre, tarta de queso (3,90), con techo de mermelada y adornada con una peineta riquísima de chocolate blanco. Además, dos cafés demasiado calientes. Al lado, la gente, que no dejaba de entrar y también esperaba en el bar, tragaba albóndigas XXL. Volveremos, fijo… Es tan barato: ese día 65,10 euros.
(la gozó en Caviedes el mismísimo Oscar Cubillo)
Plaza de Caviedes; Caviedes (Cantabria)
942 708 046
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
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Este agosto, entre semana, acudimos por tercera vez a Casa Cofiño y probamos el menú del día. En relación calidad/precio, recomendamos papear a la carta y pasar del menú, que ha subido el precio (ahora 12, quizá por ser verano), parece que varía poco en sus propuestas y lo acompaña un morapio marca San Glorio que transita por el gaznate bien frío («¿no quieres gaseosa?», me preguntó dos veces la camarera). De primero había ensalada, que descartamos, y elegimos dos cocidos cuyas peceras dejaron sobre la mesa junto a un platito de guindillas verdes y toscas pero graciosas. Las alubias rojas estaban caldosas y pelín duritas, de sacramento únicamente flotaban trocitos de chorizo, y me jamé dos platos. Las lentejas estaban correctas, suaves, y con chorizo, patata y zanahoria. De segundo despreciamos el picadillo (el interior del chorizo desmenuzado y frito), yo pedí bacalao rebozado y me trajeron dos trozos, estupendo y suave uno y más tieso el otro, completados por patatas fritas (¡eso era un fish & chips cañí!), y ella un filete grueso, sabroso y bien plancheado, con las mismas patatas, que hacían mejor pareja. De postre dos cositas tan sencillas como finolis: mousse de yogur, delicada, dulce y muy rica, más helado de vainilla, un generoso bolón tamaño albondiguilla del local. La Su además pidió un café (un euro costó y en total 25 lereles aboné), y al de tres cuartos de hora ya estábamos en la calle. Y, por supuesto, antes de comer nos habian puesto impedimentos y pegas para sentarnos, lo cual ya nos tomamos como una tradición para darse fama los cofiños.
Vaya, ahora que me voy a motorizar tendré que empezar a ir a sitios de estos. Lo malo, claro, es ponerse al volante después.