Virgen Blanca (Vitoria). La teoría del paracaidista
En ocasiones, ni la estupenda compañía logra paliar la decepción de una comida. Es lo que sucedió un sábado de junio en el Virgen Blanca, restaurante asomado a un vértice de la plaza vitoriana de igual nombre, destacado enclave turístico de la capital alavesa. Pese a no tener gran queja de El Siete, de los mismos propietarios, y a haber leído más de una reseña laudatoria del lugar en blogs afines, el Virgen Blanca nunca me ha satisfecho plenamente. Cobra más por su menú, bastante variado, atractivo a priori, con algún atrevimiento y servido, normalmente, con buen gusto. Sí, es de los restaurantes que pintan los platos. Y el vino (en esta ocasión, Hnos. Frías del Val, rioja de maceración carbónica) acostumbra a ser lamentable. Más aún, tratándose de un menú de 19,90€, que es dinero. ¿Tanto cuesta, señores hosteleros, gastarse unos céntimos más en un vino a la altura de su clientela? Cobren si quieren un euro más el menú, pero no nos castiguen con ciertos brebajes. Plis.
He aquí la cronología de la velada en cuestión, que debía empezar a las 15:30 horas, pues ese día sólo era posible reservar para comer a las 13:30 o a las 15:30. Mal rollo. Me gusta reservar a las 15:00…
15:27. Nos presentamos en el Virgen Blanca.
15:35. Nos invitan a salir a la intemperie y esperar allí. Con tanto trajín que se traen, dentro molestamos. Anda que…
15:40. Seguimos en la calle. Alguien ha hecho mal su trabajo.
15:46. Se nos ocurren fórmulas para paliar el descontento de los clientes en nuestra situación, que todo puede pasar. ¿Les apetece tomar algo, para aplacar sed y calor, mientras esperan…? Enseguida está lista su mesa; tomen un canapé, y disculpen la espera…
15:48. Acompañadme a vuestra mesa. Apretaros aquí. Sí, junto a la barra.
15:50. Toma. Repartíos los cubiertos.
15:55. La camarera nos canta el menú.
Primeros: juego de espinacas, trigueros y piquillos con bacalao confitado y all-cremat; alubia pinta alavesa con sacramentos; ensalada de ahumados y queso feta con vinagreta de Módena; tagliatelle bicolor con boloñesa y virutas de parmesano; crêpe relleno de hongos y jamón con cremosos de cheddar.
Segundos: chuleta de novillo con piquillo y panaderas; merluza del Cantábrico al horno con refrito ligado y atadillo de bacon y espárragos; confit de pato asado con macedonia tropical y reducción de Pedro Ximenez; revuelto de morcilla y mozzarella; ragout de potro al vino tinto con puré anisado de castañas. Pintaza, sí.
16:01. Se sirven unas pequeñas tartaletas a modo de aperitivo. Una por cabeza. Sin tacha, más allá de su intrascendencia.
16:06. Empiezan a llegar platos. En mi caso, alubia pinta; con suficiente sacramento (morcilla, chorizo, costilla, tocino), pero saladas y demasiado trabadas.
16:11. Señorita, disculpe, pero falta por salir un plato. La pasta de Agurtzane. Oh, vaya, lo olvidé…
16:14. Llega la pasta. Por fin.
16:18. Gorka ya ha comido, a todo correr, sus dos platos. Ha pedido que se los sirvan al mismo tiempo. Esa tarde curra, tiene que coger un taxi a las cuatro y media, se lo ha hecho saber a la camarera y al encargado.
16:26. Parece que llegan los segundos platos. Mi ragout, seco y soso. Y con un punto anisado que no casa, pese a las consabidas propiedades aromatizantes y eupépticas o favorecedoras de la digestión de las semillas del anís, que también combaten el flato (virtud nada despreciable), y actúan como espectorante y «galactógeno o favorecedor de la secreción láctea en las mujeres que acaban de dar a luz», según apuntaba el periodista José María Busca Isusi en uno de sus miradores. Lástima. Dejé más de la mitad en el plato, cosa que no suelo hacer. Pero esa preparación tan ardorosa no era digna de entrar en mi casa. Ni en la de Raúl, que tampoco se lo comió, pese a tener muuuuucha hambre.
16:28. ¿Esto qué es? ¿Una loncha de bacon? Esto se escucha a mi izquierda, para resaltar el reducido tamaño de su chuleta. Eso sí, por lo visto está rica.
16:40. Postres. Hay fruta del tiempo; zumo de naranja natural; tarta helada; piña o melocotón en almíbar; yogur; cuajada; queso con membrillo y nueces; y «postre de la casa».
16:45. El queso, escasísimo. Escaso de cantidad y de calidad. «Si escribes algo, pon que el postre de la casa estaba cojonudo», me dicen desde el rincón derecho. Bueno, no obstante, yo también lo probé y me pareció una gominola… Nada destacable.
16:55 ¿Cafés? Sí. Estos. Y un par de chupitos.
17:01 vaya, ya tardan esos cafés.
17:06. Necesito cafeína. ¿Viene ya?
17:08. Aleluya.
En fin. Pese a nuestra predisposición al buen rollo, como hijos del rock, la velada ha sido un poco desastre. Más de 15 minutos esperando en la calle… Mucha demora entre plato y plato… Mucho tiempo con platos sucios en la mesa… Mucho desatino en la cocina…
Es el pequeño de los Cubillo Brothers. Nació en 1991, en el mismo Bilbao, es más de salado que de dulce y acostumbra a disociar, con lo cual cambia de apariencia física con frecuencia. Como Robert de Niro antes de rodar Toro Salvaje, pero a lo tonto, por la cara. Él es más de toro tataki. Aprendió pronto que Dow Jones no es un cantante, le incomoda la fama de criticón, pues siempre ha sentido simpatía por el débil, y una máxima guía su proceder: «más vale que zozobre, que no que zofarte…». Católico practicante, que no celebrante, en su bautizo el párroco ofició vestido de Elvis, cantó himnos y salmos, y entonó el ‘Burning Love’. Vio la luz el día que se fotografió con Ferran Adrià y el de L’Hospitalet de Llobregat le puso una mano sobre el hombro al tiempo que decía: «Cuchillo, la gastronomía es el nuevo rock and roll». Amén.
Es el pequeño de los Cubillo Brothers. Nació en 1991, en el mismo Bilbao, es más de salado que de dulce y acostumbra a disociar, con lo cual cambia de apariencia física con frecuencia. Como Robert de Niro antes de rodar Toro Salvaje, pero a lo tonto, por la cara. Él es más de toro tataki. Aprendió pronto que Dow Jones no es un cantante, le incomoda la fama de criticón, pues siempre ha sentido simpatía por el débil, y una máxima guía su proceder: «más vale que zozobre, que no que zofarte…». Católico practicante, que no celebrante, en su bautizo el párroco ofició vestido de Elvis, cantó himnos y salmos, y entonó el ‘Burning Love’. Vio la luz el día que se fotografió con Ferran Adrià y el de L’Hospitalet de Llobregat le puso una mano sobre el hombro al tiempo que decía: «Cuchillo, la gastronomía es el nuevo rock and roll». Amén.
Muchas gracias por el comentario, Rafa. Felicitaciones y palabras como las tuyas son las que nos animan a seguir invirtiendo el tiempo en esta aventura, nos invitan a pensar que tiene una utilidad, una razón de ser de verdadero peso.
En mi caso concreto, lo de argumentadas me parece un piropazo; siempre intento exponer o explicar, antes de mostrar conclusiones.
Y dile a Zuloko que las suyas son interesantes y divertidas, que las costumbristas son las de mi hermano brother, jajaja…
Abrazo.
Que les manden a Chicote, hombre ya :-)))
Ahora que empieza el curso escolar, y para que lo iniciéis con ganas, aprovecho esta crítica tuya para felicitarte a tí y a todos los que participáis en el blog, dedicando altruístamente vuestro tiempo en escribir y documentar vuestras incursiones gastronómicas. Interesantes y divertidas las de Dicky; certeras, detallistas y costumbristas las de tu hermano Oscar (por cierto, me gustan más sus críticas gastrónomicas que las musicales), y las «afiladas» y argumentadas tuyas, Igor. Un poco de feedback, que es el alimento de los blogueros.
Hombre, Rafa! Mil gracias. Lo mejor de currar por amor al arte, es saber que hay gente como tú que lo aprecia. Por cierto me ha encantado lo de costumbrista. Tienes razón soy un hombre de (malas) costumbres. 😉