Aponiente (El Puerto de Santa María). Donde el mar es el rey absoluto
Tras el periplo levantino de primeros de agosto, pusimos rumbo a Cádiz para disfrutar del otro pueblo, el de gananciales. Y el martes 13, sin superstición alguna, empezamos el día visitando las más que recomendables bodegas de Tío Pepe en Jerez, nos acercamos hasta el Puerto de Santa María para comer en Aponiente (casa del Premio Nacional de Gastronomía 2012, el señor Ángel León), merendamos un té moruno con pastas en mi pueblo favorito del mundo mundial (Vejer de la Frontera) y terminamos cenando en un marroquí en Tarifa. Planazo de día.
Antes de empezar, tengo que decir que si bien fui yo la que eligió dónde consumir el bono, ya que tenía muchas ganas de probar el menú a base de productos del mar que ofrece el chef gaditano, no es menos cierto que fui un tanto expectante sobre qué me iba a encontrar… Preparada para que no todo fuera de mi agrado, si es que era el caso. Y todo porque las ostras, que para mí es lo que más sabor a mar puede tener, no terminan de convencerme del todo, por más oportunidades que les he dado.
El menú incluido en el bono era el mismo que el llamado «Acercamiento al mar», el cual se ofrece a unos 70€, sin bodega. De hecho, en nuestro caso, a cada uno nos invitaron a una cerveza artesana, dos copas de vino (el consorte tuvo suerte y le invitaron a una tercera) y café.
La primera sorpresa, nada más entrar. Ángel León en la puerta para recibirnos, llevarnos a la mesa, y preguntarnos si teníamos alguna intolerancia o algo que no nos gustara especialmente. Ahí dije yo: «¡Esta es la mía! ¡Me saco foto con él y para el facebook que va!». Pero me controlé, lo pensé mejor, y decidí que le pediría la foto al terminar de comer, que iba a quedar más correcto y menos friki-fan.
El comedor era coqueto, tirando a pequeño. Así a ojo, no entrabamos más que unos 24 comensales. Empezamos con los archifamosos embutidos de pescado (chorizo y butifarra) y unos camarones fritos con wasabi. Sorprendentemente «reales» los embutidos, aunque poco picantes los camarones. Ricos de todas maneras.
De los aperitivos pasamos a los primeros: un queso marino (burrata con huevas de erizo en su interior) que estaba ES-PEC-TA-CU-LAR; una falsa panceta de pulpo con manteca colorá (muy conseguida, pero excesivamente fina… nos supo a poco); una tosta de sardina asada al humo de huesos de aceituna (una delicia, pero también un poco escasa la ración); y guiso de choco con papas (aquí la ración era más generosa y requería cuchara para el caldo y el ravioli del cefalópodo, que estaba de 10).
¡¡¡No he hablado de los panes!!! Junto a uno de los mejores panes de trigo que he probado, nos ofrecieron un pan de algas y una focaccia de camarones riquísimos. Me quedo con el de algas, por originalidad y sabor. La focaccia estaba un poco más sosilla.
Continuamos con un temaki de raya con limón, sésamo y soja, y alga crujiente de plancton dulce, en lugar de la esperada alga nori que envuelve los temakis de forma habitual. Una combinación genial. También me habría comido otros dos o tres…
Los postres fueron dos. El primero, un helado de manzana con apio, albahaca e hinojo. Brutal. No podía estar más bueno (que me gustan a mi las combinaciones raras en los postres…). Y, el segundo, una «tarta cítrica» que venía a ser un sorbete de limón marroquí con galleta en polvo y ralladura de limón. Casi tan rico como el primero (y ácido también). Pensándolo bien, y teniendo en cuenta que el menú fue bastante ligero, yo, personalmente, hubiera agradecido terminar con un postre algo más goloso, con un poco más de chicha.
Además de una Chimay a modo de aperitivo (cada uno), bebimos una copa de Ximénez-Spínola Exceptional Harvest (blanco) y otra de Viña Almate (tinto). El tinto estaba bueno, pero el blanco lo recordaré por los siglos de los siglos… Nos lo presentaron como «un Pedro Ximénez blanco». No era dulzón, como cabría esperar de un PX. Era una maravilla, lo mejor que he bebido nunca; no miento. Viendo la etiqueta ya me hice la idea de que sería un vino caro… Ilusa de mí, pregunté al maitre (un encanto, por cierto, como toda la «tripulación» de Aponiente, como indicaban sus delantales) si podría comprar el vino en algún sitio. Amablemente, me dijo que, cuando quisiera repetir, no iba a tener más remedio que volver a verle. Sólo se fabrica para Inglaterra y ellos lo tienen por ser ellos. Pero en internet ya lo he encontrado. Je. Lista que soy.
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Soy María. Alicantina de nacimiento, baracaldesa de adopción y economista sin mucha vocación. Siempre he sido bastante glotona, la verdad, pero al buen comer y a los fogones me he aficionado en la veintena (esa que está casi terminando). Disfruto como una enana descubriendo sitios nuevos, casi tanto como pidiendo lo más raro que veo en una carta. No tengo blog propio, así que los Manueles me acogen cual cachorrillo sin hogar. Eso sí, tengo Facebook y Twitter, por si queréis cotillear algo sobre mí.
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