Luces iruñatarras y sombras gauchas en los pintxos pamploneses
Tengo muchas visitas pendientes en Pamplona, un listado de anhelos, intenciones y curiosidades donde he garabateado los nombres de La Biblioteca, donde Leandro Gil plasma su personal reinterpretación de la verdura, Kabo, el restaurante de los jóvenes Aaron Ortiz y Jaione Aizpurua, y La Cuchara de Martín, la nueva aventura de Martín Iturri en el Hotel Tres Reyes. Y donde he empezado a tachar otros, pues recientemente me dejé caer por la capital navarra, reservé mesa en Baserriberri y Olaverri, y fie las noches a la improvisación y al pintxo. Resultó esta opción un cara o cruz, una ruleta rusa que, sin registrar heridos, dejó patente no menos de tres realidades y tantas sombras como luces. Tan cerca y tan lejos, lo mejor y lo peor distan aquí apenas unos pasos. Como en cualquier otra parte, habrá que decir a modo de descargo, pero con precios propios de la burbuja donostiarra precisamente en los casos más decepcionantes.
Para empezar, experimenté esa honda decepción en el café bar Gaucho, que tenía anotado con el aval de lomejordelagastronomia.com. Cómo recomendar un despacho donde manejan sin rubor no menos de cinco microondas para calentar a la vista del cliente pinchos que catalogan como “especiales” sin realmente serlo, más allá de su desproporcionado precio (3,70€, 3,90€…), habida cuenta de su composición y método de comercialización. Ésta, a gritos y a paladas, como en un simple abrevadero. Eso sí, la fórmula les funciona, pues resulta complicado plantar el codo en su barra, ahora que se puede.
Y, en cambio, para feliz contraste, resultó muy satisfactoria la visita relámpago a Iruñazarra, donde pedí al afable camarero que sacara dos pintxos a su antojo. “¿Eres más de mar o de montaña?”, preguntó. Escondí mi alma mendizale y respondí “de mar”. Y de negroni, aunque me conformé con un zurito servido en copa de cava preconstitucional, la misma que rechazo con los espumosos. Dicho lo cual, el mesero arrimó dos creaciones que le reconcilian a uno, servidor, con la hostelería pamplonesa: ‘Itxasantxoa’ y ‘Rompeolas’. Y las explicó con celeridad y detalle.
El primero fue un pincho capaz de enamorar a primera vista, mecida su forma de barco pirata por las olas de una caja plateada y acompañada de un plano del tesoro con guiños a otros ganadores del Campeonato de Pintxos de Euskal Herria. “Un homenaje a la anchoa y al mar Cantábrico. Empieza con una base de pasta mexicana a la que se añade tinta de calamar y polvo de oro para hacer la forma del barco. Pasamos a un guacamole, un pate de anchoa casero (cabeza y cola de anchoa con tres tipos de harina diferentes), una gominola de cítricos y eneldo, y un caviar limón”.
A continuación llegó ‘Rompeolas’, un bocado de mar que homenajea a la donostiarra playa de La Concha y, nuevamente, al Cantábrico. “Empieza con una base de galleta de quinoa deshidratada y suflada, arroz negro y aceituna, rellena de guiso marino (mejillón, gamba, chipirón thai, erizo de mar…), hueva de trucha y salmón, tres tipos de algas marinas diferentes (wakame, codium, tinado) y, simulando la espuma del rompiente de la ola, un aire de ceviche”. ¿El precio de estos caprichos? Similar (3,50€ , 4€), pero en este caso claramente justificado.
Expuestas las grandes diferencias, los contrasentidos, las paradojas y las alegrías, cabe decir que en la parte vieja, en calles como Estafeta y San Nicolás, existe más de un bar donde reponer fuerzas y hacer masa con pinchos sencillos a precios más comedidos. ¿Qué tal una rolliza gamba con su gabardina en la cervecería Estafeta? O, mejor, un afamado y rollizo frito de huevo en Vermutería Río (2,20€), especialidad de la casa desde 1963. ¿En qué consiste? En «medio huevo cocido envuelto en una suave besamel y su crujiente tempura». ¿Cuántos han despachado desde 2015? Más de un millón (hay un contador al efecto). Aquí sí, un negroni, por favor.
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
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